Durante años la vimos infinitas veces atrincherada detrás de una botellita de agua sin gas “Pureza vital Nestlé”. Las instrucciones al personal de protocolo eran muy precisas: fuera donde fuera Cristina Kirchner, a un barrio bonaerense periférico o a una capital del Primer Mundo, la provisión de ese líquido producto debía estar garantizada.
Pero algo acaba de cambiar. Hipotensa crónica y deshidratada reciente, la Presidenta se vio obligada por los médicos a cambiarse al Gatorade (le gusta más la versión manzana). Sonó muy raro su chiste en la quinta de Olivos, cuando los periodistas le hicieron notar que al envase le habían quitado la etiqueta:
—Si quieren hacer publicidad, que paguen –dijo Cristina, sobreactuando el buen humor.
Se me ocurrió pensar que la Señora andará buscando sponsor, porque a las de agüita mineral nunca les ocultaban la marca. Y porque hay otras maneras de ingerir Gatorade sin necesidad de comprarlo: existen recetas de probada efectividad para la fabricación casera (y a muy bajo costo) de bebidas isotónicas. Para lograr los mismos efectos hidratantes y energizantes basta con agregarle a un litro de agua 500 miligramos de bicarbonato sódico, otros 500 miligramos de sal, 300 miligramos de cloruro potásico, tres cucharadas soperas de azúcar y, para que el sabor sea agradable, el jugo de dos piezas de fruta fresca. Claro que el método elegido por Cristina exige menos trabajo.
La última saga publicitaria de Gatorade, creada con mucho ingenio por la agencia BBDO-Argentina, consiste en tres spots unificados por el lema: “Funciona para los futbolistas que trabajan de otra cosa”.
u En el primero, aparece un psicólogo que brinda cariñosos consejos sobre compañerismo a una pareja en problemas amorosos que después, jugando al fútbol, se transforma en un tremendo egoísta. O en un terrible “comilón”, en términos de tablón.
u En otro, un maestro jardinero les canta El conejo pelusita a sus alumnos. En la cancha, es un tipo muy agresivo que nunca va a la pelota y habrá dejado más de un tobillo rival a la miseria.
u En la tercera propaganda, un médico de gran prestigio y trayectoria discurre en un simposio sobre la moral y la ética hipocráticas. Luego se lo ve durante un partido: se burla de todos y luego de cada gol humilla con todo tipo de muecas y gestos a los contrincantes.
Es inútil aclarar que Cristina no juega al fútbol. Lo suyo viene más por el lado del pilates y las caminatas al aire libre por los parques de la quinta presidencial o los de la residencia de El Calafate. Sin embargo, parece estar sufriendo el “síndrome Gatorade”.
Al igual que el psicólogo, el docente y el galeno de las publicidades, y pese a sus esfuerzos por mostrarse distendida, cariñosa y ecuánime, cada vez más argentinos están viendo en ella a una mujer agresiva, humilladora y bastante rompepiernas. La imagen positiva de CFK no remonta, su imagen negativa crece y la omnipresencia de Néstor Kirchner en el centro de la escena sólo le aporta contornos conflictivos.
La Presidenta ha entrado ya en ese terreno resbaladizo donde hasta el anuncio de una medida necesaria o la demostración de algunas buenas intenciones son tomados con desconfianza por la población, que la mira por tevé. Y habría que poner mucha atención al mal humor social que ya mismo está generando el tarifazo eléctrico, gasífero, inmobiliario y del transporte en marcha. Alguna vez iba a llegar, es cierto. Pero esas cosas duelen recién cuando llegan.
Dentro de su propio equipo de trabajo hay quienes aseguran que todo eso es el efecto de “la peor política de comunicación presidencial desde Alfonsín hasta la fecha”. Y que la mala onda podría revertirse con un simple cambio de funcionarios.
Se trata de una conclusión ingenua, en el mejor de los casos. No llegan a ver que el primer mandato de Cristina es percibido como la segunda gestión de un clan familiar ambicioso, comandado por un caballero sin la flexibilidad y los límites necesarios para la construcción de un país normal. He ahí la verdadera gran deuda de la democracia “de Alfonsín hasta la fecha”.
El Proyecto K se deshidrata por repetición, obstinación y sectarismo. Y eso sí que no se repara con Gatorade.