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Bipartidismo europeo

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| Cedoc

La “vía portuguesa” –como ha sido denominada la inédita alianza de partidos de izquierda que apoya al gobierno de Lisboa– sigue suscitando el interés de los analistas políticos, ahora también en la Argentina. Habiendo cumplido tres años como embajador en Portugal, creo que me encuentro en una posición privilegiada para participar en este debate.

Recordemos, en primer lugar, que las democracias europeas tienen en su origen dos grandes partidos políticos que se alternan en el poder y que asumen diferentes nombres según los países. Laboristas y conservadores en Inglaterra, socialistas y republicanos en Francia, socialdemócratas y democristianos en Alemania. Lo mismo ha pasado en el sur de Europa, tras el derrumbamiento de las dictaduras en Portugal, España y Grecia.

En el marco de este bipartidismo clásico, las dos formaciones dominantes llegan a representar más del 80% del electorado. Son rivales, pero dialogan, y funcionan como seguro de vida del régimen. Independientemente de quién gobierna, hay pilares inamovibles, tales como la defensa de la Constitución y la adhesión al euro.

Este equilibrio de fuerzas cambió a raíz de la crisis financiera iniciada en 2008, sobre todo en los países donde la recesión fue más profunda. No pudiendo devaluar la moneda, los gobiernos se vieron obligados a recortar salarios y pensiones, y a subir los impuestos, para corregir las cuentas públicas. En vez de guardianes del centro político, los principales partidos pasaron a ser vistos, desde importantes partes del electorado, como guardianes de la austeridad.

En este contexto económico, surgió una nueva izquierda urbana, universitaria, euroescéptica y crítica de la Tercera Vía. Al mismo tiempo, reaparecieron, en el extremo opuesto, formaciones de derecha nacionalistas, proteccionistas y xenófobas.

En cierta medida, el viejo bipartidismo acabó. Los parlamentos se fragmentaron en torno a dos bloques –uno a la izquierda, otro a la derecha– sin prácticamente ningún punto de contacto. Todas las minorías parecen precarias, todas las mayorías exigen alianzas improbables – y todas las reformas son postergadas.
Sin embargo, la acción gobernativa no ha cambiado sustancialmente, al menos hasta el momento. Las Constituciones siguen en vigor, las normas de la Unión Europea siguen siendo cumplidas. Lo que verdaderamente ha cambiado fue el ciclo económico internacional, cada vez más correlacionado con variables que escapan al control de cualquier capital.

Así surgió la “vía portuguesa”, que no me parece ser replicable en otros países. En primer lugar, porque se trata de una alianza parlamentaria, es decir, de una solución en que los partidos más pequeños apoyan al gobierno en algunas materias sin formar parte de él. Fue, además, creada en circunstancias muy específicas –una derrota electoral y una de las mayores crisis económicas que el país ha enfrentado.

En segundo lugar, porque en el sistema portugués el presidente de la República es independiente del gobierno. Elegido mediante sufragio directo y con poder de veto sobre la legislación, el jefe de Estado funciona como moderador de la actividad política. Tanto que a menudo los portugueses eligen un presidente del campo político contrario al del gobierno.

Me alegro de tomar nota de la atención que por estos días los dirigentes argentinos dedican a Portugal, aunque los sistemas políticos de los dos países sean profundamente distintos.

 

*Embajador en Portugal.