Diego Maradona y una Argentina detonada

La sociedad argentina juega al límite; los excesos, siempre los excesos, tal vez los mismos que le valieron la vida al ídolo que hoy se llora con pesar.

Velatorio de Diego Maradona en casa Rosada Foto: AFP

Diego Armando Maradona fue el mejor jugador del mundo e hizo gritar de felicidad a millones de argentinos infinidad de veces. Diego no era Dios, era una persona con sus luces y sus sombras, como todo ser humano. Su luz más potente probablemente fue la que colmó de alegría los corazones de millones de argentinos, con ese don de tener las mejores piernas del mundo para patear una pelota y lograr hacer tantos goles magistrales, que generaron goce y más goce en cada partido que se lo veía jugar.

Simbólicamente, Diego Maradona, su vida y su muerte, representan fielmente “la argentinidad al palo”, esa incapacidad de considerar que “el Diego” fue una persona con una habilidad más que notable para jugar al futbol y brindarnos momentos de gloria, pero no fue un Dios, y si Dios existe, ojalá ayude a que el coronavirus no haga estragos luego de lo permitido en el día de ayer, durante el velorio “del 10” en la Casa Rosada. Argentina sufre hace más de ocho meses de una pandemia por coronavirus, y al día de la fecha ocupa el octavo lugar en cantidad de muertos por Covid-19 por cada millón de habitantes, a nivel global. Esto no impidió que el gobierno invite a todos los argentinos para que puedan concentrarse para ingresar en la Casa Rosada a despedirse de los restos del ídolo futbolístico, así, desde las 6 AM hasta las 7 PM la Casa de gobierno abrió sus puertas para que puedan ingresar todas las personas que quieran a despedirse de Diego. Se estima que se formaron unos tres kilómetros de fila para poder llegar al velorio, con concentraciones en Avenida de Mayo, Constitución, para arribar a la Casa Rosada. Se calcula que más de un millón de personas intentaron acercarse hacia al lugar.

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Durante 2020 los niños y adolescentes argentinos no pudieron recurrir a clases, miles de PyMEs quebraron, y el desempleo y la pobreza crecieron impiadosamente, el hambre continúa su escalada, infinidad de personas perdieron seres queridos y no pudieron despedirse en una suerte de encuentro íntimo para un último adiós, pero desde el 25 de noviembre, vale la aglomeración extrema de un millar de personas para despedirse de un gran ídolo del fútbol. Los excesos argentinos, esas demasías que tanto lastiman, hieren y matan, tal vez sean los mismos excesos y demasías que llevaron a que un campeón de fútbol de tan solo 60 años, muera.

Beatriz Sarlo, una vez más, brillantemente, expresó aquello que pudo haber representado Diego Armando Maradona, “el ser nacional por excelencia: transgresión permanente, viveza, rapidez y destreza en alguna profesión (en el caso de Maradona en el futbol) pero la transgresión es el primer rasgo. La identificación de los argentinos con Maradona tiene que ver con ese elemento transgresor…que lo cometemos permanentemente”.

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Maradona representó fielmente ese ADN argentino, con quien parece identificarse gran parte de la sociedad, por eso podemos inferir que el caos ocurrido durante su velorio en la Casa de gobierno ilustra con triste precisión aquello que atravesamos en nuestra vida cotidiana: desmadre, desorganización, violencia, organización de actos masivos en medio de una pandemia.

La sociedad argentina juega al límite, donde riñen héroes y villanos, dioses y demonios, la hostilidad nos invade, y con ésta, la división y el enfrentamiento entre los argentinos; los excesos, siempre los excesos, tal vez los mismos excesos que le valieron la vida al ídolo que hoy se llora con pesar.

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Reconocer que Maradona fue un genio del fútbol, un ídolo de multitudes, es lo esperable. Entender que su muerte puede generar una inmensa conmoción es lo esperable. Observar cómo nuestros gobernantes organizan un velorio masivo en plena pandemia (luego de tenernos encerrados y atemorizados por meses y de pedirnos aún hoy que nos cuidemos porque ocupamos primeros lugares en muertes por coronavirus) es lo esperable si nuestros gobernantes nos representan, y los representados sentimos en gran parte como sentía el gran ídolo que acaba de morir. Los extremos signaron la vida de Diego Maradona, los extremos signan la vida de millones de argentinos, y los extremos muchas veces aniquilan.

Desde la reciente muerte de Diego Maradona, voluntaria e impunemente en un acto de “vale todo” se dinamitó el cumplimiento de los protocolos sanitarios que nos vienen marcando nuestros gobernantes a diario hace más de ocho meses, así, ingresaron a la Casa Rosada miles de periodistas extranjeros y argentinos, junto al millar de personas que querían despedirse de su ídolo de fútbol, mientras pocos días atrás, apelando a los estrictos protocolos por la pandemia, no permitieron circular a un papá con su hija de 12 años con cáncer, que, luego de haber realizado un tratamiento oncológico en Tucumán, se encontraba extremadamente dolorida y necesitaba regresar con urgencia a Santiago del Estero. Su papá tuvo que alzarla en brazos y trasladarla 5 kilómetros a pie.

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Murió un gran ídolo argentino. Y Argentina se encuentra en terapia intensiva.

 

 

* Sandra Choroszczucha. Politóloga y Profesora (UBA). www.sandrach.com.ar.