DEPORTES
FUTBOLISTAS GAYS

El secreto peor guardado

Algunos jugadores empiezan a cuestionarse por no cambiar el machismo y la homofobia que predomina en el ambiente. Un tema tabú que de a poco sale a la superficie.

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Futbolistas gays. Un tema tabú que de a poco sale a la superficie. | Salatino

Si un compañero lo contara, me sentiría orgulloso”. Antoine Griezmann, figura de Francia en el último Mundial de Rusia, pide dejar de negar la homosexualidad en un ambiente en el que, como en todo ambiente, existe. Olivier Giroud, su compañero en la selección campeona del mundo, reconoce la dificultad: “Es imposible declararse homosexual en el fútbol”. Casi al mismo tiempo, los dos franceses visibilizan, ponen en palabras de resonancia internacional ese movimiento subterráneo que se inició en un deporte construido sobre la base de una masculinidad hegemónica: la que durante décadas se impregnó culturalmente a través de rituales, chistes, idiosincrasias, medios de comunicación y publicidades, y que en Argentina está sintetizada en algunos cantitos: “A estos putos les tenemos que ganar”, “hay que poner un poco más de huevos” y todo un repertorio que va desde la agresión y el machismo hasta la homofobia.

Ese movimiento subterráneo, invisible pero existente, lo advierten algunos jugadores y actores protagónicos de un sistema históricamente hostil, que se devoró a los que insinuaron o reconocieron una orientación sexual por fuera de la heteronorma. Ahí está, como ejemplo, el documental de Netflix sobre Justin Fashanu, el primer futbolista de élite que, en 1990, se reconoció como gay. Nueve años antes, Nottingham Forest había pagado un millón de libras para llevarlo a su equipo. Cuando el entrenador Brian Clough se enteró de la orientación sexual de la estrella contratada, no lo perdonó. Fashanu, negro y maricón, finalmente lo blanqueó en una entrevista a The Sun, que lo llevó a su portada con letras catástrofe: “Estrella futbolística de 1 millón de libras: soy gay”. Fashanu se suicidó en 1998, luego de que un joven lo acusara de abuso sexual. La denuncia más tarde se comprobó que era mentira.

¿Cuántos Fashanus hay hoy en el fútbol internacional que no se atreven a decirlo? Muchos. El australiano Andy Brennan lo reconoció hace unos días y se sumó al francés Olivier Rouyer, los norteamericanos Robbie Rogers y David Testo, y al árbitro español Jesús Tomillero. “Me daba miedo que afectase a mis relaciones, mis compañeros de equipo, mi familia”, admitió Brennan.

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¿Y en Argentina? La semana pasada, en una entrevista que le concedió a goal.com, el Monito Vargas, crack de Vélez, contó algunas situaciones cotidianas que ayudan a entender por qué es difícil salir del clóset. Lo de Vargas fue una autocrítica, pero también una descripción cruda de cómo reaccionan o se manejan los futbolistas en su ambiente: “No me gusta que sea tan homofóbico el fútbol y quizás hago muchísimas veces chistes homofóbicos. Pero es un chiste muy común y muchas veces yo intento pertenecer, quizás. Y mismo el entorno o estar todo el día te hace ser así. Cuando quise ser distinto no gustaba, me criticaban mucho, me molestaban, entonces hoy en día no me aparto totalmente, me relaciono como se relacionan ellos”. Ellos: los machos heterosexuales viriles antiputos.

Machos alfa. Lo que Vargas llamó “entorno”, Daniel Osvaldo lo definió como “el medio”. “El fútbol es machista y no está preparado para admitirlo. Los jugadores gays serían destruidos por el medio”, declaró el ex delantero a La Gazzetta dello Sport.

“El fútbol, sobre todo en Argentina, promueve una forma de ser hombre, no muchas. Y esa forma es ‘ir al frente’, ‘no llorar’, ‘tener huevos’. Está asociado con atributos viriles clásicos en donde otro tipo de inclinación de género o de orientación sexual no están permitidos. Ni desde la formación ni desde los dirigentes o entrenadores”, le dice a PERFIL Diego Murzi, sociólogo y vicepresidente de la organización Salvemos al Fútbol. Para Murzi, la deconstrucción debe empezar por ahí: por la cotidianidad de las personas que conforman y protagonizan el juego devenido espectáculo y negocio.

Hace dos años, Murzi dio un taller sobre violencia con juveniles de séptima división de un club de Primera y se sorprendió cómo en las nuevas generaciones, la sexualidad –sea de la orientación que sea– no era un problema ni un tema tabú. “Yo puedo ser un crack y tener novio”, le dijo un joven. Sus compañeros aprobaban.

El fútbol, en definitiva, forma parte de una sociedad que lentamente empieza a aceptar diversidades y disidencias sexuales. Es cierto que se trata de un ámbito que se resiste a formular cambios. Pero como está sucediendo con las mujeres, la deconstrucción puede avanzar también en ese sentido. De hecho, el fútbol femenino marca un camino. “Nosotras lo hablamos abiertamente y está muy asumido, pero en el fútbol masculino es un tema tabú. Y me cuesta entender las razones por las que no vemos jugadores que sean gay o incluso bisexuales”, le dijo a Enganche Macarena Sánchez, la jugadora que lidera la profesionalización del fútbol femenino.

Lo otro, quizás mucho más difícil, es problematizar acerca del contorno: “La barrera a vencer no es solamente lo que pasa puertas adentro en los clubes o desde la posición de los jugadores, sino lo que pasa en el público. No hay discurso más conservador, tradicional o berreta que la narrativa futbolera argentina. La de las canchas, la de los hinchas. En ese sentido, ahí, toda información se usa para la chicana o para la agresividad. De eso es lo que más se cubren los jugadores a la hora de declarar”, asegura Murzi.

—¿Estamos lejos de que un futbolista homosexual pueda integrarse en un plantel? –le preguntó la periodista Micaela Cannataro a Vargas en esa entrevista de goal.com

—Años luz. Hasta que uno no haga esa revolución no va a pasar –respondió el Monito.

Si la revolución arrancó, arrancó silenciosa y viene en bicicleta. Lo bueno es que está en marcha. Lo malo es que puede tardar muchos años en llegar.

 


 

Confieso que genera impotencia y bronca

Si bien estamos avanzando en aceptar la homosexualidad, la diversidad sexual y la identidad de género a nivel país y sociedad, todavía esto no sucede en el fútbol ni en los deportes en general. Sería un error atribuírselo a cuestiones educativas, ya que hay jugadores instruidos, profesionales, y también hay muchos clubes que inculcan a que los jóvenes terminen sus estudios. El fútbol es el más cerrado de los ambientes. Pero es algo puramente cultural.

Aunque nunca me sucedió, estuve en situaciones donde les ha pasado a algunos compañeros y confieso que genera mucha impotencia y bronca. Ha pasado tanto dentro como afuera de una cancha, con burlas que se consideran inocentes o con insultos, y es una situación incómoda. Nos ha pasado jugando un torneo con Los Dogos, un equipo formado por la diversidad e integrado en su gran mayoría por homosexuales. Si bien inicialmente no tuvimos ningún problema, cuando empezamos a dar patadas o empujones como cualquier otro jugador, florecieron las verdaderas identidades y los verdaderos pensamientos de algunas personas.

Nuestra función es la de contener a la gente que pasa por esa situación, darles un espacio. En nuestro grupo no existe la discriminación, no es tema de discusión la sexualidad, la orientación sexual ni la identidad de género. Creo que lo que se necesita no solo en el fútbol, sino ante todo en la sociedad, es más educación. Y para ello es fundamental que haya más leyes y surjan más grupos como el nuestro que ayuden a fomentar el cambio que tanto el fútbol, como el deporte y la sociedad en general necesitan.

*Bernardo Vleminchx. Presidente de la Asociación Argentina de Deportistas por la Diversidad.