CULTURA

Enrique Lynch: "A mi madre le hubiera gustado ser vedette del Maipo"

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Ventajas y no tanto. Marta Lynch y su hijo Enrique. | CEDOC.

—¿Fue una ventaja tener una madre escritora, como Marta Lynch, para iniciarse en la literatura y en la filosofía?

—¿Ventaja? Si se trata de reconocer que ella me introdujo en la cultura, sí, claro. Ella estaba comprometida en hacer de su hijo un intelectual. Pero mi madre fue decisiva en otro sentido. Era una mujer muy inteligente, y tratarla fue, en efecto, un privilegio. Aunque era quizás demasiado lista; y eso puede ser pesado de llevar para un hijo, porque las relaciones materno-filiales, por intelectuales que se pretendan, están por fuerza trabadas por sentimientos.

—¿Qué impacto tenía en la vida familiar el hecho de que su madre fuera una escritora reconocida?

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—Mi madre fue en vida una mujer muy famosa. Salir con ella era como ir del brazo de un anuncio de la Coca-Cola. Algo molesto, la verdad. Pero a ella esa notoriedad la hacía feliz. Alguna vez la oí decir que le hubiera gustado ser vedette del Maipo, lo que por supuesto era una boutade, pero con un fondo de verdad. Como todos los personajes públicos, era una persona muy compleja. Tenía cuando menos dos caras: la que mostraba a los demás y la que usaba en la intimidad; y esos rostros casi nunca coincidían. Así que los íntimos a menudo teníamos que hacer malabarismos para sostener su imagen pública sin sentir que traicionábamos a la persona que conocíamos en privado.

—¿Ella alcanzó a leer alguno de sus textos, a darle opiniones o recomendaciones?

—Mi madre alcanzó a leer mis primeros artículos, pero ninguno de mis libros. Sin embargo, llegó a hacerme un cúmulo de observaciones que he intentado seguir al pie de la letra. Estaba empeñada en que me convirtiera en un escritor. Me repetía aquella frase que seguramente me determinó: “Es inútil. Fatalmente escribirás”; y es curioso, porque yo le hice caso, pero no he repetido ese consejo a mis hijos.

—¿Dedicarse a la filosofía fue en algún sentido evitar la literatura?

—Yo siempre he sido un individuo muy racional –lo que no quiere decir que haya sido un tipo razonable–, así que dedicarme a la filosofía fue en cierto modo un camino bastante lógico y previsible. Sin embargo, la filosofía para mí no ha sido nunca incompatible con la literatura, sino todo lo contrario. No creo que haya querido evitarla, más bien ha pasado que me veo incapaz de escribir ficción. Puede que inconscientemente sienta que ese es un territorio que pertenece a mi madre. O puede que piense como Nietzsche que estamos sumidos de una inmensa fábula y que la ficción, por lo tanto, es algo redundante.

—¿Qué le transmitió su madre en relación con la literatura y la escritura?, ¿qué reconstruye como su herencia?

—Mi madre era muy romántica, en el peor sentido del término, es decir, se tomaba la vida y la literatura de una manera muy dramática, demasiado en serio. Yo –lo mismo que mis hermanos– me formé en ese espíritu bovariano y por desgracia novelesco, pero siempre he querido desprenderme de esa herencia trágica. He querido despojarme de la educación sentimental y, en cambio, conservar su capacidad para el entusiasmo, que era otra de sus virtudes principales.