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MARCELO TINELLI, UNICO TITULAR DEL SAN LORENZO DE LAS ESTRELLAS

El soñador

Somos un país de soñadores. Bailamos, cantamos, patinamos, votamos y jugamos por un sueño. “No sé qué es el trabajo táctico”, dijo Riquelme, brutalmente sincero, confirmando lo obvio.

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“Si así fue, así pudo ser; si así fuera, así podría ser; pero como no es, no es. Es cuestión de lógica.”
Lewis Carroll (1832-1898)

Somos un país de soñadores. Bailamos, cantamos, patinamos, votamos y jugamos por un sueño. “No sé qué es el trabajo táctico”, dijo Riquelme, brutalmente sincero, confirmando lo obvio. Román reivindica “la nuestra”, muy al estilo de Johann Herder (1744-1803), duro defensor del particularismo cultural, a quién Immanuel Kant cruzó con los tapones de punta en eliminatorias filosóficas. Ya profeta en su potrero, nuestro estratega autodesmentido se propone como bandera del talento argentino en estado puro; gracia por la cual –se sabe– nos envidia el mundo, siempre tan ajeno, necio o negador.
¿Qué hace ahí Marcelo Tinelli, perdido en la multitud, esquivando manotazos, muerto de risa con sus enormes auriculares? No es un sueño. Racing acaba de ganar la Supercopa y él cubre los festejos, en exteriores. El viejo video lo muestra joven, algo inseguro, vapuleado por los que saltan y saludan a cámara cruzándole los brazos por la cara. ¿Cual era su sueño en aquel 1988? ¿Ser el 9 de San Lorenzo? ¿Dejar de gritar en canchas alquiladas? ¿Ser presidente?
Lo peligroso de los sueños es que un día, zás, pueden convertirse en realidad. “¡Poné a Tinelli!”, cantan hoy los rivales cuando las cosas no le salen a los jugadores de Ramón. Es lógico. Todos saben que el único titular en este San Lorenzo de las estrellas es él. Hace meses hubo elecciones, compitieron tres listas y ganó el oficialismo de Rafael Savino. Un ejemplo de democracia para clubes como Racing, quebrado y cautivo de la desafortunada gestión de su gerenciadora. Algunos escépticos no lo ven igual. “Lo único que eligieron los socios fue el nombre de quién le dirá que sí a lo que decida Marcelo”, especulan. Hay gente mala.
En agosto de 2006 San Lorenzo era un club en convocatoria, humillado por el 1-7 de Boca, de local. Para colmo,wcelebró la goleada con carrozas, murgas y baile con jugadores. Los hinchas lo querían matar. Duró poco. Meses después, mágicamente llegó Ramón Díaz, el hombre que regala camionetas. Salieron campeones. Su contrato fue firmado en Ideas del Sur. Las cosas empezaron a aclararse. Este año –el del Centenario–llegaron jugadores de Europa, contratados por un grupo empresario. Los amigos del campeón. De Tinelli, claro.
¿Qué tiene San Lorenzo? Para empezar, un técnico ganador. No es fácil decir más de Ramón, un hombre simple, elevado al summun de la picardía por una prensa aduladora, necesitada de personajes. Fue multicampeón en un River lleno de figuras que solían burlarse en público de sus limitaciones, sin ahorrar crueldad. Ya en San Lorenzo y con un fútbol vaciado, armó un equipo sin nombres y le fue bien. Tuvo dos grandes virtudes, acaso las únicas visibles: supo elegir, y potenció a algunos jugadores del montón que, con él, rindieron muy por encima de sus capacidades. 
¿Son tan estrellas, estas estrellas? A D’Alessandro lo mató el archivo. “Si volvés de Europa es porque te echaron”, dijo el año pasado, desde la seguridad de su contrato con el Zaragoza y antes de pelearse con todos. Nunca deslumbró, ni en España ni en Alemania; pero tiene buena pegada, habilidad, es veloz, y vertical de tres cuartos hacia arriba. Eso le garantiza el regreso al Olimpo europeo –aunque sea en equipos medio pelo–, siempre que brille durante estos meses de penitencia, que para eso vino. Placente jugó años en el Leverkusen, pasó por el Celta y se quedó con el pase. No consiguió club y aquí lo tenemos, a los 30. Bergessio hizo goles en Racing y se fue al Benfica, donde jugó apenas tres partidos. Un desastre. Aceptó venir, pero se aseguró 500.000 dólares. Sigue rápido.
¿Y ahora? Pasa que los stars aún no desequilibran y el técnico duda: juega con un solo punta y al partido siguiente con dos; o con tres y enganche. Orión se enfureció cuando voltearon su pase al Napoli, Tula se peleó en un entrenamiento y después se hizo echar tontamente en los primeros minutos, igual que Torres y Ortiz. Hay nervios, ansiedad, desconcierto.
Con Tinelli en la cancha sería diferente. Lo digo sin ironía. El es un solista; como Maradona entre 22, Hendrix en trío, o Kirchner con sus gabinetes fantasmas. Un Midas que convierte en oro el metal menos noble. Todavía giran por las pequeñas salas del país muchos ex de su programa, que viven gracias a ese fugaz paso por la gloria de sus 30 puntos. Pero para que esa magia funcione, Tinelli debe estar. Es la ley. Esta vez, su veni vidi vinci será imposible.
Alfred Hitchcock (1899-1980), un solista del cine, era implacable con su equipo. “Si un actor quiere discutir sobre su personaje, lo mando a leer el guión. Si necesita saber cual es su motivación, le digo: tu sueldo”. Un mecanismo exacto, con piezas aceitadas, conducido con mano de hierro por un virtuoso. Nada que ver con el imprevisible juego de la pelota y menos con este San Lorenzo, donde a veces Ramón parece Ed Wood y D’Alessandro... no es James Stewart.
A no desesperar, amigos, que esto recién empieza. Todo puede suceder. ¿Por qué no? Nos esperan imprevisibles giros en la trama, suspenso, alguna muerte en el camino, malos muy malos, buenos no tan buenos y un final sorprendente. Será drama o comedia, entonces, esta superproducción.
Que parece Hollywood, pero no es. No del todo. Porque uno intuye –o espera– más toques bizarros en la historia, algún detalle perturbador, irónico, de involuntario humor. Como en una de Hitchcock