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No sólo importa acumular

El hincha de Boca atraviesa una de esas épocas en las que la borrachera de alegría sólo se interrumpe cuando la cirrosis acaba con el hígado.

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El hincha de Boca atraviesa una de esas épocas en las que la borrachera de alegría sólo se interrumpe cuando la cirrosis acaba con el hígado. Por lo tanto, no será a ese hincha a quien yo trate de hacerle entender que haber llegado a 16 títulos internacionales, autotitularse Rey de Copas y sentirse estadísticamente por encima del Milan o el Real Madrid –hoy, ese mismo hincha se resiste a moverse de cabotaje aludiendo a Independiente– es sustancialmente menos que la forma en que Boca ganó cuanto se propuso en el último año.
Desde que los 90 dividieron a nuestra sociedad entre ganadores y perdedores –con honrados pobres entre los losers, con chorros ricos entre los winners, por cierto– parece imposible medir algo si no es a través de ganar o perder. Y en esto de ver quién es el que la tiene más grande, aun cuando después sepa usarla o no, el mundo futbolero no puede quedarse atrás.
Así, hay que seguir soportando que se hable del fracaso del Mundial, sólo porque se perdió en cuartos; pocos justificaron su concepto de fracaso a través del análisis de cómo se jugó o qué se pretendió con ese juego. Supongo que, del mismo modo, aquellos que hablan de algo más que de fútbol cuando huelen que el rating mide un poquito en un autódromo, un gimnasio o un court, dirán que es un fracaso no ganar la Davis o que lo será que las entrañables y conmovedoras chicas del básquet no sean campeonas mundiales. Poner el listón a la altura de las chances y medir si se lo superó o no (en el caso del básquet, haberse garantizado estar entre los ocho mejores es, por lejos, un exitazo) ya es demasiado trabajo. Mejor, cerremos el análisis entre ser campeón o ser un estúpido que festeja victorias efímeras y menores.
Ahí es donde se muere la posibilidad de dimensionar el presente de Boca. Recordemos que la dirigencia boquense llevaba tiempo buscando forzar alguna copa internacional que le permitiera llegar a ese número de 16, que alcanzó sin necesitar inventar un choque entre el campeón de la incalificable Copa Sudamericana y el titular de la UEFA. Ni el campeón ni el subcampeón de ese torneo se interesaron en jugarla siquiera de local; entonces, hubo que esperar al San Pablo.
Para descargo de quienes manejan a Boca, recuerdo que cosas similares intentó en su momento Independiente. Entonces, de un lado y del otro, poco importan la triple pared Bochini-Bertoni para aniquilar a Juventus en la Intercontinental del ’73 o la función de gala de Riquelme y Palermo en Tokio ante el Real Madrid. Lo que importa es acumular.
Pero este Boca modelo 2006 trasciende claramente ese concepto. Tiene un espíritu colectivo y un talento individual que acostumbra hasta al más necio a aceptar que se puede ser bueno y, a veces, perder. Basile y los suyos rompieron varios moldes, como el que establece que no se puede jugar más de un torneo con el mismo plantel. Cuando un plantel y su cuerpo técnico están convencidos de arriesgarse a perder intentando ganar todo, nadie busca descanso. Y en tiempos en los que estamos casi convencidos de que el futbolista es un mutante que se olvida todo tratando de aprender a jugar de cualquier cosa, el Coco vuelve a la receta de la formación de memoria.
No sé de qué se tratará la era La Volpe, pero estoy seguro de que el menor desliz será atacado ferozmente por los mismos que, hace un año, cuando San Lorenzo copó la Bombonera, pidieron la cabeza de Basile (hinchas, periodistas y dirigentes). Entre todos aquéllos, sólo algunos hinchas hicieron un mea culpa y hasta colgaron banderas de disculpas. Los demás se hicieron soberanamente los giles y comenzaron a celebrar y/o explicar un suceso que, desde la convicción y la estética, está lejos de ser propio.