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NUEVO ORDEN

Demonios de la modernización electoral

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Anunciar que se han alcanzado consensos claves por parte de los partidos políticos para avanzar hacia una reforma electoral, como hizo el presidente de la Nación frente a la Asamblea Legislativa el pasado martes, deja un mensaje alentador de cara a los próximos comicios. Tres son los ejes de debate: herramientas de sufragio; unificación de calendarios e independencia del ente de control electoral.

Reformar los dos primeros es una cuestión nimia frente a la puja de intereses que despierta la propuesta de crear un ente autárquico responsable de la organización y el control comicial. Varias estructuras del Estado han entrado en crisis frente al desafío planteado, y muestra de ello es el repentino desarrollo de un costoso seminario que financia invitados vip del exterior, quienes habrán de colaborar en la autopsia de las vapuleadas elecciones de 2015. El contraste será dado ahí mismo por la exposición en materia de tecnificación electoral encarada por la provincia de Salta, virtuosa evolución que, como lo expresara el presidente de los argentinos, es lo que se quiere para la Nación.

Dos provincias argentinas y varios países latinoamericanos en proceso de revisión de sus sistemas de votación dan testimonio suficiente para entender que la boleta única de papel elimina inconvenientes del cuarto oscuro, pero deja expuesto a fraudes el recuento en mesas sin fiscales, no resuelve el traslado seguro de resultados y poco ayuda a los escrutinios definitivos. Resuenan aún los casos de Córdoba 2013, Ecuador 2014, Santa Fe 2015, Bolivia 2016, por mencionar sólo los más recientes. Se trata entonces de un sistema con buena prensa en cuanto a representar un atajo circunstancial al futuro camino tecnificado, pero no es otra cosa que un cul-de-sac escasamente señalizado.

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Vale la pena detenerse a observar y tratar de entender la lógica que caracteriza a las costumbres vernáculas. Hay que reconocer que los factores que favorecen las prácticas delictivas en materia electoral no son neutros al momento de elegir las herramientas de emisión de sufragio. No está en los libros, pero es de estilo aleccionar a quien pierde una elección respecto de que no sólo debe evitar admitir la derrota sino que “conviene instalar” el problema en el escenario, así reverdecerán sus chances de futuro candidato. En esta línea de razonamiento, ¿qué mejor que el robo de boletas, la falta de fiscales, el voto cadena o la adulteración de certificados? Si bien todo ello es catastróficamente cierto, peor resultaría desperdiciar la oportunidad de eliminarlas de cuajo con un nuevo sistema probado y de resultados indiscutidos. No desaparece la liturgia del perdidoso, aunque debilita sus argumentos hoy irrebatibles.

Lo acontecido en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 2015 con la elección del nuevo jefe de Gobierno, donde se aplicó la boleta única electrónica, como lo han hecho exitosamente gobiernos provinciales y municipales, dirimió, ante la mirada de los argentinos en general y los porteños en particular, en poco más de una hora los resultados obtenidos por el doble escrutinio público, físico y electrónico de voto por voto, en la quizás más reñida elección del año y una de las de mayor impacto político de cara a las elecciones nacionales.

Todo proceso electoral debe indefectiblemente hacerlo el Estado, que no puede ni debe delegar responsabilidades, pues es quien tiene que garantizar la transparencia y la seguridad de los comicios. Dicho esto, también está obligado a reconocer que el sistema en crisis ha sido administrado exclusivamente por sí y que hoy lame las heridas autoinfligidas por su omnipotencia y escasa visión anticipatoria. Ha convalidado la falsa dicotomía público-privado que enarbolan intereses sectarios y que agitan la marketinera chicana de “no privatizar las elecciones” como si existiese alguien que así lo reivindicase. Se han acorralado en un cepo ideológico que les ha impedido siquiera dialogar, por temor a caer en la trampa que se les tendiera.

Asumir con humildad, como se hizo hace doscientos años, que las provincias argentinas una vez más señalen a la Nación el camino a recorrer, es la grandeza que se reclama hoy a funcionarios y magistrados. Erigir un nuevo orden que genere sinergia virtuosa de lo mejor de una sociedad con actores públicos responsables y privados comprometidos con la transferencia tecnológica, es el desafío. Evitemos aquello que el escritor británico Douglas Adams dijera alguna vez: “Los seres humanos, que son casi únicos en su habilidad para aprender de la experiencia de otros, son también notables por su aparente aversión a hacerlo”.

*Presidente & CEO Grupo MSA SA BUE / Vot.ar® - Industria Argentina.