Aquello que los argentinos llamamos “crisis económica” se ha identificado siempre con estallidos inflacionario- devaluatorios y defaults de la deuda pública. La crisis de 2001/2002, por su particular contexto, le sumó a estos ingredientes típicos, entre otras cosas, la destrucción del sistema financiero, y de muchos patrimonios, por pasivos dolarizados y activos en pesos disfrazados de dólares y, como consecuencia, una maxirrecesión y un hiperdesempleo.
Desde ese momento tan angustiante y dramático de la historia argentina, la definición de nuestro imaginario colectivo de una crisis, pasó a ser la de 2001/2002.
Obviamente, cualquier comparación del presente con aquellos tristes momentos resulta favorable a nuestros días y es por ello que, sistemáticamente, el oficialismo se empeña por mostrar el éxito obtenido, siempre respecto de lo que sucedía en el país a comienzos de este siglo.
Llevado a la política, la presencia tan poderosa del fantasma de 2001/2002, destruyó la base de una democracia republicana, la posibilidad de alternancia en el poder. El principal partido de oposición, la UCR, quedó totalmente desprestigiado por haber protagonizado aquellos años, y muchos de sus mejores dirigentes emigraron a fuerzas nuevas, atomizadas y sin una estructura propia nacional de la envergadura necesaria. A su vez, relato oficial, enhebrado desde el éxito de los resultados –siempre comparando con el “subsuelo del infierno”– logró imputar la debacle de ese tiempo a todo lo sucedido en la “nefasta década del 90”, sin distingo de cosas buenas y cosas malas y, simultánea y sorprendentemente, aparecer como “víctimas” de esa década, y no como protagonistas.
En otras palabras, la memoria colectiva de aquellos terribles momentos en la vida económica de los argentinos no sólo ubica al oficialismo en una posición extraordinaria, cuando se compara con el momento actual y se imputa la mejora al “modelo”, sino que, al identificar sólo “a los otros” de la política, como únicos responsables del desastre, y a todas las políticas previas como la causa de los males pasados y de los que persisten, se reducen fuertemente las posibilidades electorales de una oposición atomizada, no sólo por las posturas individuales, sino porque, además, también fue una “alianza” quién encabezó la debacle.
Volviendo a la economía, lo que el Gobierno omite describir cuando referencia al 2001/2002 es que en ese momento, “el mundo se nos había caído encima”, producto de la devaluación brasileña, la fortaleza del dólar y el bajo precio de nuestros productos de exportación. Sumado a la necesidad de, en ese mundo, renovar una deuda acumulada, en el camino de evitar el inevitable ajuste de ese momento.
Ahora, en cambio, el mundo “nos sostiene”, con un Brasil que revaluó su moneda en todo este período –aunque en los últimos meses haya ajustado–. Un dólar débil, y precios de nuestros productos de exportación bien por encima del promedio de la década pasada. Junto a una reducción espectacular de la deuda externa en manos privadas, mezcla de defaults, canjes, estatizaciones de los fondos de pensión y uso de las reservas del Banco Central.
Y son estas extraordinarias condiciones externas , las que permiten, pese a tener 25% de inflación anual, déficit fiscal creciente, con récord de presión tributaria, control previo de importaciones, control parcial de precios, ruptura de las relaciones financieras con el exterior, control de cambios, caída de la inversión, freno a la creación de empleo privado, y deterioro evidente de la infraestructura y de la provisión de bienes públicos, postergar a la espera de las elecciones, el necesario ajuste de los desequilibrios macroeconómicos que padecemos. Ajuste que, de ninguna manera, implica una crisis del estilo de 2001/2002, por las diferencias internas y globales ya descriptas.
Pero postergar no es solucionar.
Y es esa percepción de “tarde o temprano”, la que predomina sobre las decisiones de inversión, ahorro y consumo, privados, y que se refleja en el único indicador disponible de corto plazo, la brecha cambiaria.
El relato podrá seguir comparando exitosamente “la década ganada” contra la crisis de 2001/2002, y hasta, gracias a lo comentado, lograr una buena perfomance electoral.
La realidad, en cambio, no hace comparaciones, reclama soluciones que, por ahora, no aparecerán.