COLUMNISTAS
opinion

Macri, Cristina y el juego de la cárcel

El caos solo le serviría a quienes prevén que su futuro será aún peor que ese caos.

20180624_1319_politica_ROCK-2019
CANDIDATOS. Un duelo con diálogo entre peronistas no K y Macri indicaría adultez. El Gobierno prefiere competir con Ella. | TEMES

Hasta el jueves pasado a las 15 las cosas parecían ir mejor: país emergente, ingreso del dinero del FMI, un dólar más tranquilo, boom en la Bolsa. Solo faltaba que la Selección le ganara a Croacia y garantizara su pase a la próxima ronda del Mundial. Pero no pudo ser.

No va a quedar otra que esperar que el clima económico cambie por vía de la razón y no por apostar a influjos mágicos o deportivos.

En distintos sentidos, no sería la primera vez que las soluciones lleguen tras aprender de dolorosas derrotas.
 
¿A quién le serviría el caos? En lo político y económico, el 2001 es el extremo indeseado de lo que significó tocar fondo para volver a recuperarse y coincidir luego en que ése es un lugar al que nadie quiere volver. O casi nadie.

No le conviene al Gobierno, claro, pero tampoco al peronismo no kirchnerista que por primera vez en mucho tiempo siente que puede triunfar en las próximas presidenciales. Tampoco al sindicalismo, que sabe que un descalabro social puede llevar puesto a sus viejos líderes. Incluso el paro de mañana guarda esa lógica. Puede ser discutible si es justo o injusto con el Gobierno o si logrará alguna mejora concreta para los trabajadores, pero no deja de ser una vía de expresión de un malestar social que es preferible encausado que anárquico.

El caos solo le serviría a quienes prevén que su futuro será aún peor que ese caos. Por ejemplo, para aquellos dirigentes que se imaginan presos, una crisis generalizada hasta podría representar un salvoconducto. Hay muchos kirchneristas entre éstos.

También algunos empresarios con poder de fuego financiero. Son los que están hablando de un fin de año endemoniado.
Es que cuando la cárcel puede ser un destino para una parte de la dirigencia, cualquier escenario es posible. Brasil está cerca para recordarlo.

Pero más allá de la potencial colonia carcelaria y de otros grupos políticos menos significativos, queda cerca de un 70% de la población representada en dirigentes que son la expresión del post 2001, el año que simbolizó el crack de los partidos tradicionales. Rondan los 50 años. Tenían 30 cuando estalló la Convertibilidad y cayó De la Rúa, y expresan a aquellos jóvenes que vivieron de cerca el abismo. Están inoculados con el escepticismo de su época, pero también con el miedo de que la historia se repita.

Unos son CEOs, radicales y peronistas que encontraron en Macri a un ingeniero heterodoxo que espeja a una nueva alianza policlasista.

Otros son neoperonistas, que de más jóvenes fueron menemistas o kirchneristas, pero a los que nunca se les ocurrió dar la vida por Menem ni por los Kirchner.

Los macristas buscan ser reelectos. Los peronistas no K, un candidato ganador.

El problema es que los socios fundadores del PRO (los del ala no política) creen que para triunfar deben mantener vivo el fantasma del kirchnerismo. Hasta ahora les fue bien cavando esa grieta. Su lógica es que si Cristina es candidata obtendría entre un 25 y un 35 % de votos, suficientes para perder en primera vuelta o para ir a un ballottage en el que su imagen negativa le impediría triunfar.

El riesgo es grande y es doble. Apuestan a posicionar a una competidora para la que el caos no es el peor de los escenarios y que, además, puede terminar triunfando si la economía convence a una mayoría de que con ella estábamos mejor.
Jugar a Cristina candidata demuestra el temor a que si quien sale segundo en las próximas elecciones es un Massa o un Urtubey, este peronismo se imponga en una segunda vuelta al sumar los votos del kirchnerismo, de la llamada izquierda y de algún conservadurismo desilusionado.

Para el oficialismo perder no es la peor hipótesis. La peor es perder con Cristina. Con el kirchnerismo en el poder, las chances de que quienes vayan a prisión sean los actuales funcionarios no son bajas. Salvo que estén seguros de que no tienen nada que ocultar de antes o después de asumir sus cargos y que los jueces argentinos son lo suficientemente independientes como para juzgar sus inocencias.

Cristina candidata es un riesgo también para el autodenominado “peronismo sin prontuario”. Encuestas de esta semana muestran que sigue siendo la opositora que conseguiría más votos y la que más creció con esta crisis (los sondeos también ratifican que perdería en un ballottage contra Macri).

Pero sin ella compitiendo, todo sería distinto. La pregunta es: ¿qué podría convencerla para no presentarse? Una primera respuesta es el riesgo a perder y quedarse sin tiempo y sin la última herramienta para eludir la eventual prisión.

El peligroso juego de la cárcel es el que quizás la acerque al peronismo no K. Interlocutores de ambos sectores opinan que ella podría postular a otro candidato en su lugar. Alguien como Agustín Rossi que saldría tercero, pero cuyos votos en un ballottage irían a un candidato peronista.

¿Por qué lo haría CFK? Porque tal vez piense que nada sería peor para ella y sus hijos que el triunfo de Macri, o porque suponga que los peronistas no envían a prisión a otros peronistas.

Complementarios, no enemigos. Un 2019 con dos opciones electorales con posibilidades de ganar y que reflejen cierto consenso en no regresar al pasado, significaría para una mayoría el aprendizaje de que los dolores sirven para fijar conceptos. Y transmitiría hacia dentro y fuera del país el mensaje de continuidad institucional entre alternativas razonables.
Se vienen tiempos en los que el macrismo podría requerir del peronismo no K más de lo que piensa.

En el Gobierno los recelan por ventajeros, egoístas o traidores. Pero solo tratan de ocupar el lugar de Macri.
Entender el interés del otro, le permitiría al oficialismo aprovechar sus debilidades y necesidades.

Esos peronistas son gobernadores y legisladores que ansían ayuda nacional para sus provincias, o dirigentes que están ávidos de ser tenidos en cuenta como contrafiguras del oficialismo.
Son sus complementariedades las que los deberían unir. Porque la economía definitivamente los separa.

Cambiemos apostó desde un principio a que el crecimiento vendría por la reducción del déficit fiscal, la baja de la inflación, la llegada de inversiones y un mayor endeudamiento externo. El déficit se redujo y la deuda se multiplicó, pero ni la inflación ni las inversiones reaccionaron como se preveía. Con todo, hasta abril pasado la serie de trimestres seguidos de crecimiento parecían indicar que el camino podía ser el correcto.

El peronismo cree que en un país en el que el consumo total representa casi el 80% del PBI, cualquier política que no lo aliente generará recesión. Apuntalar el consumo y mantener un dólar competitivo son –según sus economistas más reconocidos– las premisas para tentar inversores.

Estiman que recién ahí la inflación bajaría y dicen que el mismo Gobierno hizo eso en el segundo semestre del año pasado, motivado por las elecciones. Pero que luego volvió a primar la política monetarista.

La otra prisión. Hoy, los canales de comunicación entre estos representantes del 70% de la Argentina, parecen entrecerrados.
Y hasta la utopía futbolística en común está en veremos.
La cárcel no es solo ese lugar oscuro al que tantos políticos temen ir.
Cuando las inseguridades generan obstinaciones, las ideas del otro son tratadas como virus y el diálogo es de sordos, también las certezas infranqueables pueden ser una cárcel.