Las corrientes inmigratorias de fines del siglo XIX y comienzos del XX hicieron de Buenos Aires una ciudad cosmopolita y europeizante, con aportes, a veces imperceptibles, de la cultura alemana. Aunque algunos emigrados alemanes prefirieron lugares relativamente apartados –Villa General Belgrano o La Cumbrecita en Córdoba o Bariloche– los que eligieron Buenos Aires se mestizaron, se adaptaron a los hábitos de la ciudad y a la vez incorporaron sus propias costumbres. En el paisaje urbano porteño fueron típicas las cervecerías alemanas, las “Munich”. En el habla popular la característica manera de despedirse con el “chau” atribuido a los italianos era la deformación veneciana de un antiguo saludo de los estudiantes alemanes del Sur. Un invento alemán, el bandoneón, fue el instrumento esencial del tango.
La inmigración alemana mostraba los dos extremos del espectro social. A la clase alta pertenecían los Bemberg y los Bunge; estos últimos llegaron al país en 1827 y con el tiempo, emparentados con familias tradicionales y aliados económicos de los Born, se convirtieron en emblemas del gran capital internacional. Algunos descendientes de los Bunge han tenido destacada actuación en la vida intelectual.
La otra cara fueron los obreros alemanes, muchos de ellos venían perseguidos por las leyes antisocialistas de Bismark. Estos fundaron en 1882 el Club Vorwärts, la primera organización socialista de la que participó el ingeniero Germán Avé-Lallement, periodista y teórico pionero del marxismo argentino.
Ideología alemana. El germanista Ernesto Quesada –comisionado por las universidades argentinas para estudiar la educación alemana– fue el introductor y divulgador de Spengler, que junto al conde de Keyserling y la corriente filosófica del pesimismo cultural fascinaron a Ezequiel Martínez Estrada y otros intelectuales argentinos. Los militares se entusiasmaron igualmente con la ideología de la “revolución conservadora” y de uno de sus representantes, Ernst Jünger, editaron su novela bélica Tormentas de acero, leída con fervor por Borges. Una beca para estudiar con Heidegger fue el pasaje que llevaría a Carlos Astrada y a Nimio de Anquin a rozar el nacionalsocialismo. El jurista nazi Carl Schmitt era tan leído que influyó en los redactores de la reforma la Constitución de 1949 y hasta un funcionario peronista intentó traerlo a la Universidad.
El lado oscuro de las relaciones entre argentinos y alemanes acaeció durante el nefasto período nacionalsocialista. De la actitud ambivalente del presidente Castillo se pasó, con la dictadura surgida del golpe militar del ’43, a apoyar al régimen hitleriano para terminar con una oportunista ruptura poco antes de su caída. A pesar de no conceder visado a los judíos considerados “indeseables”, muchos de ellos, escapados del nazismo, entraron clandestinamente, entre ellos el poeta expresionista Paul Zech.
El diario de la colectividad alemana Argentinesches Tageblatt era antinazi, pero la Embajada alemana ayudaba económicamente a los periódicos nacionalistas antisemitas y al Partido Nazi local.
Algunos magnates alemanes radicados en la Argentina, Ludwig Freude, Richard Staudt y Fritz Mandl, cooperaron en el ascenso de Perón y sirvieron de nexo con los intereses alemanes. Tras la derrota de Hitler, el país se convirtió en refugio de criminales de guerra como Eichmann y Mengele, y en la salvaguardia de los capitales alemanes de la era nazi.
Francfort en Buenos Aires. Poco se recuerda que la Escuela de Francfort fue patrocinada por Felix Weil, hijo de un exportador de granos alemán radicado en la Argentina desde 1890. Weil nació en Buenos Aires y luego de estudiar en Francfort, donde conoció a los integrantes de la Escuela, regresó a su ciudad natal en 1930 para hacerse cargo de los negocios del padre. Una posibilidad frustrada fue que la Escuela de Francfort, siguiendo a su mecenas, hubiera optado por exiliarse en Buenos Aires. Debe recordarse que Weil escribió en inglés uno de los mejores estudios sobre la economía argentina: The Argentine Riddle (1944). Otros pensadores alemanes –Nietzsche y Heidegger– tuvieron mayor incidencia en los círculos académicos que los francfortianos; no obstante, ellos serían traducidos por primera vez al castellano en las ediciones de Sur. Un representante de la segunda Escuela de Francfort, Jürgen Habermas, visitó, en la década del 80, Buenos Aires, a la que consideró una Weltstadt (ciudad mundial).
Expresionismo y Bauhaus. Emblemático representante del cosmopolitismo porteño, Roberto Arlt vivió en un clima lingüístico donde el alemán paterno se mezclaba con el italiano de la madre, el castellano aprendido en la escuela y el lunfardo de la calle. Sus novelas pertenecían a un estilo típicamente alemán, el expresionismo, que impregnaba la atmósfera de la cultura rioplatense.
De los vanguardismos, Borges sólo rescataba al expresionismo, al que dedicó un ensayo en Inquisiciones y en 1920 publicó en la revista madrileña Cervantes una antología de poetas expresionistas alemanes. El expresionismo dejó también su impronta en las artes plásticas: el realismo expresionista en el contexto social dramático de Kathe Kollwitz inspiró los aguafuertes de Guillermo Facio Hebequer. El género teatral del grotesco porteño tenía resonancias expresionistas.
El cine expresionista y, en general, el cine alemán de la era prehitleriana no sólo era exhibido en los cineclubes, sino que algunas películas alcanzaron éxito masivo. Metrópolis y el Doctor Mabusse se reflejaban en la atmósfera delirante y los personajes exacerbados de Los siete locos. Borges, por su parte, reconocía –en el prólogo de Historia universal de la infamia– entre sus inspiradores al director de cine alemán Josef von Sternberg. Menos conocida es la incidencia que los alemanes tuvieron en el cine argentino de los años 30, cuya iluminación de dramáticos claroscuros fue impuesta por directores de fotografía centroeuropeos que habían trabajado en los estudios UFA, antes de pasar por Buenos Aires. Igualmente alemanas fueron dos artistas de la fotografía: Annemarie Henrich y Grete Stern. Después del expresionismo, la Bauhaus hizo su entrada: antes de afincarse en esta ciudad, el arquitecto Wladimiro Acosta fue decorador del cine expresionista alemán y estudió en la Bauhaus. Alberto Prebisch, diseñador del Obelisco e impulsor de la arquitectura racionalista, era descendiente de alemanes y sus edificios estaban inspirados en la Bauhaus.
Las interacción cultural entre ambos países no cesó aunque, con rasgos distintos: el mundo ha cambiado y las dos naciones no son las mismas. Sin embargo, algunos estilos artísticos como el expresionismo están presentes todavía en la obra de los pintores argentinos Carlos Alonso, Carlos Gorriarena o el Guillermo Roux muralista.
Ute Lemper –presente en Buenos Aires en estos días– cantando a Kurt Weil y evocando el cabaret berlinés muestra la permanencia del arte alemán del temprano siglo XX aunque la diva tal vez llegará a ser un ícono del siglo XXI.