COLUMNISTAS
Fractura argentina

Coldplay, Qatar y después

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Banda inglesa. Durante los diez recitales algo más de 600 mil personas pagaron entradas. | Pablo Cuarterolo

Para ver a la banda inglesa de música pop Coldplay a lo largo de los diez recitales que desquiciaron durante casi dos semanas a una amplia e importante zona de la Ciudad de Buenos Aires, algo más de 600 mil personas pagaron entradas que, incluidos los cargos por servicio, fueron de los 9.500 a los 23 mil pesos. O sea, de 30 a 70 dólares aproximadamente (dólar blue, por supuesto, la verdadera moneda que rige en la vida argentina). Considerando siempre el dólar blue, eso significa unos 30 millones de dólares. Razón de más para el eufórico agradecimiento del líder de la banda, Chris Martin, al público local y al país. Si se combinan diferentes estimaciones (que incluyen la de la Embajada argentina en aquel país y la de las agencias de viaje) se calcula que más de 20 mil argentinos acudirán al Mundial de Qatar. Desde Buenos Aires el precio del pasaje ida y vuelta promedia los 1.800 dólares. Las entradas a los partidos van desde 950 a 4.950 dólares en la fase inicial del torneo y se eleva a un rango que abarca de los 6.700 a los 34.300 dólares en las fases en que se disputen las semifinales, la final y el partido por el tercero y cuarto puesto. Alojarse en un hotel de dos estrellas (hoy no quedan lugares) cuesta alrededor de 30 dólares la noche y los de tres estrellas que todavía disponen de habitaciones las cobran unos 150 dólares la noche. Como no se vive solo de fútbol y es necesario comer, se pagará 6 dólares por una hamburguesa pelada y 15 dólares por un menú módico. Resulta agobiante multiplicar estos costos por la cantidad de argentinos que estarán en Qatar de cuerpo presente, pero el dato es imponente.

La tumba del Leviatán

Todas estas cifras, que no están vinculadas a actividades de primera necesidad, se dan en un país que atraviesa una de las peores crisis económicas de su historia, en un momento en que es gobernado por un Presidente apenas testimonial torpedeado día a día por su creadora, la vicepresidenta, y la asociación aliada a ella que, además de beneficiarse del manejo de cajas esenciales para la vida de la comunidad, se desentiende de su responsabilidad en la generación de este desastre y actúa como furibunda oposición. El 40% de los habitantes de este país vive en la pobreza, más de dos millones y medio son indigentes y el éxodo de una población joven, que se educó e instrumentó aquí, es continuo y se cuenta por miles. Solo en 2021 y en España, según el Instituto Nacional de Estadísticas de ese país, se radicaron 32.933 argentinos.

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Si se observan todos estos datos en perspectiva se obtiene la imagen de una sociedad fracturada hasta la médula del hueso por la desigualdad, que es en este caso un fenómeno económico al que hay que agregarle la inequidad (es decir, la inexistencia de iguales derechos, Justicia y oportunidades para todos). Esa fractura termina fragmentando a la población en islotes de personas que, lejos de considerar a las islas como partes de un archipiélago, como partes de un todo superior a la suma de esas partes, vive en ellas ajenas a las peripecias y necesidades de los demás y desentendidas de lo que es, en definitiva, un destino común. Esto a pesar de la ritual e insufrible andanada diaria de avisos publicitarios en el que las marcas se atropellan por mostrar una falsa épica en la que los argentinos nos imponemos a todos envueltos en una bandera que solo se desempolva cada cuatro años y tarareando un Himno cuya letra fue olvidada por muchos y ni siquiera parece haber sido aprendida por muchos más.

Cuando baje la espuma de Coldplay y de Qatar la realidad será la que es. Un gobierno que, en su huida, deja tierra arrasada en lo económico, lo social, lo educacional y lo institucional (gobierno del Frente de Todos, es decir, también de la vicepresidenta que lo inventó), una oposición hundida en miserables pujas internas que despierta más desesperanza que esperanza, y una sociedad deprimida, sin reacción (ya no quedan ni los cacerolazos que alguna vez expresaron ira o hartazgo), en la que, cada uno en su isla, apenas piensa en salvarse a sí mismo. O en ver a Coldplay. O en ir a Qatar. Los que pueden. El resto, ni eso.

*Escritor y periodista.