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La bifurcada

María Eugenia Vidal, entre ser fiel a Macri, la Provincia y sus cortocircuitos con Peña.

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Vidalita Bonaerense. | Pablo Temes

"Si te vas, no te voy a llorar. Si te vas, no te voy a extrañar”. Estribillo de un clásico del rock local con raíz tanguera –el hombre abandonado– cuya novedad es la partida de la mujer con otra mujer, el cambio de inclinación sexual. Duro para un duro del blues, más en los 80, cuando Memphis popularizó el tema gracias a simpáticas invocaciones al colchón y el televisor. Esa alusión, sin embargo, hoy remite a un hecho político: la canción se llama La bifurcada. Y encaja ahora con María Eugenia Vidal, envuelta y dividida entre la devoción hacia Macri y su propio destino, entre su capacidad digestiva para tragarse sapos y la repulsa a esa ingesta. Abundan los elementos que distinguen esos mundos, la bifurcación, exacerbaba por la suba del dólar, la inestabilidad y los rumores de cambio que flotan en el barrio. Falta la música, el contenido circula, ya está en todos los medios.  

Cuando el esplendor rodeaba al Presidente, se permitió un exabrupto: dijo que su continuidad se reducía solo a dos personas: Marcos Peña y la gobernadora bonaerense. Ese testamento, nunca corregido, excluyó a Horacio Rodríguez Larreta, tutor de la Vidal, primera bifurcación pública en el equipo. Por si no alcanzaba esa declaración, se contrajo la mesa chica del poder, gobernaban Macri y Peña como si fueran Jack y Bob Kennedy, ya no eran visitas frecuentes la mujer, tampoco el jefe de la Ciudad, y se apartaba el hermano del alma del mandatario, Nicky Caputo. Ni hablar del ministro Frigerio, siempre al borde de la rescisión contractual.

De ayer a hoy. Con el transcurso de los meses y las dificultades, sin embargo, hubo otro fenómeno: ella mantuvo cierto afecto en las tribunas mientras Macri se descascaraba en el poder. A su vez, Peña perdía glamour por una gestión objetada y se convertía en un pararrayos al revés de las hecatombes climáticas: las provocaba, no las disolvía. Como es de imaginar, esos acontecimientos sacudieron el árbol del ego en Cambiemos y, a su pesar, Macri debió sumar masa crítica en su entorno para mitigar daños, y reanudó la convocatoria a Larreta –con el que tropezó en varios episodios– y a Vidal, agregando a un aliado de la dama (Emilio Monzó) y esporádicamente al titular de Interior.

En Cambiemos, Marcos Peña es el principal señalado por la crisis

Con la vuelta de Nicky, además, se constituyó de nuevo la “mesa política”. Ese engendro se caracterizó por quienes inducían a incorporar peronistas razonables a la administración mientras otros invocaban razones de estirpe para no permitir ese ingreso.

Como ha sido obvio, en esa transición, Macri siempre avaló a Peña en contra de esa coparticipación, alegando consejos electorales de Duran Barba para 2019.

Detonaciones. De repente, sin embargo, se invirtieron los términos: la crisis cambiaria detonó al Gobierno y, más que pensar en peronistas para agrandar la base, se pensó en esa contribución para conservar la precaria estabilidad. Ya no se trata de ganar, sino de llegar. Al menos, esa debe haber sido la premisa que exhibió Nicky Caputo en un almuerzo para proponer como ministro del Interior a Ramón Puerta, ex gobernador PJ y actual embajador de Macri (viejos conocidos de la facultad), quien presuntamente podría acercar voluntades y facilitar acuerdos para el Presupuesto del año próximo. Era imponer una línea negociadora junto a Vidal y Rodríguez Larreta. Rechazo frontal de Peña (“no ganamos las elecciones para gobernar con peronistas”), complacencia de Macri. Pero, desde que ocurrió el episodio, hace un mes, se incrementó el caudal de agua bajo el puente, y ha aumentado el riesgo de derrumbe. Además, desde Washington se demanda un entendimiento mayoritario para no perder el dinero que prestan.

Para colmo, la Bifurcada ya venía estallando. Por las podas a su presupuesto bonaerense, el temor de un barullo social en su provincia –hoy de creciente inquietud– y, sobre todo, una polémica sobre aportantes falsos a la última campaña electoral de sus representantes, que la ubicaron como una protagonista indeseable de corrupción. Demasiado para ella, quien insiste en no ver la plata, no tocarla y, mucho menos, servirse de sus ventajas.

Sospecha. Fue una investigación periodística la revelación, pero en el entorno de la gobernadora se cree que hubo estímulo de su propio sector para embadurnarle la imagen. Si toda esta parafernalia no fuera suficiente, trepó a la superficie una controversia con Peña de índole moral, robustecida desde que estuvo con el Papa en el Vaticano: el aborto. Vidal, acompañada en su momento por Carolina Stanley, se entrevistó con Francisco. Habló hasta el sopor –al menos, es la opinión de quien solo disfruta de denuestos contra el mandatario– sobre los esfuerzos del Gobierno a favor de los pobres, la actividad de su acompañante en ese sentido y sobre su propia actividad al respecto. Una excusa para agobiar, luego, al Pontífice con bondades personales de Macri que presuntamente él desconocía.

No parece que sus palabras hayan tenido efecto en el interlocutor religioso. Sí, en cambio, recogió el mensaje papal y volvió más embanderada con la causa del pañuelo celeste contra el verde abortista, que se personifica en el jefe de Gabinete y su esposa. Este amor vaticanista lo expuso, entre otros argumentos sobre su sacrificio por la administración provincial, en una programación de apariciones en diversos medios que suelen rescatarla como una mujer diferente de la política. Al menos, en relación con Peña.

Esa distancia entre funcionarios se acrecentó a medida que la economía se crispaba, y la última muestra fueron dos declaraciones disonantes hace 48 horas: “Vamos bien, hacia el éxito”, dijo Peña; “Es necio no reconocer la dificultad económica, lo que le ocurre a la gente”, retrucó la gobernadora. Parecen irreconciliables. Resulta evidente que “si te vas, no te voy a llorar, si te vas, no te voy a extrañar”. Como dice la canción.