COLUMNISTAS
HERENCIA K

Detrás de Cresta Roja

Cómo la empresa y el kirchnerismo potenciaron el negocio y la debacle. El misterio de las cajas de zapatos.

MENUDO PROBLEMA...Mauricio Macri
| Pablo Temes

Al personaje lo llamaban Ferragamo, quizá por su dadivosa inclinación a obsequiar cajas de zapatos. Sobre todo, luego de percibir un crédito o un subsidio. Como si fuera una devolución o una mordida, según la jerga tropical referida a esa entrega personalizada, indelegable al círculo del poder. Y como si en la caja realmente hubiera zapatos. Trascendió el mote por haber sido uno de los mayores beneficiados de esa política gubernamental, fundada en la protección del empleo, la industria nacional y el proyecto de patria. También por otras derivaciones menos sanctas, según lenguas maledicentes, aviesas. Finalmente, no era el único en el novedoso mundo del capitalismo de amigos que crecieron con los K en forma exponencial, aunque con perfil menos notorio. El personaje, por otra parte, ya había ensayado una aproximación semejante en los noventa, cuando se lo reconocía dedicado menemista, pero fue en la década ganada cuando alcanzó el esplendor y su empresa avícola se encumbró, tiempos en que se lo reconocía como uno de los cinco más conspicuos empresarios del cristinismo. Su magnitud, sin embargo, estaba limitada: no es lo mismo vender pollitos que usinas, aunque entrañen el mismo esfuerzo.

Con aspiraciones monopólicas para el sector, hasta se volvió internacional. Al menos, así hay que considerar su experiencia en Venezuela, donde amplió sus negocios y continuó en su generosa tarea –dicen– de regalar cajas de zapatos. Eso sí, en esas tierras sólo los militares eran destinatarios de sus encomiendas. Civiles abstenerse, al revés de la Argentina. El relato diría que se trataba de una “geopolítica”, de la hermandad bolivariana, algo así como lo de Odebrecht o Petrobras en Brasil, negocios ceñidos a su tierra, a algún país vecino nac & pop o a ciertos Estados africanos. Era un “boligarca”, sinónimo de rico advenedizo en el corazón chavista. Tanta dependencia estatal, sin embargo, le generó problemas en los dos vértices: en Caracas le suspendieron los pagos al vaciarse la caja petrolera y, en la Argentina, por el mal gasto le congelaron los precios para cuidar la mesa de los pobres y los voluminosos subsidios reparadores se volvieron insuficientes por culpa de una inflación impronunciable y no aceptada por el Gobierno. Para colmo, le cedieron “papelitos” en pesos compensatorios que el mercado reconocía con descuento. Y tampoco sirvió, parece, un gigantesco crédito del Bicentenario con tasas privilegiadas para instalar otra planta industrial que, se supone, estará alojada en algún lugar del planeta. Un declive de montaña rusa que, igual, no eliminaba los gestos –por así decirlo– que el empresario sostenía a favor del obligado calzado fino en cajas de zapatos. Si uno lo desea, hay cierto paralelismo con otros rubros en los últimos años, el transporte y los trenes, por ejemplo. Así se fue hundiendo Ferragamo, un self made man de los que gustaban a Néstor y a su mujer, portavoz fanático de sus gobiernos, que empezó con apenas 300 pollos desde el subsuelo con su hermano –el que realmente cuidaba el proceso de producción, dormía y se levantaba con las aves– hasta incubar casi quince millones cuyo desarrollo costaba más de lo que se obtenía por la venta. Entonces, explotó el empleo, la cadena de valor, los pagos, cesaciones, huelgas y, para colmo, en el final se le dinamitó el matrimonio, encontrando consuelo en una secretaria más joven, naturalmente, mientras la ex fue operada seriamente del corazón hace menos de una semana.

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Macri debutó con esta crisis de arrastre, no se la aclararon a la gente y, como tapón de emergencia, aportó para el mal trance de las fiestas un cupón asistencial en medio de piquetes y refriegas. Transitorio, como todo. La gobernadora Vidal, en el barullo violento, clamó: “Vendan la empresa”. Si hubiera podido, Ferragamo ya estaría jugando al golf en el exterior. Aparecía, claro, cierto amateurismo gubernamental en la superficie, casi comprensible por el estreno ante la protesta en las rutas. Algo parecido sucede con el devaneo teórico ante la temida suba de la inflación, sobre el modelo a observar de otros países (¿Chile, Brasil, México?) que devaluaron sin traslado a precios, una puerta de emergencia que sea gratis. Incluyendo, tal vez, un ancla diferente (como fue el dólar para Cavallo o Kicillof) para contener el costo de vida. Magia de quienes creen que la economía puede dormir en el lecho de Procusto. Como el parche de un pacto social y cristiano para gobernar con turbulencias menores durante seis meses, mientras los empresarios juran que contendrán la remarcación en las góndolas sin explicar cómo hace un supermercado para vender tres productos pagando sólo dos, ya que nadie imagina que si uno va a una concesionaria le darán tres autos si paga dos. O, ya que de vehículos se habla, ¿cuál ha sido la razón por la cual algunas unidades habían aumentado 200% en dólares en apenas diez años? No lo preguntó Moreno, tampoco Costa, menos la nueva administración, con intención más libérrima, amenazando con abrir importaciones como mecanismo de bloqueo cuando esa partida de naipes ya la jugaron los tahúres. Interrogantes en el nuevo período al que se suma la rebeldía presunta de Hugo Moyano –antes alimentado con Valium en la Capital Federal–, quien se le planta a Macri porque lo desconocieron cuando designó al ministro de Trabajo y, sobre todo, por cederle la administración de las Obras Sociales a un hombre que no es de su hermético club. Imperdonable para él, su ego y autoridad, más cuando ya sabe que el Presidente les dará un bono contante y sonante a los gremios por la compensación de una deuda imprecisa de esas mismas obras, olvidándose lo que decía Perón al respecto: “A los muchachos, todo. Menos la plata”. Rodaje complicado.