COLUMNISTAS

Apriete, impunidad y desigualdad

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La forma que adquirieron los reclamos policiales y los sucesos que de ellos derivaron y que se extendieron dramáticamente luego de su inicio en Córdoba, obligan a un esfuerzo de entendimiento de las causas que les dieron vida. Intentaré realizar una síntesis de las que considero principales:

En primer lugar, la política del apriete: la actitud policial no debería sorprender teniendo en cuenta que esa inaceptable metodología, “el apriete”, ha sido impulsada y legitimada desde el poder político. Enviar a la AFIP a hurgar en la situación impositiva de personas molestas al gobierno, presionar para que no se publiquen avisos comerciales en medios no adictos, indiferencia frente a la actividad mafiosa de los barrabravas de clubes de futbol, indolencia frente a los corte de calles y rutas, patotear a empresarios, etc. etc. sólo son otras muestras de aquello a lo que la Argentina se acostumbró en los últimos años; el apriete policial es solo una perla mas en este rosario.

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En segundo término, la prevalencia de la impunidad: Se generalizó la noción de que “el que las hace no las paga”; así es fácil entender que los saqueos se conviertan, además del campo de acción de grupúsculos delincuentes, en una suerte de ejercicio deportivo, cuasi-festivo donde los chicos descargan adrenalina estival. No hay noción de delito; en todo caso de revancha o avivada. Y se nutren del espejo que proveen personajes vinculados al poder político o económico cuyas fechorías parecen no tener respuesta de la justicia o múltiples episodios de brutal violencia en el fútbol que terminan sin castigo a los responsables.

En tercer lugar: marginalidad y desigualdad: muchos pibes sin nada que hacer, con ninguna o poca plata en el bolsillo, con mucha invitación a consumir y ninguna perspectiva de lograrlo, mucho menos en una economía inflacionaria. Por ello el problema no es un problema de hambre. Sí, roban televisores, celulares y electrodomésticos.  El fomento del consumo como eje supremo del modelo trae resentimiento de quienes solo pueden acceder a migajas del consumo ofrecido. Los pobres  no viajan a Miami pero desean las mismas cosas que adquieren los no tan pobres. La desigualdad y la certeza de que ella se profundiza, está en la base más profunda del problema.

Si la ignorancia de los efectos sociales de la desigualdad que poseen los de “arriba” se mezcla con predominio de la impunidad y con la práctica selvática por la cual gana quien mas y mejor “aprieta”, se produce un cóctel explosivo; Diciembre de 2013 puede ser solo un ejemplo.
Frente a este panorama surgen algunas recomendaciones

Es tiempo de reformular los sistemas policiales argentinos que la “década ganada” ha dejado intactos, vinculados al delito y ahora cada vez mas expuestos a la influencia del narcotráfico. Instituciones desprestigiadas tienen poca posibilidad de cumplir bien su función y esto es válido tanto para policías como maestros. Nuevos cuadros cuyos jefes deben tener formación universitaria, capacitación, infraestructura y tecnología son necesarios en las policías provinciales y precisamos una policía federal que deje de cuidar el tránsito en la ciudad de Buenos Aires para transformarse en una verdadera fuerza nacional capaz de combatir el delito complejo y apoyar a las policías provinciales cuando se requiera. Discutir sobre la sindicalización policial antes de realizar estas tareas es a mi juicio absurdo.

Es hora de acabar con la impunidad. Las conductas no acordes a la ley debe ser castigadas pero, ¡cuidado!, ¡no se nos ocurra ensañarnos con los pobres solamente!. Mucho va a ayudar que los delincuentes del poder y la riqueza comiencen a pagar por sus delitos. Sin que el ejemplo del cumplimiento de la ley se dé en los niveles mas altos de la sociedad, la política de castigar el comportamiento ilegal de los pobres solo  generará mayor rencor y en Argentina, no recomiendo jugar con el resentimiento de los pobres.

Luego de 30 años de democracia es hora de debatir públicamente qué sociedad nos interesa ser: si esta, permeada por la desigualdad, la violencia social, la impunidad y la ausencia de Estado u otra donde el necesario crecimiento económico sea asegurado con una inserción  inteligente en el mundo moderno, con un mejor uso de los 100.000 millones de dólares que la nación y las provincias gastan en política social todos los años,  donde el que “las haga las pague” y donde la disminución de las diferencias sociales borren los rasgos de clasismo y xenofobia que crecientemente nos caracterizan cediendo el paso a un bienestar mas colectivo y a la convivencia civilizada.
 

*Sociólogo UBA/CONICET.