En 1962, el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin publicó un libro resonante: L’ésprit du temps, donde introducía el concepto de “cultura de masas”. En su visión, se trataba de una cultura producida por los medios audiovisuales de difusión, no para “cultivar”, sino para ser consumida. Ya en aquellos tiempos, Morin pronosticaba la aparición de una democratización de la cultura, de una cultura dirigida a una humanidad masiva, donde el individuo se encuentra cada vez más aislado dentro de la masa.
Ese tema de Morin –que apareció en mi memoria– me lleva a hacer hoy algunas comparaciones entre nuestro léxico de ayer y el que signa “el espíritu de este tiempo”, de nuestro tiempo, en la actualidad. Y lo comparto con usted.
¿Se acuerda de las épocas en que se tenía un novio o una novia?… Ahora se tiene pareja.
Antes se flirteaba… ahora se histeriquea.
Antes la gente hacía el amor… ahora tiene sexo.
Antes los jóvenes se besaban… ahora transan.
Antes iban a bailar a la boîte… hoy a la disco.
Antes una persona era maníaco-depresiva o ciclotímica… ahora es bipolar.
Antes la gente estaba loca… ahora está zarpada. Antes había asesinos y perversos… ahora hablamos de psicópatas.
Antes se estaba deprimido… ahora se está bajoneado.
Antes, cuando no sabíamos qué decir, decíamos “este...”, ahora se dice “a ver...” o “nada”. (También se han renovado otras muletillas y expresiones: está bueno, sentirse contenido, agendar, vacacionar, tarjetear, etc.)
Antes se tenía surmenage… ahora se llama estrés.
Antes la gente se desvivía por los lentes de contacto para no usar anteojos… ahora todos, o casi todos (al menos en la TV) usan anteojos ( está de moda, claro).
Antes, depilarse y llevar tacos era cosa de mujeres… ahora también se suman muchos hombres.
Antes, en los ratos libres se hacían palabras cruzadas… hoy son los jueguitos y los mensajitos en el celular.
Antes teníamos voluminosos archivos de recortes con información … ahora están los buscadores en internet.
Antes, ante la duda, se recurría al “mataburro”, hoy se “googlea”.
Antes, en los medios de transporte había carteristas… ahora sigue habiendo carteristas (pero se los llama “pungas”), pero además, hemos progresado. En las tiendas y en las calles tenemos: mecheras, motochorros y bicichorros.
Antes teníamos fechas patrias… ahora tenemos feriados largos.
Antes los hombres regalaban a sus amadas bombones, grandes ramos de flores, alhajas… hoy son cirugías estéticas (sobre todo de lolas y de colas).
Antes uno iba a análisis... hoy tiene terapia.
Antes todos nos llamábamos, entre nosotros, “che”… ahora los jóvenes –y no tanto– se llaman entre sí “boludos”.
Mi amigo Hugo me recordaba que durante la dictadura estaba la expresión “mató mil” no como algo terrible, sino todo lo contrario… ahora cuando algo es fantástico decimos “es muy cool” o “rebueno”.
Sigan la lista, por favor.
Ningún tiempo pasado fue mejor y ningún tiempo presente es peor. Como creía Buda, “el Despierto”, no hay que perseguir el pasado ni perderse en el futuro.
Pero que todo va cambiando, no hay dudas. Y lo que hace el lenguaje es reflejar las nuevas realidades. Que son distintas, claro.
Antes, en los bares, se charlaba. Ahora la gente está ante las notebooks o enfocada en los iPhones, deslizando el pulgar sobre la pantalla, todo el tiempo. El celular es como la prolongación de la mano. Nadie mira a la derecha, a la izquierda, a la calle, al interlocutor, el paisaje humano y urbano alrededor.
Y todo eso está muy bien, o no está muy bien, no sé, no juzgo, no prejuzgo, ni digo nada que se parezca a un calificativo. Observo, nada más. L’ésprit du temps.
Ahora, eso sí, me pregunto: ¿Alguna vez tendremos un instante para mirar los ojos de la persona sentada enfrente? Aunque sea para saber si esa persona está contenta o triste. O qué le pasa. Porque si bien la frase “los ojos son el espejo del alma” es una frase de las de antes, todavía –y que yo sepa– no fue reemplazada por algo mejor o más certero.
*Escritora y columnista.