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El valor de una palabra

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Un amigo español, escritor, que anduvo por Buenos Aires, me habla del encuentro con uno de sus dioses, el argentino César Aira. Acongojado, me dice que Aira le confesó que visto y considerando que los críticos no parecen dispuestos a dejar de usar en relación con su obra y con él mismo una palabra determinada que no me atrevo a escribir, decidió no publicar nada por el término de dos años, con la esperanza de que esa palabra pase al olvido y no sea vuelta a usar nunca más precedida o seguida de su nombre. Con el objeto de tener a su audiencia bajo control, en una presentación reciente, no sé si en Chile o en México, Aira tomó asiento y puso sobre la mesa un revólver, mientras decía: “La primera vez que alguien pronuncie la palabra... me pego un tiro”. Aparentemente nadie la pronunció, porque César Aira sigue vivo.
Aira insiste en que esa palabra maldita tiene un trasfondo despectivo, y por eso la detesta tanto. Alguien que tiene facilidad para engendrar obras abundante y rápidamente es sin más alguien que tiene facilidad para engendrar obras abundante y rápidamente. El trasfondo despectivo puede estar presente, pero el trasfondo despectivo puede estar presente también en la utilización de cualquier otra palabra. De hecho, si hay algo en que la lengua no ahorra es en su capacidad para convertir en despectiva cualquier palabra. El hecho es que dicho uso despectivo no viene automáticamente ligado a la palabra en cuestión –o no siempre viene automáticamente ligado. Yo mismo reconozco haber usado más de una vez esa palabra en relación con Aira, pero no recuerdo haberla usado jamás con una carga despectiva. De modo que lo que preocupa ahora –lo que me preocupa ahora– es tener que esperar dos años para leer un nuevo libro de Aira. Una palabra, el uso de una palabra, de una sola palabra, actúa como una especie de retardador, capaz de lograr que un autor escriba libros y en vez de publicarlos los guarde en el cajón. Los escritores suelen creer que las palabras son importantes –digo “creer” porque no hay nada que pruebe que lo sean, en mi caso no suelo darles tanta importancia y suelo “creer” que lo que importa son los actos, aunque en ese caso la palabra creer podría tranquilamente carecer de comillas, porque es más difícil probar que los actos carecen de importancia. Pero las palabras...
Esopo informa que un día una zorra se burló de una leona: “Tú das a luz un cachorro por vez”, le dijo. A lo que la leona replicó: “Es verdad, sólo uno, pero es un león”. El diálogo de la zorra y la leona no se aplica a los escritores, sus obras, y el tiempo que tardan en escribirlas. Alguien que publica una novela cada diez años no garantiza calidad por eso. En su caso se podría hablar de esterilidad, y en ese caso no podríamos evitar ser despectivos. Con lo cual queda demostrado que si lo que Aira quiere es escaparle a la despectividad está sonado, y que es mejor ser eso que no quiere volver a oír que estéril.