Nunca se me ocurrió comparar una obra de arte con una obra de otro arte. Por ejemplo, un cuadro con una sinfonía. Y es muy natural, porque no sé nada de cuadros ni de sinfonías. Con el cine y la literatura soy un poco menos ignorante, pero tampoco se me ocurrió. Para mí, lo que se dice de las películas queda entre las películas y lo que se dice de los libros queda entre los libros. Pero, como para todo hay una excepción, voy a intentar aquí un pastiche interdisciplinario, motivado porque la semana pasada anduve por la Feria del Libro y por el Bafici, gracias a lo cual leí un libro y vi una película que tenían algo en común. O así me pareció.
El libro es En la confitería del Gas, de César Aira, muy bella edición de la editorial Lux de una novela que ocupa apenas quince páginas. No es la más corta de las novelas de Aira, pero anda cerca. Aunque no viene al caso, no puedo reprimir el deseo de contar que conocí la confitería, porque quedaba en Rivadavia y Esmeralda, a media cuadra de la casa de mis abuelos. El establecimiento, fundado alrededor de 1870, cerró en 1960 y es posible (aunque no lo recuerdo) que me hayan llevado allí alguna vez cuando era muy chico. Pero mi memoria tiene catalogada a la confitería como un lugar distinguido, algo que confirma el texto de Aira, que describe el entorno en el que un viejo e ilustre escritor toma un anisado y come masas vienesas en compañía de un colega muy joven un domingo de principios del siglo XX: son “el que ya lo había escrito todo y el que todavía no había escrito nada”. En ese ambiente de aristocrática languidez, el escritor ilustre tiene de pronto la sensación de que la Literatura, que le hizo ganar fama y fortuna, se le escapó de algún modo. Y finalmente intuye que la Literatura es apenas un frágil destello en quien está tan pleno de lecturas como virgen de experiencia. Ese destello está destinado a ser aplastado por la vida una vez que ésta se pone en marcha y solo puede cristalizar fugazmente en un adolescente genial.
La película es In Water de Hong Sangsoo, también una miniatura como largometraje, ya que dura 61 minutos. Es la historia de un joven cineasta que filma su primer corto y (el largo) tiene la particularidad de que todos los planos están fuera de foco. Hong estudió arte en Chicago y el título de su segunda película es La virgen desnuda por sus pretendientes, homenaje al Gran vidrio de Marcel Duchamp, un artista al que Aira le dedicó un libro y al que ha citado muchas veces. El desenfoque claramente deliberado de la película se puede interpretar de varias maneras. Por ejemplo, como una metáfora de la memoria borrosa de un viejo cineasta que recuerda sus primeros años, aunque las metáforas visuales no son el negocio de Hong. Más bien me parece una declaración, hecha por alguien que tiene una carrera equivalente a la del viejo escritor de En la confitería del Gas, de que el cine no reside en la precisión técnica ni en ninguna virtud profesional sino que está, por así decirlo, en ninguna parte, que carece e materialidad. Es la eterna afirmación de la vanguardia de que el arte es un fulgor que su soporte efectivo (la cámara, la escritura) enmascara y aplasta. Creo que tanto Hong como Aira están en un momento en el que la obra, esa pesada carga, le abre paso a la ligereza de la sabiduría.