COLUMNISTAS
Fricciones y tensiones con la literatura

Pesimismo pop

Siempre es bueno volver a las fuentes. A Tom Wolfe. En el artículo "¿Y si tiene razón?" sobre Mc Luhan, llega a un momento hermoso. El de la duda, la perplejidad, la ironía, la crítica radical, la desconfianza frente al optimismo.

default
default | Cedoc
Siempre me causa gracia, por no decir pena, la importación de la jerga de la crítica de rock a la literatura. Reseñas en las que se escribe que “en su última novela, el escritor tal se muestra en buena forma”, o “después de cinco años de silencio, el escritor tal sale de nuevo al ruedo”. La literatura no es una gira mágica y misteriosa, aunque por momentos lo intente (y fracase). De todos estos clichés, los más graciosos son esos copetes que introducen notas con frases como: “descubra el secreto mejor guardado de la literatura sueca…”. Enigmático enunciado que olvida que lo propio de la literatura es precisamente mantener el secreto, nunca develarlo.

La relación entre el pop y la literatura se vuelve productiva cuando surgen fricciones, tensiones; cuando el pop hace crujir la seriedad de la literatura, y la literatura pone en abismo la falta de dimensión crítica del pop. Pero cuando esto no ocurre (y no ocurre demasiado seguido), estamos sencillamente en el terreno de la tontería y la trivialidad, el horizonte insuperable de nuestra época.

Pero siempre es bueno volver a las fuentes, es decir, a Tom Wolfe. Ahora que Wolfe se convirtió en un muy mal novelista, ahora que se muestra en tan mala forma; ahora es el momento de volver a leer sus crónicas periodísticas de los 60 y los 70. Y cuando lo hacemos, nos pasa lo mismo que cuando lo leímos por primera vez (en los 80, en la colección Contraseñas de la editorial Anagrama): nos encontramos con una prosa irónica, filosa, erudita, que logra que el mundo se vuelva rítmico, como el contrapunto entre la inteligencia y la banalidad.

El Wolfe periodista llevó al extremo la implicación subjetiva, la primera persona en la crónica, la búsqueda de un clima narrativo, el sentido del humor y el juego de palabras. Rápidamente se habló de “Nuevo periodismo”, y esa escuela se extendió a través del globo. Aquí desembarcó en los 80 en las revistas contraculturales, para luego progresar hacia los medios mainstream, y terminar en las mesas de saldos de la avenida Corrientes (no muy lejos de los saldos de literatura argentina, donde se encuentra buena parte de lo mejor que se escribió aquí en los últimos quince años). La herencia local del nuevo periodismo se entregó con tanta facilidad al lugar común y a la frase obvia, al chiste que no hace reír y al pensamiento por eslóganes que hasta hay gente que no quiere leer a Tom Wolfe pensando que todo es culpa suya. Pero no confundir las causas con los efectos es una de las primeras tareas que nos enseñan en la escuela, y en este punto hay que ser profundamente didáctico.

Mi artículo favorito se llama “¿Y si tiene razón?”, es de 1968 y está incluido en un encantador libro titulado La banda de la casa de la bomba, y otras crónicas de la era pop. Wolfe viaja durante varios días junto a Marshall Mc Luhan, por entonces célebre teórico de la comunicación, autor de la aún más célebre frase: “El medio es el mensaje”. El pensamiento de Mc Luhan muchas veces fue cuestionado por su falta de rigor, de seriedad, por la búsqueda de grandes explicaciones generales que en realidad no explican nada (Mc Luhan tenía una teoría para el desarrollo de la humanidad: cada medio de comunicación era la extensión de un sentido del hombre. En un comienzo, la rueda es la extensión de la mano, y en el final, los medios audiovisuales son la extensión de todo el sistema nervioso).

Wolfe conoce esas objeciones y muestra a Mc Luchan como poco menos que un chanta, preocupado sólo por hacer dinero: da conferencias ante empresarios donde dice cosas sin sentido, aparece en los medios de comunicación como un gurú e inmediatamente esos medios aumentan sus ventas, por momentos parece un vendedor ambulante de electrodomésticos. Pero, en medio de esa crítica, cada tanto el texto se detiene y, como un estribillo, Wolfe se pregunta: “¿Y si tiene razón?”. Y de golpe, aparecen la duda, la perplejidad, la ironía, la crítica radical, la desconfianza frente al optimismo de la época. El momento más hermoso del pop: cuando se vuelve pesimista.