La Pascua tiene maneras extrañas de manifestarse, especialmente si lo hacen en la puna jujeña, más exactamente en Tilcara, situada a 2.500 metros sobre el nivel del mar. Cada lunes de Semana Santa parte desde allí una peregrinación hacia el abra de Punta Corral, a 20 kilómetros de distancia y cuyos picos se elevan hasta los 4 mil metros. Los peregrinos, nativos de Tilcara y alrededores, parten con sus bandas de sikuris y atraviesan durante la noche el camino de picos y precipicios ofreciendo su música a la Virgen de Copacabana y a la Pachamama, que en esta región del mundo suelen confundirse. Se produce de este modo una celebración popular que conjuga los ritos de la cosmovisión andina junto a los de la religión católica (los estudiosos señalan el fenómeno como “sincretismo”, “paralelismo” o “pastiche”), en medio de la devoción y el festejo que pueblan de sonidos de instrumentos de viento, platillos y bombos los parajes de la montaña.
Las bandas de sikuris –compuestas por no menos de treinta miembros y que alcanzaron el número de 79 grupos este año– reciben la bendición en la iglesia de Tilcara y comienzan el ascenso nocturno hacia Punta Corral, donde se encuentra el altar de la Virgen de Copacabana –esa imagen fue el símbolo del anclaje del catolicismo entre los pueblos aborígenes andinos, ya que el inca Yupanqui le ofreció sus votos a principios del siglo XVI–, que será bajada a la ciudad para engalanar el Domingo de Resurrección.
Los fieles realizan promesas y aseguran que llegar hacia el altar en las alturas garantizará su cumplimiento. “Esta Virgen es un poco más milagrosa que las demás –explica don Gerez, de 67 años y fundador de varias bandas de sikuris, la última en 2003, con la que llega a su objetivo–. Un hombre estaba paralítico y fue a la Virgen y a las horas ya estaba caminando”.
Cuenta la leyenda que el intendente Félix “Diaguita” Pérez hizo la peregrinación descalzo –según dicen, el favor de la Virgen le permitió llegar al poder en 2002 como radical, mantenerlo como kirchnerista transversal y seguir en él como opositor, regresado a las fuentes–. Una banda de sikuris se propuso este año pedir a la Virgen por la performance de la Selección en el Mundial, y por eso una de sus banderas porta la insignia de la AFA –en 1986, la Selección concentraba en Tilcara antes de enfilar hacia México y se encomendó a la Virgen–. Sin embargo, luego del triunfo no regresó a agradecer los favores. En la región atribuyen a ese olvido la falta de campeonatos mundiales posteriores.
El padre Miguel Squicciarini es el encargado de la misa en las alturas, que se pueblan de carpas tendidas por los miembros de las bandas, aunque no pierde de vista la conjugación de linajes que se mixturan en el rito. “Es complicado definir qué quedó de cada tradición –explica Squicciarini–. El papa Francisco había escrito en su texto de Aparecida que no se llame más a este tipo de celebraciones ‘religiosidad popular’, sino ‘piedad popular’. No puedo juzgar hasta dónde prima la cuestión religiosa, cuánto influye la competencia entre las bandas, cómo influye el alcohol. Pero luego ves que ingresan al altar de rodillas, y muchos lloran, y sólo Dios sabe qué pasa por dentro de esas personas”.
El pastiche de tradiciones religiosas se muestra en las apachetas –promontorios de piedras en honor a la Pachamama, pero adornados con cruces–, en la ofrenda de corderos recién carneados a la Virgen, en la música que remite a la posibilidad del ruido de las milicias prehispánicas. Una música incesante y simultánea que sólo cesará cuando la imagen de la Virgen llegue a Tilcara, cuando el orden pascual retome el orden católico de la celebración.
Desde Jujuy