De la esperanza a la expectativa, bajan unos grados la ilusión. De la expectativa a la espera, la ilusión es casi nula. Pero la gracia del juego es que todo puede revertirse. El azar es jugador de lo imprevisto.
Recién empezado el Mundial, ya llegamos a la expectativa. Ojalá talento y vientos hoy resulten favorables. Pensando en las cábalas (a buscar otras, las primeras habría que desecharlas) y en la creencia, se me cruzó la figura de Pasolini. El poeta y cineasta italiano –del que este año se cumplieron 100 años de su nacimiento– tenía afición por el fútbol. Incondicional “tifoso” (hincha) del Bologna F. C., escribió muchísimos artículos recopilados en su libro Sobre el deporte. Pero al boloñés también le interesaba la religión. Repudiaba la burguesía, el capitalismo; creía en la humanidad, y su posibilidad de salvación. Sobre todo a través del juego y la fe. Y más que nada, el fútbol y la infancia. “Para mí, el arte es juego, así como el juego es arte”. De niño, jugaba seis o siete horas seguidas en los Prados de Caprara. Hallaba en la infancia el potencial del humanismo, y en el deporte, la puesta en escena del teatro de la vida. Cristianismo y marxismo eran sus banderas, que intentó hacer flamear en una de sus mejores películas, El evangelio según san Mateo. Pasolini respetó a rajatabla este evangelio, que realmente puede ser leído como un guion cinematográfico, incluso por su desglose en partes, y la separación de la prédica, los diálogos y las acciones. Invitó como actores a sus amigos literatos (Natalia Ginzburg, Rodolfo Wilcock, Giorgio Agamben, entre otros), pero también a su propia madre, que en el filme llora la muerte de Jesús en la cruz (escena memorable, conmovedora), como quizá la habría llorado ante su propio hijo, Guido, el hermano de Pier Paolo que integraba la Resistencia, abatido en 1945.
También Pasolini fue Capitán del equipo de Letras, haciéndolo ganar en varias ocasiones. Consideraba al fútbol “la última representación sagrada de nuestro tiempo; es rito en el fondo y también es evasión. Si otras representaciones sagradas, incluso la misa, están en declive, el fútbol es la única que nos queda” (¡Del Mesías a Messi!).
Pasolini apreciaba todo del fútbol, incluso la danza de los cuerpos masculinos que tanto le atraían. “Después de la literatura y el eros, para mí el fútbol es uno de los grandes placeres”. Gozaba principalmente de los goles. Los consideraba una revelación poética. El partido podía ser un gran relato, con mayor o menor suspenso, pero en el gol se jugaba el desenlace. “Cada gol es una invención, es siempre una subversión del código; cada gol tiene un carácter ineluctable, es fulguración, estupor, irreversibilidad. Como la misma palabra poética”.