DEPORTES
EL ADIS DE RIQUELME

El último Román(tico) del fútbol

Como decidió Jorge Carrascosa en 1977, Juan Román Riquelme dejó la Selección Nacional, hastiado de las miserias del mundo futbolístico.

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Jorge Carrascosa era un hombre simple y sencillo. Mientras jugaba en Huracán y en la Selección, iba a entrenar en colectivo. No era un jugador que formara parte del jet set, como muchos en su época. En 1977, cuando el equipo de César Luis Menotti se preparaba para jugar el Mundial, Carrascosa se bajó. Nadie entendió esa decisión, la cual muchos vincularon tiempo después con que el defensor no estaba dispuesto a participar de un campeonato organizado por una dictadura que secuestraba y torturaba.

Carrascosa nunca quiso ser un héroe y siempre negó que su renuncia al equipo de Menotti haya tenido que ver con su rechazo a los crímenes militares. Lo suyo era más llano. Estaba harto de todas las miserias que rodeaban al fútbol, de la hipocresía que envolvía el ambiente.

Juan Román Riquelme le dijo basta a la Selección. No habló de hipocresía, sino del daño que le produjeron a su madre las críticas impiadosas recibidas después de su actuación en Alemania. Como Carrascosa, Riquelme también es un hombre sencillo. Callado, parco, jamás sobreactuó su condición de ídolo. Jamás jugó a la demagogia ni salió por los medios con declaraciones petardistas. Sólo alguna vez mantuvo una disputa con Mauricio Macri, cuando patentó aquel festejó a lo Topo Gigio, con las palmas abiertas abriendo aún más las orejas.

A Riquelme, nada de lo humano le es ajeno: a días de comenzar el Mundial, viajó de España hasta la Argentina para estar en el velorio del padre de su amigo Marcelo Delgado. En seguida, llovieron las críticas por su supuesta falta de profesionalismo. Las mismas voces que después del Mundial llegaron a hacer correr, casi con saña, que Riquelme evitaba pasarle el balón a Hernán Crespo por una enemistad entre ambos. De ese combo hablaba Román para referirse al daño que le había producido a su madre, varias veces internada.

La enorme calidad de jugador de Riquelme hubiera merecido otro trato. Pero la necesidad tanto de los hinchas como de los medios por buscar culpables, encontró en él al blanco ideal. La misma hipocresía y las mismas miserias que cansaron a Carrascosa, llevaron a un jugador de 28 años a decidir entre la salud de su madre y la camiseta argentina. Y Riquelme no dudó.

El fútbol es víctima del exitismo. También de la crueldad. Quizás tenga que ver eso que dice Eduardo Galeano: “A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”