COLUMNISTAS

Fantasía social

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Recién a los 53 minutos apareció un pibe con auriculares para escuchar la traducción de la charla de Obama y preguntarle al presidente en español. Hasta ese momento, la mayoría de los jóvenes en la Usina del Arte se habían dirigido al Presidente directamente en inglés sin tocar temas como el de los pueblos latinoamericanos, la liberación del capital financiero o recomendarle a Obama que leyera a Jauretche. Esos temas nunca aparecieron. Tuvieron que pasar varias preguntas hasta que alguien hablara español. Una elite de jóvenes destacados desplazaba a millones de otros jóvenes hacia un silencio total.

Supuestamente, la juventud había pasado los últimos doce años volcada al éxtasis del renacer político de la mano del matrimonio presidencial haciendo únicamente visible a esa juventud supuestamente nacional y popular. En las tribunas que colmaban el diálogo con Obama, todos eran jóvenes nuevos y distintos, eran los invisibles para el kirchnerismo, los otros hoy vistos. Al mismo tiempo confirmaban que ya nadie es como era hasta hace unos meses y José Ottavis es la prueba más escalofriante. Con la visita del presidente del país tal vez más asombroso del mundo, el gobierno de Macri daba un cierre simbólico a sus generosos primeros cien días de gestión y colocaba en el escenario político a una nueva juventud.

Describir el momento real en que una sociedad cambia es siempre una ficción. La sociedad simula una continuidad cuya descripción interna se denomina “estado” de una sociedad. Es decir, esa continuidad sin aparente cambio la denominamos como el “estado” de una sociedad dada. Cuando una sociedad enfrenta cambios le damos el nombre de “sucesos”; es decir de “sucesos” que cambian el mundo. Todas son autodescripciones, palabras que dan sentido. De este modo, la política sería, desde su propio narcisismo, especialista en crear sucesos que modifican este mundo. La elección de Macri, la visita de Obama, la distensión en la política interna y el acuerdo con los holdouts serían una secuencia furiosa de “sucesos” modificadores de la sociedad argentina, logrando además el porvenir de una nueva juventud. Dijo Macri que “aprendimos que no sirve gritar y agredir”. Todo ha cambiado.

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La experiencia política actual, igual que el kirchnerismo en sus primeros años, juega al cambio del mundo que lo rodea. Néstor y Cristina habrían adaptado a la sociedad juvenil y de artistas a un nuevo paradigma creando una avanzada casi revolucionaria que sería la defensa perfecta para evitar el retroceso de los logros. Cuando no se conseguía convencer a todos, aquellos que quedaban del otro lado, naturalmente por error, eran los que sentían la grieta que hoy habríamos aprendido innecesaria. Las descripciones cruzadas entre estos rivales, los empoderados y los que hablan bien inglés, hicieron creer que toda la sociedad se reflejaba en estos dos bloques. La asunción de esto como descripción de lo real produce, en los cambios de apoyo ahora a Macri, una sorpresa incontenible. ¿Cómo puede la gente cambiar tan rápido de ideas?

La exposición en los medios de comunicación de las discusiones políticas, la transmisión en vivo de marchas y actos, crearon de una escena visual casi ficcional una descripción supuestamente precisa y concreta punto a punto del entramado social construido desde 2003. Para los rivales esto implicaba la necesidad de modificarlo por el riesgo que suponía; para los defensores, la necesidad de sostenerlo. Estos extremos interesados en la política ocultaron y ocultan un 70% de ciudadanos para los cuales su vínculo con la vida cotidiana es más pragmático.

La mayoría de los argentinos puede ir de Cristina a Macri sin escalas, porque algunas cosas les parecen bien, y otras mal. La sociedad no cambia tan rápido como parece, en su “estado” se incluye ese mismo músculo de la modificación que probablemente el macrismo haya sabido comprender y utilizar mejor que nadie. Por ahora, más que cambio social, es una modificación de lo que se muestra, de lo que se indica en la observación. Macri prefiere ver una sociedad distinta y con Obama se convencen de lo imposible. Por ahora me resulta realmente exagerado.

*Sociólogo. Director de Ipsos Argentina.