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Massa aún pretende ser aspirante presidencial si supera el desconcierto de Cristina

Cristina con su ministro se siente engañada. "Me prometió una inflación de 3%, y me castiga con uno de ocho", rezonga sin consuelo la doctora.

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Cristina Kirchner. | Pablo Temes

La base está, según el filósofo Veira (más conocido en la Universidad como el Bambino), para que Alberto Fernández haya soñado con un Robert de Niro que lo personifique en un film como un exitoso Presidente. Se considera importante desde que el gobierno de USA, también el FMI, le reclamaron al poco afortunado mandatario que renunciara a la posibilidad de la reelección para distender la crisis del país. Ese gesto, ya anunciado, no se le demanda a cualquiera, menos al don nadie de una republiqueta. Los opositores crueles dirán que el actor perfecto para emular a Alberto, en cambio, sería Al Pacino: podría repetir su actuación en Rain Man. Bromas aparte, con la producción industrial de Hollywood viene en cambio otra actualización: Sergio Massa se ha vuelto Tom Hanks en aquella dolorosa Búsqueda del soldado Ryan, remake que en el frente de guerra argentino rescata para la ficción al soldado Gelbard (José Ber): no los une a los dos el parentesco, solo la misma inquietud por evitar la inflación acordando precios y salarios entre empresarios y trabajadores, esa estupidez estática (la economía es dinámica) y estatal que fascina a Cristina de Kirchner. Fue lo de Don José en los 70 una larga frustración con final escandaloso, ahora ensaya Massa lo mismo con duración más corta (90 días) y disparatados propósitos.

Nadie entiende la firma de las cámaras empresarias: ninguno de sus integrantes puede garantizar subas o bajas, ya que la importación está vedada. Por lo tanto no hay precios (aunque no son insustituibles, por ejemplo durante el mes pasado no se importó ningún auto) y esta carencia es un signo de hiper, a veces menos controversial que el alza incontrolable. Además, si alguno dispone del privilegio para importar, desconoce el tipo de cambio que le habrá de tocar. O sea, nunca podría garantizar un valor determinado, menos su contención. Pero las corporaciones le van a conceder el gusto a Cristina, también desesperada por la trepada del dólar y exigiéndole a Massa una inaudita quietud en los mercados: ella cree que esos convenidos tripartitos son una alternativa de paz social. Buena fe no le falta, tal vez otras cualidades técnicas. Si los empresarios acompañan, los sindicalistas —y aquellos que se hacen llamar “movimientos sociales”— participan como cómplices del evento: su misión histórica es impedir que suban los salarios, aunque ahora les otorguen una revisión de los ingresos caídos por los trabajadores por la suba de ganancias. Mientras los gremios estatales se alinearán con lo que pida el binomio Cristina-Massa , para los otros habrá alguna zanahoria que los distraiga del reclamo (siempre se los puede compensar con los fondos a pérdida de las obras sociales).

Casi de disciplina psiquiátrica resulta el ultimo historial de la semana: hace diez días se hundía la nave cuando el dólar había perforado los 400. Había Parkinson en el Gobierno. Pasaron jornadas nerviosas y ahora festejan como si fuera un título mundial que la divisa se encuentre a 470 por obra y gracia de vender reservas cuando había superado los 500. Saldo: los empresarios suscribirán un acuerdo por el cual no hay dólares para importar insumos indispensables, pero si para rifar reservas y frenar la avidez de los especuladores. Curioso mecanismo que ahora preside Lisandro Cleri, hombre de confianza de Massa para suplantar sin éxito al albertista Miguel Pesce en el Banco Central. Pudo ubicarlo, sin embargo, al frente de la mesa del instituto del organismo. Dicen que distrayendo provisiones del BCRA se ocupará de anticiparse a los mercados: así un alfeñique puede ser Tarzán. Por un rato.

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Como no hay perspectivas ciertas de ingresos de dólares y el soja 3 resulta un fiasco, más las dificultades que se anuncian para rehacer la costosa deuda en pesos —hace dos días, se renovó un billón que estaba 90% ciento en manos privadas y que, luego de la operación, solo el 50% permaneció en ese dominio—, a Massa le resta el anticipado cartucho del FMI a concretarse en 15 o 20 si prosperan las negociaciones técnicas: diversos waivers y postergaciones de pago para atravesar la compleja llegada a las primarias y a las más nebulosas elecciones posteriores. En las que pretende aún ser protagonista como aspirante presidencial, decisión que ha postergado hasta finales de mayo o principios de junio, siempre que logre superar el desconcierto de Cristina, quien con su ministro se siente peor que una provinciana engañada en los libros de Enrique González Tuñón en el siglo pasado (Camás desde un peso, por ejemplo). Me prometió un índice de 3% de inflación, y me castiga con uno de ocho, rezonga sin consuelo la doctora. Inmóvil, no se hubiera imaginado padecer un cafishio de la política a los 70 años. Mientras, se lamenta de un FMI que le presta plata y, en consecuencia, le exige condiciones. Se queja como si el dinero no costara. Pero ya habla de un programa, igual que su hijo —al que dice no poder controlar en sus expresiones—, cuando siempre rechazó esa idea. Pero no todo está malogrado en su aislado mundo: puede enorgullecerse de que en varios estados vecinos, la brasileña Odebrecht llevo a la cárcel por corrupción a presidentes y funcionarios. En Perú, por ejemplo, 4 ejecutivos (Fujimori, Castillo, Kuczinsky, Toledo) y un quinto suicidado (Alan García). En la Argentina esa multitud de negocios de la compañía atravesaron su gobierno en apariencia sin máculas ni detenciones, como si fuera el país más decente del mundo. Y eso que hay lawfare, según ella.