Algunos secuestrados aparecieron con dedos amputados, varios kilos menos, en estado de shock o con signos de deshidratación. Leonardo Bergara (37) tuvo suerte. Cuando la Policía lo encontró en la casa rosa del barrio de Los Patos, el empresario se levantó de la cama donde había permanecido atado sin mostrar todas las huellas que se esperan de un cautiverio de 33 días. Así lo confirmaron las primeras pericias forenses que se le practicaron a Bergara en su lugar de detención.
La descripción que hicieron los expertos de su estado psíquico y físico mostró algunos puntos sorprendentes, que no alcanzaron para poner en duda el secuestro pero que sí fortalecieron la sensación de que en esta historia policial todo es demasiado extraño.
Bergara no tenía signos de maltrato emocional ni rastros del síndrome de Estocolmo (la víctima termina identificándose y sintiéndose agradecida con su agresor). Y, a pesar de que él mismo admitió haber estado encapuchado durante todo su cautiverio, no presentaba señales de fotofobia; veía bien. Tampoco evidenciaba desequilibrios para caminar, como las personas que atrofian levemente sus músculos cuando permanecen mucho tiempo en una misma posición.
Las cámaras de TV lo mostraron con una barba tupida (no muy diferente de la de la foto de hace cuatro años que publica NOTICIAS en esta edición), las uñas largas, "pero limpias" (agrega el informe) y moretones en el contorno de sus ojos por la cinta de embalar con la que sus captores taparon su visión. No se lo vio con bajo peso ni aturdido. Tampoco olía mal, a pesar de que él dijo que sólo lo bañaron parcialmente tres veces en un mes. Tenía noción del día y la noche, una percepción poco usual para aquellas personas que, encapuchadas, pierden la noción del espacio y el tiempo.
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