Esa fue la curiosa frase que dejó el embajador de EE.UU. en la reunión del Consejo de las Américas. Parece que no se refería a una coalición electoral, sino a un “gran acuerdo nacional” (GAN como lo llamó Lanusse en 1971). Quizá porque los idiomas juegan algunas trampas en su traducción literal, cayó como una consigna sugestiva. Al representante americano le costaría entender que ni el oficialismo ni la principal oposición hoy estarían dispuestos a sentarse a negociar. Los primeros, porque creen que se les abre una nueva oportunidad con Súper Massa y entonces sería adelantarse innecesariamente. Los segundos, porque quieren que al Gobierno termine de quemársele todo para que luego les pidan por favor juntarse. En definitiva, no es el momento. Y anticipo: a medida que vayan pasando los meses, en cualquiera de los dos escenarios que se verifique, tampoco existirá el incentivo para concretarlo. Un GAN necesita una serie de condiciones que hoy no puede ofrecer la política argentina.
Mientras el Banco Central recupera reservas a cuentagotas, pos-sacudón de suba de la tasa de interés, que de todos modos va detrás de la inflación, y se mantiene la pax cambiaria paralela, la noticia de la semana para “la mesa de los argentinos” es el nuevo esquema de tarifas de servicios públicos. Después de una eventual devaluación, era la noticia número 2 más esperada. Esto recién empieza porque, como mencionamos en esta columna hace dos semanas (“Massa 2015”), habrá un festival de impugnaciones legales: ya empezaron las advertencias sobre la necesidad de audiencias públicas (las mismas que frenaron el impulso inicial de Macri por orden de la Corte Suprema).
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La reacción de la calle, obviamente, no es positiva frente a las “malas nuevas”. El lector o lectora me dirán “chocolate por la noticia” y tienen razón. Pero ese no es el punto. Las cuestiones claves son:
1) ¿habrá convulsión social? y
2) ¿eso moderará la inflación? Respecto a lo primero, el aumento del 40% en el servicio de colectivo del AMBA desde el 1° de agosto es poco, frente a triplicar la factura de electricidad, agua o gas. Pero, si hubiese convulsión ¿el Gobierno iría para atrás?, ¿cuánto tiempo duraría Massa en el poder si uno de sus grandes anuncios fracasa? Mi especulación es que no habrá marcha atrás, solo podrá haber moderación en algunos segmentos. Respecto a lo segundo, es un cálculo que deberán hacer los economistas. Pero en todo caso, con menos plata para gastar, alguna recesión “is coming”.
Pese a que el nuevo ministro no tiene su propio vice –blopper mediante– tampoco ha dejado de avanzar lentamente. Primero logró la movida en energía. Ahora da toda la impresión que va por Pesce y le está poniendo una auditoría a Cancillería. Oportunamente dijimos que iba a ser uno de esos jugadores que pelean la pelota en cada centímetro del campo de juego. Lógicamente ese margen de maniobra lo podrá mantener en tanto y en cuanto parezca que estabiliza el barco y no haya veto del FMI. Massa asumió sin luna de miel: debe renovar el crédito semana a semana. Cristina le va aceptando que concrete cosas importantes. La pregunta siempre será el precio de esas concesiones.
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Con todo esto: ¿cruje la coalición? ¡Claro que cruje! Esto es un cimbronazo político, económico e ideológico. Sin embargo, lo que mayormente desgranará son referentes del ala más radicalizada que no pertenecen al núcleo peronista tradicional y que por formación están más cerca de la intransigencia valorativa y no del pragmatismo negociador. Es un espacio que así como vino, se puede ir. Eso en términos de votos se compensa fácil con sectores independientes moderados que hayan confiado en Alberto en 2019, siempre y cuando la fase Massa logre resultados. Si no, el oficialismo se quedará sin el pan y sin la torta.
¿Cambia algo la marcha de la CGT de este miércoles pasado? Nada. A nadie se le iba a mover un pelo por una movilización más, armada de pies a cabeza, que nunca tienen nada de espontáneo. Fue un evento político pensado para otro contexto, cuando recién se había ido Guzmán y no se sabía qué se podía esperar de Batakis. Bajar el acto no era sencillo –porque eso hubiera significado darle un crédito a Massa– y quedó desacompasada de la coyuntura, con lo cual tuvieron que inventar consignas por la situación socioeconómica. Al final sirvió como un modo de enviar mensajes dirigidos a la interna oficialista.
Un párrafo adicional sobre las observaciones escuchadas o leídas en estos días respecto a la falta de coherencia ideológica / filosófica del oficialismo al tener que “comerse el sapo” del ajuste a la fuerza. Ese no es un gran problema para este oficialismo, y mucho menos para el peronismo histórico. Es un movimiento político con un espíritu pragmático que oscila en función de las fases históricas y las necesidades para obtener / conservar el poder. Si para mantener el poder hay que subir la tasa y hacer un tarifazo, allá vamos. (“¿Acaso no era lo que nos estaban pidiendo los economistas ortodoxos y la oposición? Pues ahí lo tienen…”, contraataca un importante referente del Frente de Todos en off). Eso puede ser objetable éticamente según el punto de vista de cada uno, pero en todo caso habría que preguntarle qué piensan a los votantes oscilantes (no al voto duro) que a veces lo apoya, ya sea en 2011 o en 2019. Ese segmento es resultadista, no importa si el remedio aplicado es de derecha o de izquierda, y si un funcionario primero dijo A y luego dijo B.
Volviendo al principio, el bueno de Marc Stanley más que un consejo a la dirigencia argentina, quizá haya efectuado un ruego. Su jefe político –que luce enclenque física y políticamente– tiene elecciones legislativas de medio término en noviembre y la mano le viene muy complicada. No necesita un problema más del que tener que ocuparse, si algo malo sucede en una de las cuatro principales economías de Latinoamérica. Massa le debe estar prendiendo una vela a Putin cada noche para que no se arrepienta de haber invadido Ucrania.
*Consultor político. Ex presidente de Asacop.