Entro a una librería de usados (hay dos en San Clemente) donde los veraneantes eligen un policial o una novela rosa para leer en la playa. En realidad, no sé si es eso lo que hacen, pero espero que se atengan a esa sana tradición y no busquen en cambio los libros de Felipe Pigna con la intención de combinar el ocio con el fervor patriótico. No me detengo para averiguarlo y me dirijo a la estantería de las ofertas más baratas (que no lo son tanto, seis pesos) y compro un ejemplar de lo que puede llegar a ser, en principio, el libro más aburrido de todos los tiempos: Cuento suizo alemán del siglo XX, una antología compilada por los profesores Marlene Rall y Dieter Rall. Marlene y Dieter (no se aclara si son hermanos, cónyuges, primos o no tienen parentesco) son catedráticos de la Universidad Nacional Autónoma de México. Subsidiado por la Fundación Pro Helvetia, el libro es de aquellos que ningún editor en su sano juicio publicaría sin tener una financiación que lo libere del bochorno de una venta nula (aunque en este caso vendió un saldo).
La lista de escritores seleccionados no incluye ningún nombre popular, aunque es difícil que haya alguno en el historia de la literatura suizo-alemana. Los compiladores aclaran que han excluido a autores como Max Firsch, Robert Walser o Friedrich Dürrenmatt (justamente los que pueden llegar a sonarle al lector) porque ya fueron elegidos para una antología anterior llamada Cuento alemán del siglo XX. De modo que los Rall han hecho jugar a los suizos más famosos para los teutones y han formado el equipo con las estrellas locales, es decir con nombres como Muschg, Späth, Hürliman o Laederach de los que se ha hablado poco en esta parte del planeta, aunque sean escritores en su senectud o ya muertos. Pero hay que reconocer que lo exótico de la propuesta le otorga cierta distinción, cierto carácter de pieza única. Y además, ¿cuándo vamos a tener la oportunidad de leer veinticinco cuentos de veintidós autores suizo alemanes, muchos más de los que hemos leído en toda nuestra vida? Y, por último, nadie puede descartar de antemano que entre esos cuentos haya una media docena genial y que la literatura helvética del siglo XX sea el mayor tesoro cultural que espera a ser desenterrado en el siglo XXI.
Debo confesar que eso no sucede, aunque no se puede decir que los cuentos sean en general muy malos. De hecho, sí hubo un autor que me llamó la atención, Gerhard Meier (1917-2008), poeta y novelista que rara vez salió de Niderbipp, un pueblo en el cantón de Berna, y al que Peter Handke puso fugazmente de moda en los 80. Sus dos breves textos incluidos en la antología hacen pensar en un Walser interesado por la política. “Cuando aparece el primer corredor ciclista del año entrenando en la carretera, entonces ha llegado la primavera”, traduce Dieter Rall en versito, aunque el texto es en prosa. Pero Meier sobrevive a la traducción y me prometo leer algo más de él en le futuro. Después, hay de todo. Muchos relatos de contenido social, uno en el que una mujer le presenta a otra a un candidato que en la última línea resulta ser su ex marido y una cosa horrenda en la que el autor, un cretino inigualable, hilvana semblanzas de los grandes escritores sin nombrarlos (“Es posible que durante el día simule ocuparse en un honrado trabajo de escriba en una oficina, para penetrar luego, al caer la noche, en un castillo difícilmente identificable y conducir un proceso en el que el acusado no comparece ante un tribunal regular”), acaso para poder jugar entre amigos (“¡Kafka, Kafka, un punto para mí!”).
En verdad, compré el libro para hacer un experimento. Quería saber si una antología de cuentos de autores desconocidos, como las que se publican en la Argentina a cada rato (eso sí, siempre de jóvenes), puede ser de algún interés fuera de ese morbo localista con el que suelo leerlas. Pero no llegué a ninguna conclusión.