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el equipo y las medidas que vienen

Bienvenidos a “Massalandia”

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Sombras. Massa y su clásico ímpetu enfrentan un gran desafío. | MARIO DE FINA

Massa metió un coche bomba en la Casa Rosada. Nadie conjetura sobre la magnitud de la explosión. Tampoco hay certeza sobre la suerte final del chofer. Se habla de una lista de víctimas, encabezada por un Presidente destruido que le miente hasta a su perro Dylan (le dice: estamos más fuertes de lo que muchos creen). El collie asiente. Un esclavo, como diría Hemingway, quien prefería a los gatos. Y una Vice que se distrae luego de haber precipitado la crisis con abstrusas presiones hasta que él le dijo: “Bueno, entonces me voy”. Y ella, ante el abismo, contestó: “Vinimos juntos, nos vamos juntos”. 

Aunque Alberto era quien menos lo deseaba, que bloqueó dos veces su acceso al Gobierno (primero con Scioli, luego con Batakis), consintió en apelar al insistente Massa, hombre voluntarioso que se cree elegido para resolver la economía y, de paso, encontrarle una salida a las cuestiones judiciales que afectan a la viuda de Kirchner, que ella no pudo resolver en su momento y Alberto tampoco. Un osado todoterreno sin discusión. Habrá que insistir: no se conoce la dimensión del explosivo. Pero todos coinciden en que habrá mucho humo. Especialidad de la casa: “Massalandia”. 

Sería erróneo imaginar un protagonismo único en el nuevo escenario. Se mantiene el trípode, aún en las sombras y en las depresiones. Se va a exhibir en el organigrama del futuro poder y, en particular, en las medidas que empiecen a aparecer el miércoles 3

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Vendaval de versiones

Pero antes de ingresar a ese universo engorroso y volátil, vale detenerse en fruslerías varias. Por ejemplo, si Cristina asiste a la jura de SM o si  recibirá al nuevo ministro en el Senado para una foto, sin permitir comentarios (recordar que el todavía titular de la Cámara de Diputados fue el inventor del uso de la fotografía como mudo mensaje político). Cualquier decisión de ella puede ser  un cambio frente a su prescindencia anterior, cuando evitó cualquier contacto con la breve Silvina Batakis

Hay otras pavadas formales: ¿Daniel Scioli puede volver por decreto como embajador a Brasil sin tener la venia del Senado? También se pregunta la razón por la cual el Presidente no les dio las gracias por los servicios prestados a los embroncados dimitentes Kulfas y Beliz, quien se fue a las apuradas, firmando ofendido la renuncia en un papelito y pidiendo la bendición de Dios para quienes lo sucedan. Hay una implícita invocación a la dignidad en su despedida contra quien hasta físicamente se cruzó en el pasado. Rara dignidad en quien no tolera a Massa y pasó varios años sirviendo a Cristina. 

Otro caso de averiada partida fue el de Julián Domínguez, quien no quiso aceptar una disminución del cargo y seguramente prefiere volver como asesor de Smata. Comparable a la despedida de Scioli, considerado un hombre de suerte aún en este percance: supone que lo toca la diosa fortuna, ya que sale de un cargo en el que no daba pie con bola y pasa a un limbo diplomático del que, si Massa fracasa, lo ubica más cómodo para su pretensión presidencial. Curioso: el político más optimista quizás mejore sus pretensiones si al Gobierno le va mal en el futuro. 

El humo que envuelve a Massa parece convertirlo en un “superministro” aunque no disponga de carteras clave. Se creó una ficción parcial. Por ejemplo, sigue intocable el área de Energía, bajo el dominio y la lapicera de Cristina, un sector tan importante como el de Economía. Juran sus funcionarios, eso sí, que harán lo que les mande Massa. Felices los que creen. 

La paradoja de Cristina y Macri

No es el único rincón insondable para el “superministro” en el Gabinete, pero el misterio evita manifestarse y, en cambio, se habla del hombre fuerte que hizo subir las acciones y los bonos –al mismo tiempo que en el resto de los mercados del mundo, como si fuera “el lobo de Wall Street”– y bajar la cotización del dólar. Más felicidad transitoria. 

Parece que, sin embargo, no pudo sacar a Pesce del Banco Central, requisito que también demanda Cristina como plazo fijo. Pero al menos colocó a un policía privado para controlarlo: el diputado Marcos Cleri, vinculado a los gremios docentes y también a La Cámpora.

El “superministro”, como se sabe, no llega al cargo con la asistencia de figuras que parecían acompañarlo, un elenco reconocido. Léase Martín Redrado, el ex ministro Miguel Peirano o hasta su ex compañero de oficina, Diego Bossio. En cambio, se rodeará con Marco, el hijo de Lavagna (economía), Tombolini (importaciones y exportaciones) y el eterno De Mendiguren (Producción). 

Al margen de estos posibles aportes, lo que hoy interesa es una instancia superior, con la que el mismo Massa comparte las próximas decisiones: un trío no precisamente divertido. Son los delegados de Alberto y Cristina. Junto a ellos constituye el nuevo triángulo de poder: a él técnicamente lo asiste Emanuel Álvarez Agis, sin cargo, un consultor de varias empresas que lo empinan a Sergio, a lo que se debe agregar la revisión exhaustiva de Axel Kicillof en representación de Cristina y, por parte de Alberto, de Juan Manuel Olmos, próximo vicejefe de Gabinete y revisor de las derivaciones jurídicas de las medidas venideras. Tanto Olmos como Kicillof son algo más que laderos, no simples guitarristas de acompañamiento.

Varias de las ideas provienen de Álvarez Agis, aunque los anuncios del miércoles quizás no ofrezcan un señuelo inédito. Mas bien, se repite la búsqueda de un paquete tradicional de dólares, habitual base para los programas de emergencia: anticipos de exportadores, créditos internacionales, asistencias varias para constituir un refugio de divisas que evite nervios en el mercado. 

La fractura como insignia

Este paquete podría incluir una ingeniosa pero discutible maniobra: habilitar un dólar privilegiado (MEP menos el 35%) para los que liquiden soja antes de fin de agosto, algo así como recaudar US$ 6.000 millones y 2.000 para los privados. Por citar unos números. 

Sería un auxilio presunto para llegar a la cosecha gruesa, visto desde el ángulo económico y no el político. Sostienen que no sería inflacionario –ya que los argentinos no consumen soja–, pero ofrece varias objeciones: la discriminación sobre otros productores de trigo o girasol y la pregunta habitual en las medidas con fecha: ¿qué ocurre al día siguiente?, ¿se vuelve a la liquidación del dólar actual?

En fin, también sería una argucia de Massa para disipar el conflicto con el campo: si no lo puedes vencer, asóciate con él, reza la máxima. Y los productores, satisfechos: del temor a la confiscación se pasa a un alivio.

Con enigmas semejantes se anota además la posible venta de las acciones de empresas privadas, un volumen considerable que posee el Estado, idea que alegra –dicen– a compañías impulsoras de Massa. Ya se hizo con Martínez de Hoz y levemente con Macri. Alta complejidad para esa operación, cuesta entender que se arregle solo con un decreto. 

Es un dilema para un falso superministro que empieza el ejercicio de equilibrista entre dos puntas irreconciliables entre sí. Hasta con él mismo. Pero se exigía esta oportunidad, la imaginaba y deseaba hace tiempo, lo confesó más de una vez. Inclusive, con la eventualidad del retiro político si no prosperaba en la tarea. Aunque sean pocos los que crean en esa frase. Una característica del nuevo “superministro”.