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año electoral

Cristinismo sin vuelo

Sus fanáticos dicen defender a CFK de jueces, fiscales, Cámaras y Corte, pero sus causas siguen complicadas.

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Halcones y palomas, Alberto Fernández. | Pablo Temes

Hay que ser muy boludo para perder las elecciones este año con la soja a 500 dólares”. El autor de la cruda frase, un economista, confirma que habrá un regalo de 10 mil millones de dólares por la cosecha y, aunque faltan tres meses, los precios tienden a subir más que a bajar (se supone que aumentarán compras los chinos al concluir sus vacaciones del Año Nuevo oriental).

Las últimas lluvias además garantizan ingresos superiores a los previstos y, “si es la economía, estúpido”, la pista electoral parece libre para el oficialismo. Como ha sido histórico, precios óptimos en los granos dan estabilidad y a los mandatarios un esplendor inesperado: le ocurrió a Carlos Menem, también a Néstor Kirchner. Al revés, claro, de Fernando de la Rúa. Ecuación simple: grandes precios internacionales, buenos presidentes; malos precios, pésimos presidentes. Dios o el cielo son peronistas. Y, por menos que liquiden los productores, 60% de sus ingresos se disiparán en solventar costos inevitables: una póliza de mayor actividad económica. Guzmán, claro, tendrá otra versión y se atribuirá con Alberto el ojo clínico de la suerte.

El economista que augura triunfos está convencido de la favorable ventura de los Fernández más que de su diligencia económica. De ahí su crítica a la pérdida de tiempo por cambiar la fecha del calendario electoral, la suspensión de internas, la pretensión de La Cámpora de ocupar el PJ nacional y el bonaerense, aunque este último cometido –que comparten Cristina, Alberto, Máximo, Kicillof y Massa– hasta ahora es una derrota: tres meses después sigue plantado Fernando Grey y otros congresales no renuncian. Tanta ambición política sectaria parecen las inventivas de Néstor con las testimoniales bonaerenses: fascinación inútil y negativa para aumentar su audiencia, el fracaso. Lo que puede decidir otros resultados son los ingresos formidables que se anuncian con los granos, más adicionales intervenciones para mejorar el artificial ánimo de la población: quietud y atraso del dólar, cierta mejora en el nivel de vida, contención de tarifas, cepo al precio de los alimentos, restricción a las importaciones, más dinero en los bolsillos y, por supuesto, un giro en el disgusto popular por el tratamiento oficial del virus.

Otra vuelta de la azarosa fortuna que beneficia a los Fernández: cuando menos pensaban que se podían salvar con la vacuna rusa, esta se ha convertido en un pasaporte a la felicidad. La ayuda de la cosecha y el placebo para que “no falte el pan en la mesa” constituyen puentes de duración limitada, para llegar a las elecciones y no perder como “boludos”, según la grafica expresión del economista. Y, como él mismo señala, luego de esa etapa comicial, vendrá una corrección cambiaria, devaluaciónes obvias, como en 2011, 2013, 2015, 2017 y 2019. Siempre en la misma fecha, cualquiera sea el gobierno, nunca falla. Después de las urnas.

También se repite Cristina en esos períodos: se propone a favor del diálogo, los acuerdos, los pactos, cierta benevolencia con el rival, una actitud que modifica por la confrontación desenfrenada apenas se cierran las elecciones. No es bipolaridad ni un trastorno femenino de personalidad múltiple: es conveniencia política. Pudo advertirse en el respetuoso velatorio que organizó en la semana para Carlos Menem en el Congreso, de quien siempre habló pestes y compartía los cuernitos con su marido apenas escuchaba el nombre del riojano (a pesar de que, en otra oportunidad, lo creyeron el mejor presidente para la Patagonia que los albergaba). En esta ocasión, antes de decidirse sobre el acto mortuorio, le preguntó a un allegado: “¿Qué debo hacer con el protocolo, estar, velarlo?”. Ligero de piernas, el interlocutor replicó: “Lo que te parezca que corresponda, lo que sientas”. Hasta Eduardo Menem, otro de sus ancestrales odiados, rescató la ceremonia que ella propuso, su discreción y también el apartamiento de periodistas para que la familia lo despidiera en paz y sin distinciones. Al revés de cuando se casaron en la provincia, en que los hombres festejaron en un primer piso y las mujeres en la planta baja, costumbres árabes.

Hay otro dato: Zulemita, a quien ella ahora distingue, podría servirse del apellido de su padre en La Rioja para candidatearse a diputada por el oficialismo. Tambien Alberto se ha vuelto zalamero con la vástaga. En esa jornada se prodigaron otros pacíficos encuentros: Alberto se saludó con Duhalde, a pesar de que este unos días antes lo disminuyó a simple secretario de Néstor y dijo no haberlo considerado nunca un jefe de Gabinete. Nadie sabe lo que hoy piensa de él, mejor no preguntar. Pero el ahora presidente evitó los reproches, le debe momentos prósperos de su vida, favores que no olvida. Sí evitó cruzarse con Pichetto, al que ha empezado a detestar pese a que el auditor tradujo a un discurso memorable los balbuceantes garabatos que Alberto y su jefe le dieron para que defienda la 125. Ni agradecimiento.

Claro que los ingresos futuros no aseguran el triunfo. Cristina, con viento a favor, le hizo perder la Presidencia a Daniel Scioli –que piensa postularse otra vez en 2023, es más deportista que político– por falta de respaldo personal e imponerle laderos que la gente sospechó como policías de gestión (Carlos Zannini, por ejemplo).

Imperdible error de arrogancia en una dirigente. Ella, ahora, vive en una incertidumbre: mejoró el tráfico con Alberto pero espera cambios que él no concederá (de Losardo a Moroni, del portavoz a Cafiero, el entorno de favoritos), su elenco económico (tipo la diputada Vallejos) resulta peso mosca aun ante un dócil y liviano Guzmán y, lo peor, parece aprisionada con una multitud de proyectos judiciales de los que sacan más provecho sus adláteres y seguidores que ella misma. Por el contrario, le cargan la autoría de todo, el interés de empoderamiento de la Justicia, mientras sus diversas situaciones procesales se mantienen e intensifican.

Sus insaciables fanáticos, en cambio, consiguen cargos, promociones, arman sus estructuras. Dicen defenderla de jueces, fiscales, cámaras y la Corte, pero sus causas se mantienen complicadas. Carece, inclusive, de capacitados y respetados transmisores, hay mucho cristinismo y nada de Cristina. Víctima de su propio aislamiento y de que Salamanca no les presta siquiera un libro a sus representantes, solo le queda el amparo de una performance favorable en los comicios para mantenerse expectante y arremeter en los dos años siguientes si logra quórum propio en Diputados. Un poco más de vida para llegar a los 70 con cierto sosiego. Curiosamente, el campo y sus precios internacionales serán de más ayuda que cualquier otro emprendimiento. Obsequio del cielo.