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El noruego insufrible

Le sugiero al lector que tome con prudencia a Fosse, aunque éste será elogiado por los medios habituales.

16-4-2023-Logo Perfil
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El día en que anunciaron el Premio Nobel para Jon Fosse se reprodujeron dos fenómenos habituales. Uno en las redacciones, donde los jefes de Cultura salieron a buscar desesperadamente información sobre un escritor desconocido por los hispanohablantes. Por suerte, existe internet y siempre hay algo disponible. Como Fosse es conocido en el resto del mundo por sus obras de teatro, un diario consiguió un artículo de Alejandro Tantanian, quien recordaba con admiración la puesta de una obra suya en París, dirigida por Patrice Chereau (horrible cineasta, por otra parte). Varios salieron a burlarse del premio, tanto que otro diario publicó una nota con pullas nacionalistas, la mayoría a cargo de colegas que no lo habían leído. Simultáneamente empezó la caza de los derechos de autor. Pocas horas después del anunció, el grupo Penguin comunicó que en un par de meses empezaría a pu-blicar la obra de Fosse traducida al español. Pero una buena parte, incluyendo la afamada Septalogía, ya la había pu-blicado en España el sello independiente De Conatus. Pero debe haber para todos: Fosse publicó decenas de libros, inclu-yendo poemas, cuentos, novelas, teatro y literatura infantil. No se privó de nada, como tampoco lo hizo en materia de religiones: fue protestante y ateo hasta que convirtió al catolicismo con tanto ímpetu que se hizo admirador del papa Francisco.

Siempre me da curiosidad saber cómo escribe el Premio Nobel, así que conseguí en internet una versión en inglés de Melancholy I-II, dos novelas que Fosse escribió en 1995 y 1996 y que giran alrededor de Lars Hertervig (1830-1902), un talentoso pintor noruego que tuvo una vida desgraciada: estuvo internado en un loquero y terminó en un asilo para pobres. Empecé a leer Melancholy I y me encontré con una prosa rumiante, que vuelve una y otra vez sobre lo mismo, al estilo de Thomas Bernhard, solo que sin humor. Fosse habla desde el flujo de conciencia del joven pintor durante su estadía para estudiar en Dusseldorf, que terminó abruptamente cuando sus condiscípulos le hicie-ron una broma pesada. De esa broma da cuenta Fosse en el primer capítulo a partir de la mente atormentada, paranoica, delirante y sin gracia del protagonista. En el segundo capítulo, Hertervig ya está en un manicomio en Dinamarca, donde no lo dejan pintar y se masturba día y noche. Fueron de las 200 páginas más arduas y faltas de inspiración que me haya tocado leer. En el tercer capítulo, Fosse le da un respiro al lector y habla, indirectamente, de su alcoholismo, de sus momentos místicos y de su misantropía. No leí la segunda novela, que el traductor al inglés describe como “demasiado nórdica y deprimente”, como si la primera fuera un jolgorio. Le sugiero al lector que tome con prudencia a Fosse, aunque éste será elogiado por los medios habituales, que destacarán su tráfico con los grandes temas como dios, la muerte y la angustia del artista.

De todos modos, el libro me sirvió para entender por qué odio el teatro contemporáneo. Como buen posbeckettiano, Fosse construye escenas recalentadas a presión en las que la angustia, la incomodidad y la desolación se hacen insoportables. En las novelas de género, uno quiere llegar al final para ver cómo terminan. En el teatro moderno, uno quiere llegar al final porque no soporta lo que está viendo. No hay mal que por bien no venga.

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