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EL CASO ORION, LA TROIKA QUE DOMINA EL VESTUARIO Y TEVEZ, EL NUEVO LIDER

El villano del arco y Carlitos Perón

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“Cuando se tiene cierta moral de combate, de poder, hace falta muy poco para dejarse llevar, para pasar a la embriaguez, al exceso”

Marguerite Duras (1914-1996); de su biografía escrita por Jean Vallier, tomo I (2006).

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No hay historia posible sin villanos, y eso es algo que nos enseñan tanto la historia como la ficción. Los de cine son perfectos. Jack Nicholson con su hacha persiguiendo a su mujer y su hijito en El resplandor, de Kubrick. Gary Oldman pensando en Beethoven antes de masacrar a una familia en El perfecto asesino, de Besson. Javier Barden y su Anton Chigurh en No es país para viejos, de los Coen, que para divertirse dejaba que una moneda decidiera si mataba a alguien o no.

Y el peor, la escena más cruel jamás filmada: Richard Widmark en El beso de la muerte (1947), en el papel del sádico asesino Tommy Udo. Ahí lo vemos: sube una larga escalera de esos tenebrosos viejos edificios neoyorquinos. Busca a alguien. Toca el timbre. Lo atiende una anciana de cabellos blancos, en silla de ruedas que le dice: “Mi hijo no está y no sé si volverá”. Miente mal. Udo la mira y su rostro se transforma. Sonríe. “A veces puedo ser terrible”, le dice, y de un tirón arranca el cable de una lámpara. Ata a la mujer a la silla mientras su risa tapa sus aullidos. Abre la puerta, toma envión y la arroja escaleras abajo. Cierre con primer plano de su última carcajada. Wow. Eso sí es un villano.

El fútbol no es ficción –al menos la mayoría del tiempo– pero también tiene sus villanos históricos. Antes que nadie, los árbitros, odiados porque sí, hagan lo que hagan. Hubo delanteros que intimidaban a sus marcadores por ir tan fuerte como ellos –recuerdo a Dertycia, entre otros– pero son una minoría. Defensores y volantes que han pegado como Tyson sobran, pero son villanos de oficio. Cumplen con su trabajo. Les falta locura.

Para eso están los arqueros, dicen. Gente rara que se viste diferente, entrena aparte, usa las manos, vuela y, como los anestesistas, sabe que el mínimo error de cálculo en la operación puede ser fatal. Gol. Y saldrán en la foto pero ya no en el aire, sino en el piso. Vencidos.

Chilavert fue el mejor villano del arco. Provocador, agresivo con la prensa, despectivo con sus rivales, fanfarrón, adorado por los suyos. Un ogro genial. Gastón Sessa, otro caso de estudio, no alcanzó estatura de villano porque lo suyo era part time; dependía más de sus momentos anímicos. Se peleaba con un alcanza pelotas, agarraba del cuello a un árbitro o le pegaba una patada de karate a Palacio, pero sin sostener semejante desmesura. Más carne de diván que un duro de thriller.

Hasta que llegó Agustín Orion.

La primera vez que oí su nombre fue en 2006, durante una gresca en la boca del vestuario en un amistoso contra Gimnasia, en el Bajo Flores. Era suplente y me llamó la atención verlo pegar con cierto estilo a un guardia de seguridad y a un par de rivales. Después supe que, como a mí, le encanta el boxeo. Se nota. Algo de eso debe haber intuido el grupo de hinchas de Berazategui que le gritó un gol sobre la hora que le hizo perder una final a Midland, del que Orion es fanático. Un video lo muestra saltando plateas de la cancha de Lanús con su 1,87 y sus 90 kilos mientras los alegres burladores huían como en un naufragio. Por suerte, no pasó nada. Tampoco Falcao terminó en el hospital, promesa que le hizo a los gritos en un amistoso de verano contra River, ese mismo año.

Como a Guillermo Vilas le sucedía con el tenis, Orion no parece tener el físico ideal para su puesto. Un problema que se soluciona entrenando mucho, siendo disciplinado y muy profesional. Lejos de la imagen de esos arqueros plásticos y atléticos, Orion parece pesado, poco estético, torpe con los pies. Detalles que no le impidieron tener una carrera brillante, ganar títulos en tres clubes como titular y llegar a la Selección. Sin duda, fueron sus virtudes técnicas, reflejos y ubicación lo que lo sostuvo. La gente lo respeta, pero en general no muere por él.

A mí nunca me gustó su estilo –cosa que a Orion no debería preocuparle en absoluto– pero parece que lo mismo le pasa a Navarro Montoya, que ya en 2011 advertía que era “prematuro” afirmar que Orion podía ser un referente del arco de Boca. Hace días, afirmó que la jugada contra Gamba –similar a la que lesionó a Bueno– se debió a un error de posición suyo, con una defensa muy adelantada, lo que lo obligó a salir descontrolado.

No es simpático, aunque su mirada algo melancólica le quita fiereza. No suele prestarse a los gags de los programas de la tele, no se exhibe, resguarda su intimidad. La relación con la prensa nunca fue la ideal. Los desmesurados elogios a Sara, un muy buen arquero, más bien fueron tiros por elevación contra nuestro villano, que este año hizo méritos como nunca: tres expulsiones en 19 fechas, un fracturado y el leve giro de cabeza con el que convocó al equipo a aplaudir a La 12 y agregarle más ridículo a la noche del papelón del gas pimienta.

Orion tiene pocas pulgas. Terminó mal con Ramón Díaz, el técnico que le dio la titularidad y con quien fue campeón en San Lorenzo. En Estudiantes, reino de Verón, supo ubicarse y en Boca mantuvo una prudente relación con el intocable Riquelme. Recién cuando se fue, tomó el poder del vestuario, liderando una troika con Cata Díaz –un central con cara de malo, como le gustaban a Basile, pero silencioso, de bajo perfil– y Gago, un baby face de eterno mal humor.

El 1, en todo sentido, es él. Sabe cumplir ese rol. Nada personal. Aprieta y sale con todo cuando puede o debe, y no enfrenta al poder sin chances. Negocia. Los villanos clásicos son más románticos y no tan políticos pero, bueno, así viene la película en este Boca golpeado por los éxitos de River.

Intuyo que habrá cambios. Habrá que ver cómo convive Orion con otro ídolo histórico de estilo tan pero tan diferente que parece su opuesto perfecto.

El líder de masas Juan Domingo Tevez.