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El doctor José Juri, entrevistado en 2008 por Magdalena Ruiz Guiñazú: "El mago del bisturí"

En este reportaje realizado por Ruiz Guiñazú para Diario Perfil se describía la historia, obra y legado del doctor José Juri. Fue un apasionado que nunca dejó de estudiar. Aquí, todo lo que debe saberse sobre medicina y estética.

El doctor José Juri, entrevistado por Magdalena Ruiz Guiñazú en 2008.
El doctor José Juri, entrevistado por Magdalena Ruiz Guiñazú en 2008. | Cichero

El reconocido cirujano plástico de las celebridades, José Juri, falleció el pasado 18 de marzo a los 88 años de edad. A continuación recordamos el extenso reportaje al especialista médico realizado en noviembre de 2008 por Magdalena Ruiz Guiñazú para Diario PERFIL.

 
Todo es imponente y a la vez armónico en el gran edificio que alberga la clínica de Juri en el barrio de Palermo. Incluso, más allá de mármoles y sólidos bronces, se extiende un jardín en el que reina como un símbolo la estatua de la Belleza, ubicada en el centro de un murmurante juego de agua. Hay infinidad de diplomas y reconocimientos académicos en los muros del despacho, en el que los recuerdos se alternan con los logros de quien es un casi legendario exponente de la cirugía plástica.

En la semana que acaba de finalizar, la Asociación Argentina de Cirugía le ha otorgado –por unanimidad– al Dr. José Juri y a su hijo, el Dr. Juan José Juri, el premio que lleva el nombre de la institución. Es un extenso y pormenorizado trabajo científico sobre “Cirugía plástica del cuero cabelludo”. Incluso observamos, en las fotografías que ilustran el trabajo, los distintos momentos por los que pasa este tipo de intervención en sus distintos enfoques.

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El doctor José Juri, entrevistado por Magdalena Ruiz Guiñazú en 2008.
Dr. José Juri. (Foto: Santiago Cichero.)

—¿Esta operación se hace habitualmente por reparación o por calvicie?

—Las dos cosas. Mire –y el Dr. Juri va explicando distintas etapas de una intervención con difíciles episodios–, éste es el caso de una chica de 11 años. El destino permite que pase junto a una polea que le arranca no solamente su larga cabellera, sino todo el cuero cabelludo, incluidas las cejas y orejas. La gravedad del caso era tal que el gobernador de Córdoba brindó el avión de la gobernación para traerla a Buenos Aires. Era necesario unir arterias y venas del orden de un milímetro de diámetro, para que su piel volviera a sobrevivir. Sólo pudimos utilizar una arteria y una vena con puentes arteriales y venosos hasta el cuero cabelludo. Fue un caso único en el país. Finalmente, la nena quedó normal. Es lo que se llama un reimplante, porque se efectúa en el propio paciente y no tiene rechazo.

A lo largo de las páginas de este trabajo, observamos las distintas etapas por las que pasa una persona habiendo sufrido este tipo de accidente.

El doctor José Juri, entrevistado por Magdalena Ruiz Guiñazú en 2008.
Dr. José Juri. (Foto: Santiago Cichero.)

—La mayoría de estas técnicas son ideadas por mí –explica el Dr. Juri, mientras pasa las páginas–. Y esto es algo que la Asociación Argentina de Cirugía ha tenido muy en cuenta. Aquí se pueden observar los estudios anatómicos de cada caso. Los fundamentos que corresponden a cada técnica. Piense usted que para realizar un reimplante tenemos que pensar en 18 horas y, lo que es angustioso, sin la seguridad de que ese reimplante vaya a vivir. Y le explico por qué: esas arterias que están dañadas por el arrancamiento pueden trombosarse y, por lo tanto, hay que estar absolutamente preparado con un equipo muy experimentado en hacer nuevos implantes, nuevos injertos de venas, que se toman de los brazos. Es una cirugía de alta complejidad, en la que se usan microscopios estereoscópicos que aumentan 18 veces la imagen para poder, así, suturar las arterias y las venas, de un milímetro de diámetro. Esto se hace con un hilo que mide 17 micrones. Y basados en esto, los franceses propusieron hacer trasplantes de cara. Pero el trasplante de cara se puede hacer solamente en mellizos gemelos. No existen los trasplantes de personas cruzadas porque, en ese caso, el paciente estaría sujeto diariamente y de por vida a una serie de inyecciones costosísimas para no rechazar ese implante.

El doctor José Juri, entrevistado por Magdalena Ruiz Guiñazú en 2008.
Dr. José Juri. (Foto: Santiago Cichero.)

—Usted recordará, seguramente, doctor Juri, un año atrás, el trasplante de rostro que le hicieron justamente los franceses a una chica mordida por un perro...

—Sí, me acuerdo. Pero ellos decían que tenían otros cinco casos. Y no es verdad. Fue hecho por un médico que no figura en la bibliografía mundial y que se postulaba (y esto pude averiguarlo a través de los médicos amigos que tengo en Francia) para alcalde de la ciudad de Lyon. Buscaba publicidad. Consiguió quién suturara la arteria y las venas, y puso la cara como jefe del equipo. Pero, insisto, no volvieron a repetirlo porque, en estos casos, son más los inconvenientes que las ventajas. Generalmente, los que necesitan esos trasplantes de cara son chicos muy pobres que han caído sobre el fuego o han recibido la leche hirviendo que la madre que trabaja no ha podido controlar. ¿Quién va a realizar, para esos chicos, el tratamiento diario que necesitan y los seis meses de internación más los 7 mil dólares mensuales en drogas inmunológicas? Desgraciadamente, esto todavía no es viable. Y prueba de ello es que los grandes centros de trasplante del mundo (y nosotros estamos haciendo esto desde hace veinte años), como los de Australia o Japón o el de Harry Buncke, que es el padre de la microcirugía y de los trasplantes, que viene realizando durante los últimos cuarenta años, se mostraron escépticos. Yo estoy trabajando con todos ellos y les escribí inmediatamente para saber qué pensaban, y nadie estaba de acuerdo con el trasplante de cara...

La vehemencia del Dr. Juri habla claramente de la pasión que siente por su especialidad:

—Esto va a ser posible en el futuro, pero no ahora. Además, hasta que estos tejidos se reinervan pasan seis meses, y en ese lapso de tiempo ese tejido se retrae, se fibrosa, pierde la expresión. Los tejidos que carecen de la movilidad que les brindan los nervios motores pierden vitalidad. Realmente, ésta sigue siendo una técnica imposible.

El doctor José Juri, entrevistado por Magdalena Ruiz Guiñazú en 2008.
Dr. José Juri. (Foto: Santiago Cichero.)

La trayectoria de Juri está poblada de anécdotas. También recuerda el caso (para el que fue consultado) de hermanos gemelos:

—Uno con mucho pelo y el otro calvo –recuerda–. El que tenía una cabellera abundante quería donar parte a su gemelo univitelino (del mismo óvulo materno) por tener la misma estructura genética. Salió muy bien. No hubo rechazo. Por ejemplo, no es el mismo caso que un corazón. Es algo diferente, porque no va aplicado sobre los tejidos, sino conectado y actuando como una bomba aspirante e impelente a través de dos tubos que son las arterias. La piel es diferente, porque es un trozo que va pegado al organismo, e inmediatamente genera rechazo. En el nivel de la cubierta cutánea es donde más rechazo sienten los tejidos. Por eso, en los hospitales de quemados muchos mueren porque no hay con qué cubrirlos. No hay piel que los salve y que pueda prender allí. Insisto en que todo esto es un futuro que hay que tener en cuenta, pero no es un presente... Por otra parte –insiste–, la cirugía reparadora con tejidos propios del paciente ha progresado muchísimo y se logran resultados excelentes. Ahora bien, la formación de un cirujano plástico que concurra a los grandes centros del mundo lleva muchos años y, lamentablemente, la mayoría de los jóvenes que recién se reciben quiere abrir de inmediato un consultorio y comenzar a ganar dinero. Esto, claro, no aporta absolutamente nada. La cirugía progresa en el mundo por un pequeño grupo que siente un gran respeto por la especialidad y se esfuerza constantemente en busca de progreso.

—Si pasamos a un nivel menos complejo, doctor, los hombres que tienen calvicie prematura me parece que han superado cómodamente ese problema, ¿no es cierto?

—Sí, sí. Nosotros hemos propuesto una técnica que ya ahora se ha perfeccionado, por la cual ni se ven las cicatrices, y que hemos usado tanto en niños como en adultos. Los resultados son excelentes. Trabajamos siempre con microcirugía y microtrasplantes.

El doctor José Juri, entrevistado por Magdalena Ruiz Guiñazú en 2008.
Dr. José Juri. (Foto: Santiago Cichero.)

—Perdón, pero, ¿por qué se produce la calvicie en los niños?

—En los niños no hay calvicie. Me estaba refiriendo a casos de quemaduras o de accidentes. También existe la calvicie hipocrática, puesto que Hipócrates (padre de la Medicina) también la sufría. Fíjese usted en este joven –nos muestra una serie de fotografías–. Se le ha trasplantado pelo de la zona lateral de la cabeza, y se le coloca sobre la frente uniendo una arteria y una vena temporal. Es una técnica que dura tres o cuatro horas, con excelentes resultados.

—¿Y en las mujeres?

—Bueno, en las mujeres, la calvicie es diferente, porque es una calvicie hormonal que ataca todo el cuero cabelludo. Cuando la mujer pasa el climaterio, aumenta las hormonas masculinas en proporción a las femeninas, y esto es lo que le produce la caída del cabello. Esto es responsabilidad de la hormona masculina. Sin embargo, generalizando, no a todo el mundo eso le preocupa por igual. Hay personas que se traumatizan y otras que, en cambio, lo consideran un fenómeno natural. Hay calvicies elegantes y aristocráticas. Hay caras que, enmarcadas con cabello, perderían encanto...

—Por ejemplo, Yul Brynner.

—Es un ejemplo típico. Aunque me hubieran propuesto operarlo, me habría negado, ya que su encanto residía, precisamente, en su aspecto.

El doctor José Juri, entrevistado por Magdalena Ruiz Guiñazú en 2008.
Dr. José Juri. (Foto: Santiago Cichero.)

—¿Y usted, Juri? ¿Cómo se decidió por esta especialidad?

—¿La cirugía plástica? Bueno, creo que hay que nacer para esto. Las otras especialidades se pueden aprender, porque están basadas en el conocimiento. Me refiero a la cirugía cerebral, la cardíaca o la abdominal. En la cirugía estética, en cambio, no basta con el conocimiento. Hay que conocer y sentir que son dos actividades de la mente totalmente diferentes. Es decir, que para hacer cirugía estética hay que haber nacido para ello, de la misma manera que un concertista o un cantante tienen dones naturales para lograr un buen nivel. En el caso de la cirugía plástica, es el don de la belleza, de la proporción, del orden. Yo estudiaba pintura y dibujo desde muy chico, simplemente porque me fascinaba y luego, cuando entré a la Facultad sin saber que me iba a dedicar a esta especialidad, estudié retrato artístico. Todo lo relacionado con la armonía y la proporción siempre me sedujo. Por ejemplo, en el campo, tengo todo hecho con un orden y una armonía notables. Aun en el lugar destinado a los peones me ocupo de la parquización porque, para mí, la belleza es casi la causa fundamental de mi existencia, así como para otros puede ser otro camino –Juri se concentra en una mirada lejana–. Para mí –prosigue con emoción–, como decía Dostoievski, lo único que puede salvar al mundo es la belleza. ¿Y sabe por qué? Pues porque todo lo que tiene belleza hace más placentera la vida, impregna los sentidos con una sensación fantástica. Y la fealdad es, justamente, todo lo que arruina la vida del ser humano.

—La suya es una vocación permanente...

—Sí, es increíble –Juri se conmueve ante los recuerdos–. Conservo mi cuaderno de primer grado, cuando tenía 6 años, en el que le decía a mi maestra que la iba a operar.

—¿Por qué? ¿Era muy fea?

—No, no. Yo le decía eso porque ya estaba seguro de que iba a ser cirujano, lo cual no deja de llamarme poderosamente la atención, porque mis padres eran agricultores, no había ningún médico en la familia. Y no es que yo quisiera ser “doctor” solamente, sino “cirujano”. Siempre, siempre, lo deseé así, y aún hoy el quirófano me emociona. Es el lugar en el que yo siento la placidez total. Cada vez que me enfrento con un caso, por más difícil que sea, me siento fantásticamente bien porque Dios me ha dado esta posibilidad de aliviar el dolor de los seres humanos a través del cambio de las formas. En definitiva, la cirugía plástica es una rama de la medicina, y la medicina tiene un solo objetivo, que es aliviar el dolor humano. Por eso, la primera profesión que hubo en el mundo no fue la prostitución, sino la cirugía plástica. Aun en el caso de una sola pareja, si uno de los dos buscando alimentos o herido por una espina se lastimaba, era el otro el que a través de hierbas, fomentos y lavando las heridas ya ejercía la medicina. La cirugía plástica alivia un dolor que es quizá más espiritual que físico, pero dolor al fin. O sea que el objetivo es ayudar al prójimo. El cirujano plástico, además del narcisismo que todos llevamos dentro, debe cultivar el “pigmalionismo”, o sea el amor que transforma al otro.

—¿Cuál fue su primer caso?

—Lo recuerdo perfectamente. Yo tenía 8 años y mi perro, que se llamaba Poch, se había abierto el lomo con un alambrado de púas. Yo fui, entonces, hasta la máquina Singer de mi mamá y tomé una aguja, la enhebré y lo puse a Poch entre mis rodillas para coserlo... Lo malo es que me había olvidado de la anestesia. El perro anduvo como diez días sin dejarse agarrar y con la aguja enhebrada en el lomo. Yo no sabía, claro, que los animales cicatrizan prácticamente solos. Como yo crío caballos, muchas veces los opero si tienen una fístula o alguna herida seria.

—Pero, más allá de este inicio de la infancia, ¿dónde comenzó a trabajar?

—Yo empecé muy joven en el Instituto de Cirugía de Haedo. Directamente vivía dentro del instituto. Fue el año más feliz de mi vida. Tenía una pequeña habitación en el primer piso. Hacía guardia todos los días. Piense que es un hospital de 480 camas. Ahora es mi hijo el que trabaja en Haedo.

—¿Allí empezó a operar?

El recuerdo le aclara la mirada:

—Mire, le voy a contar algo. Yo tenía una noviecita que se quería operar de un quiste sacro-coxigio, y pensó que yo ya tenía experiencia como para hacerlo. Busqué entonces al mejor cirujano del Instituto de Haedo, el Dr. Faraoni, un genio que parecía haber nacido expresamente para la cirugía, y le pregunté si en la guardia del lunes, en la que estaba como jefe, podía operar a mi novia. Me contestó que no había ningún inconveniente, pero cuando ya estábamos en el quirófano y la instrumentadora le alcanzó el bisturí, él me lo pasó a mí... Imagínese, nada menos que Faraone, mi ídolo. “Opere usted –me dijo–. Yo voy a ser su ayudante.” Casi me puse a llorar de emoción. Aún hoy me conmuevo. Nada menos que él, actuando como mi ayudante... Me sentí transportado al Olimpo. Una cosa impresionante. Sentí mucho su fallecimiento, porque para mí fue uno de los grandes que más admiré. ¿Qué cirujano de esa categoría le iba a confiar una operación a un jovencito de 24 años como era yo?

—Usted también trabajó como médico rural, ¿no?

—Sí. Y como médico rural, hice de todo: cesáreas, accidentados, apuñalados. Estuve ejerciendo en Norberto de la Riestra, en la provincia de Buenos Aires, donde vivían mis padres. Y me fui allí porque quería que mis padres sintieran el orgullo de tener un hijo “doctor”. Imagínese que todos recurrían a mí, que apenas había cumplido los 26. Me quedé ahí cuatro años y luego entré al Hospital del Quemado. El director, que era el Dr. Benaím, me aceptó con mucho gusto, y allí hice mis primeras prácticas. Yo pertenecía a una familia de buena posición económica, lo que me permitió luego viajar por todo el mundo. Estados Unidos, Francia, Brasil... Siempre con los mejores del mundo. En cuanto me enteraba de que alguno se destacaba, ahí iba y me quedaba un tiempo para aprender y ver qué hacía y cómo lo hacía. Como ya le he explicado, esto siempre ha sido una pasión para mí. La biblioteca que tengo con obras sobre cirugía plástica es única. No la tiene nadie. Me recorrí incluso los anticuarios de Europa y Estados Unidos comprando todo lo publicado en el siglo XX sobre cirugía plástica. También tengo trabajos extraordinarios, que son muy anteriores. Fíjese que hace 500 años la familia de los Branca Tagliacozzi hacían reconstrucciones nasales y, fíjese usted, mil años antes de Cristo no existían ni médicos ni cirujanos, pero en la India había un rey muy cruel que mandaba a amputar la nariz a los adúlteros. Cuando murió el rey, los amputados se hacían ayudar por los alfareros para que les bajaran un trozo de piel de la frente para tapar el terrible castigo impuesto por el rey. La frente cicatriza y el “colgajo-hindú” (así se llama en homenaje a los que lo descubrieron) sigue usándose aún hoy, por ejemplo en los casos de cáncer de nariz. Imagínese el talento de aquellos alfareros de la antigüedad, que en vez de suturar rellenaban los extremos con un poco de arcilla.

—¿Y no se infectaban con arcilla?

—No. Como ese colgajo tiene mucha vascularización gracias a las dos arterias que lo nutren, posee mucha vitalidad, y cuando el tejido tiene mucha vitalidad no se infecta. Cuando hay poca irrigación sanguínea, en la grasa por ejemplo, las infecciones son más frecuentes. Le cuento todo esto para señalarle que, desde aquella época milenaria hasta el momento actual, siempre ha habido gente, pequeños grupos, que han hecho progresar la medicina. Hay algo maravilloso en la cirugía reparadora: cuando opero a un niño con labio leporino, yo no quiero cerrar solamente la fisura. Quiero que ese labio quede perfecto. Que nadie advierta que, alguna vez, fue leporino.