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debate furioso

Batalla en Diputados: la mala calidad de la política y nuestra responsabilidad ciudadana

Las escenas de la última votación representan algo tan grave como aprobar sin debate una ley trascendental como la reforma de la Justicia. Una reflexión imprescindible.

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Cuando uno se siente impulsado a defender a la clase política argentina ante cualquier comentario de los que se recogen a diario en la calle, el primer argumento que le viene a la mente es: “Así son las reglas de ese juego”. El grado de convicción con el que uno lo dice varía de día a día, de hora en hora. En primer lugar, porque “ese juego” es un menudo juego en el que está involucrada la sociedad, por lo menos en sus resultados. En el fútbol, finalmente, el resultado es que a un equipo le va mal, o sus jugadores son abucheados por los hinchas, o uno duerme mal una noche, pero la vida sigue al día siguiente. En el mercado, finalmente el resultado es lo que uno compró o no compró, disfrutó o no disfrutó, el mal humor que puede generarle la deslealtad comercial de alguien, pero en definitiva el problema lo sufre uno. Pero en la política lo sufrimos todos. La política es un juego de resultados colectivos, nadie se salva de las consecuencias. Pienso que la gente que se queja todos los días de la política tiene razón.

Pienso, por eso, que el problema de la política es un problema de la sociedad. La mala calidad de la política no es recortable; es, inexorablemente, parte de la mala calidad de algo más, algo que nos involucra a todos. Por sus consecuencias, sin duda. Creo que también por sus causas. Algo tiene que ver con esta deplorable calidad de la política argentina que los ciudadanos votamos sin compromiso, sin mandato, sin sentirnos representados, sin esperar ni demandar rendición de cuentas. La mala calidad de la política empieza por la mala calidad de la vida ciudadana –aunque ésta no explique todo.

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El espectáculo bochornoso de la Cámara de Diputados el jueves 25 de abril debería ser inolvidable. Me permito soñar: que muchos ciudadanos empecemos a pensar “así no”. Que algunos recuerden que hace unos días salieron a la calle a manifestar, otros no salieron pero acompañaron con su estado de ánimo a los que salían, otros no acompañaron pero después tomaron nota, otros no salieron ni les importa todo eso, pero así y todo votaron y volverán a votar. Y, sigue mi sueño, que se digan a sí mismos y en sus conversaciones diarias: “así no, no quiero esto”.

El espectáculo bochornoso se desarrolla en varios momentos. El peor, para este modesto columnista, es que una ley de importancia mayúscula, que puede incidir en el futuro del país y en lo que les suceda a millones de personas –que, ocasionalmente, deben acudir a la Justicia buscando la aplicación de algún derecho–, una ley de tamaña trascendencia, sea aprobada sin debate en el Congreso, sin amplio debate en la sociedad, sin consultas, por una diferencia de un voto, que además se logró con desmedidas dificultades y procedimientos oscuros y sospechosos. También es bochornoso el espectáculo de la gresca, los insultos, las agresiones cruzadas. También he escuchado –entre otros, a mí mismo– hablar del gusto amargo que deja la “táctica” de legisladores opositores que no entraron al recinto para no dar quórum, en lugar de entrar para debatir; admito que eso puede ser “táctica” y por lo tanto parte del juego, hasta que adquiere otra tonalidad cuando, finalmente, estando en el recinto, lo único que resuena son gritos e insultos. Con frecuencia oigo decir: “Esta o este diputado tiene pelotas, ¿viste lo que le dijo a Fulano?”; son conocidos por su capacidad de insultar o gritonear –bien que a veces con justificación–, no por el trabajo legislativo que hacen, pero no trasciende.

La sociedad debería mostrar la tarjeta roja a los legisladores que aprobaron estas leyes de esa manera. De hecho, he visto que circula estos días una propuesta de algunos dirigentes políticos de sancionar moralmente a los diputados y senadores que voten esta reforma de la Justicia invitando a no votarlos nuevamente, sean del partido que sean. Para quienes no la votaron pero no enaltecieron al Congreso y no encuentran espacios, u oportunidades, de mostrar algo más que capacidad de gritar, insultar y hacer ruido, la sociedad debería mostrar la tarjeta amarilla. De hecho, lo está haciendo, aunque no se den por enterados: cuando un millón de personas se autoconvocan, y acuden, a una manifestación política, y los dirigentes de la política aparecen allí pintados, el mensaje a esos dirigentes es una tarjeta amarilla.

Me vienen a la mente dos imágenes. Una tiene sus años, es de fines de la década de los 80, cuando mujeres de los principales partidos de Mendoza armaron la Multipartidaria Femenina, convocaron a organizaciones sociales y a la ciudadanía y llevaron adelante un programa consensuado desafiando y pasando por encima a la dirigencia de esos partidos, que no estaba de acuerdo. Fue una evidencia de que en la Argentina podían buscarse y alcanzarse consensos políticos a través del diálogo y las coincidencias. La otra imagen es muy actual, es el acuerdo político en México, del cual se habla frecuentemente estos días. Leo en una página en internet que –después de un escándalo de corrupción en un Estado que está poniendo en peligro el mega acuerdo político llamado Pacto por México– dirigentes de los tres principales partidos se gritaron e insultaron un poco, pero ahora acaban de acordar un esfuerzo conjunto para asegurar la transparencia en el manejo de los fondos federales, y así salvar el Pacto.

Sueño que algo así suceda en la Argentina.



*Sociólogo.