El gobierno de Mauricio Macri parece estar entrando en ese terreno en el que comienza a disiparse la complacencia de la luna de miel inicial y los discursos sobre la herencia son contrastados con las acciones tomadas para enfrentarla y tratar de revertirla en un sentido positivo. En este campo, en la esfera política el Gobierno actuó con cierta pericia, ayudado por un peronismo enredado en su reconstrucción y por gobernadores preocupados por sus economías en crisis, además de un kirchnerismo replegado a las plazas de la Ciudad y a la espera milenarista del regreso de su jefa. En la de la economía, por el contrario, las cosas están resultando más complicadas. Si el kirchnerismo creyó siempre que los empresarios actuaban como actuaban debido a la existencia de un gobierno nacional y popular, el macrismo pecó del mismo defecto pero en un sentido contrario: pronosticó que los empresarios iban a ayudar al Presidente por provenir del “mismo palo”.
De hecho, al de Macri se lo percibe como un gobierno proempresario, aunque no lo ayuden. “Buena parte de la sociedad tiene la percepción de que Mauricio gobierna para los ricos. Tenemos que disipar eso”.
Dice Clarín (21/2/16) que dijo Marcos Peña. El jefe de Gabinete cree, además, como le dijo a Fantino, que el Gobierno no necesita de un relato porque va a ser evaluado por sus obras. Una versión liberal de “la única verdad es la realidad” del general argentino que, no obstante esa expresión, creó el relato más potente de la segunda mitad del siglo XX, con continuidades en el XXI. Perón no creía en la realidad prediscursiva del PRO.
Habrá que ver si el relato-del-no-relato prende; por ahora parece funcional a la propuesta pos-ideológica macrista y poco más.
Pero si la única verdad es la realidad, parece difícil disipar la idea de que el de Macri sea un gobierno de los ricos, ya que sus principales medidas beneficiaron a esos grupos, con promesas de diversos derrames hacia abajo. Y el nuevo clima político habilitó una serie de despidos que ya causan alarma. Lo mismo pasa ahora con las negociaciones con los buitres. Más allá de la letra chica –o no tan chica– del acuerdo, y de su necesidad, se abusa de la idea de que dicha salida proveerá al país de una masa de dólares (vía deuda), producto de nuestra reconciliación con “el mundo”.
Pero más allá de su “carácter de clase”, uno de los riesgos del gobierno nacional es repetir la mediocridad de la Ciudad. Más que neoliberales, las gestiones de Macri en la Ciudad de Buenos Aires fueron grises. No fueron particularmente pésimas pero tampoco brillaron en absoluto. No sé si hubo relato, pero sí exageraciones discursivas, como llamarle Metrobus a un carril exclusivo o Subtrenmetrocleta a una promesa de reforma estructural del transporte. Y en cada área se ve la misma grisura gubernativa, por eso Lousteau casi le gana a Rodríguez Larreta con una campaña que apuntaba a ese flanco. Los primeros cien días de Macri –de no haber cambios de timón– parecen anticipar, aunque es pronto para asegurarlo, una administración de esas características. En términos de Beatriz Sarlo, una especie de “liberalismo berreta de la felicidad”.
Pero en todo caso, con tres meses al menos ya se puede criticar al macrismo sin ser catalogado por default como kirchnerista. En la emergencia de una oposición que no implique una vuelta atrás se va a jugar la posibilidad de hacer frente a un gobierno demasiado animado en pensar el regreso “al mundo” como la vuelta al endeudamiento. Si la idea era conmover a la Argentina con una nueva política –con un shock de republicanismo, reconciliación y felicidad individual–, por el momento sólo se ve la inercia agravada de la “herencia” macroeconómica kirchnerista, con retrocesos en algunas esferas y escasos o nulos avances en otras.
*Jefe de redacción de Nueva Sociedad.