El año 2017, el segundo completo de la gestión de Cambiemos al frente del Gobierno, finalmente arrojó una inflación de 24,8% punta a punta. Una cifra que si bien la aleja del récord nacional de las híper del 75 y el 89, la sitúa en un incómodo lote de las diez economías con más inflación en el mundo durante el último año.
Encabezada por la muestra del fracaso chavista en Venezuela, los demás países con peor performance que la Argentina están envueltos en serios conflictos: Siria, Sudán y Sudán del Sur, Congo o Libia. Establecida desde un inicio como una bandera de campaña presidencial de 2015, la pregunta que cabe hacerse es qué ocurrió para que se incumpliera de tal manera con dicho compromiso, lejos todavía de poder corregir el rumbo y terminar el mandato inicial de Mauricio Macri con una inflación de un dígito, condición necesaria (pero no suficiente) para tildar de civilizada a nuestra economía.
En un primer repaso surgen tres cuestiones que han ralentizado la normalización en términos económicos: a) la necesidad de un sustancial cambio en los precios relativos, distorsionados durante años de controles y multiplicidad de tipos de cambio, y dicho proceso es más viable de realizar con subas de precios; b) la paulatina quita de subsidios al transporte y la energía en el ámbito urbano, bastión electoral del modelo K, cuyo impacto empuja el costo de vida; y c) la inviabilidad de terminar achicando el déficit por la rigidez del gasto público, constituido como el de los países europeos, en un centro de distribución previsional (casi el 50% son jubilaciones y asignaciones sociales).
Dados estos condicionantes, el Gobierno apostó desde un inicio a un gradualismo que hiciera sostenible el esfuerzo económico pero que necesitara de financiamiento externo creciente y un cúmulo de inversiones que aligeraran la carga de la recapitalización productiva. El primer factor enciende algunas luces de alerta con la suba de tasas en los mercados internacionales, y el segundo está tardando más de la cuenta. Incluso algunos sectores más “duros” añoran una política más dura que sí hubiera erradicado la inflación. Pero el pasado no sirve para tomar decisiones sino para aprender lecciones, empezando por no esperar más de lo que la realidad puede ofrecer.
En este nuevo nudo gordiano está parado el propio Presidente, que por propia decisión prescindió de un equipo económico liderado con mano fuerte y unidad de criterio, al estilo de Cavallo y Lavagna. Le queda a él analizar con su Estado Mayor el camino a tomar, con elecciones en un año y medio y la promesa incumplida de hacernos olvidar, como en tantas economías exitosas, que la inflación es un tema recurrente. Quizás es solo una cuestión de velocidad de ajuste, siempre más civilizado cuando se hace controladamente que cuando lo realizan las misteriosas fuerzas del mercado.n