No me cansaré de escribir sobre las bondades y las incomodidades del teléfono celular. Muchas veces me pregunto: ¿Cómo podíamos vivir, antes, sin celular? Duda que suelo hacer extensiva a la computadora, a la TV por cable, al horno microondas y así sucesivamente hasta llegar a la electricidad o a la penicilina. Siempre se pudo vivir sin esas cosas, pero ¡cuánto más fácil y mejor es vivir con estas cosas!
No voy a hacer aquí el elogio del celular, porque todos sabemos lo práctico e imprescindible que resulta. Tampoco voy a hablar de lo molesto que puede ponerse cada vez que interrumpe una conversación, dejando truncas una idea, una emoción, una impresión compartida (sobre esto ya escribí alguna vez). Hoy me ocupa otro tema ligado al telefonito celular: la creciente presencia de éste como protagonista de algunos programas de televisión.
Resulta que los mensajes de texto que llegan a los panelistas o a los asistentes a dichos programas son como el invitado invisible que marca, desde su real ausencia, su contundente y virtual presencia. Así, cuando se arman escándalos, el celular comunica la respuesta de una o de ambas partes, revela supuestos secretos, acusaciones, justificaciones, un rumor, una nueva prueba, en fin, todo lo que cualquiera pueda decir al respecto desde la distancia, rectificar o corroborar o aportar nuevos datos acerca de los habituales conflictos que hoy se televisan y que son –ni más ni menos- que los avatares de la vida cotidiana, con su gravedad o su frivolidad.
Acá, dice Fulana. Aquí, me contesta Sutano. Tengo un mensaje del Doctor X. Fulanita mandó una carta documento. La pantalla del mágico adminículo es mostrada a la cámara y allí, tapándose el número o el nombre, se deja ver el texto escrito. Y esos mensajes, tomados en primer plano, se convierten en verdaderas estrellas de programas que son como una mezcla de “culebrones” con “reality shows”. Evidentemente, esto debe dar muy bien resultado en el ráting que –como ya sabemos- es medido, para estrés de los conductores, minuto a minuto. Porque los mensajes de texto cobran un papel importantísimo, a veces decisivo, sobre las venturas y desventuras de las relaciones farandulescas. Responden a la inquietud y curiosidad de gran número de televidentes o crean nuevos escándalos, haciendo conocer nuevos entuertos, traiciones, rupturas, reconciliaciones, peleas y rivalidades.
Agreguemos a esos “esclarecedores” mensajes de texto, fotos o videos “hot” que el celular, en su cualidad de “adminículo orquesta”, testigo de mil y una noches y mil y un días, puede grabar y proyectar a una teleplatea ávida de chismes, entretelones y escenas más o menos picantes o perversas.
Además, gracias a esos aparatitos la gente puede grabar cualquier cosa y enviarlo a cualquier noticiero: un incendio, una puesta de sol, un temporal, un accidente de autos, un robo, un beso tomado “in fraganti”, un saqueo de tiendas.
Lo que me pregunto es si ese estrellato de los celulares que conduce a una “fama de cinco minutos” a casi cualquiera, no está, como casi todo, sobredimensionado. Si la TV no le da demasiado protagonismo, en esa búsqueda desesperada de pruebas detectivescas. Capaz que no, que es simplemente un signo de nuestros tiempos.
Recuerdo que copié alguna vez una frase de Einstein que me impactó, a pesar de que en aquel entonces no se habían inventado aún los teléfonos celulares: “¿Por qué esta magnífica tecnología científica que ahorra trabajo y nos hace la vida más fácil, nos aporta tan poca felicidad? La respuesta es ésta, simplemente: porque aún no hemos aprendido a usarla con cordura”. Pareciera que en este mundo de la inmediatez, no sabemos ni podemos esperar. Todo debe ser respondido al instante, vivido en el momento, replicado en seguida. El apuro nos es consustancial. Decía un tuareg, en pleno desierto africano: “Uds. tienen el reloj, nosotros el tiempo”. Vaya sabiduría…
*Escritora y columnista.