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El obrador del post Bretton Woods

La plaza bancaria global se desplaza del Atlántico hacia China, y comienza a dar los pasos para sustituir la estructura financiera nacida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.

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Sería necesario mirar el mundo con ojos sin párpados ni lagrimales, con ángulos de visión que abarcaran sucesivamente los 360 grados, como el haz de un faro. Hoy no tenemos un ojo así; en un cercano mañana, una conjunción de informática, electrónica, cirugía y óptica quizá lo hará posible.
En vísperas de ese mañana, casi todo lo que ocurre hoy en los miles de escenarios simultáneos mundiales es registrado, grabado y archivado. A veces se difunde, otras no, a veces se funde en otro y se confunde, pero la gigantesca ecuación, el algoritmo que define la dirección y el comportamiento de la especie incorpora el dato y lo procesa en millonésimas de segundo.

Por ejemplo, ha quedado inscripto que Zair Naik, predicador de la TV de la India –quien afirmó que el atentado contra la Torres de 2001 fue un “trabajo desde adentro” orquestado por el ex presidente George W. Bush–, recibió el Premio Internacional Rey Faisal, otorgado por Arabia Saudita por sus “servicios al islam”.

Quien contribuye muy frecuentemente con puñados de electrones y alteraciones en áreas de cálculo de alguna variante de la megaecuación es el señor Sheldon Adelson, entrenador y promotor del primer ministro Netanyahu, de numerosos diputados republicanos norteamericanos y de dirigentes israelíes.

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Don Adelson posee una de las diez grandes fortunas del planeta, unos 31 mil millones de dólares, monto equivalente a las reservas de nuestro Banco Central. El magnate reunió esa suma trabajando duramente en la creación de un vasto y monumental emporio de casinos y hoteles, comenzando por Las Vegas, y que incluye a Macao y Singapur. El periodista israelita Uri Avnery lo define como “dueño de Netanyahu y del Partido Republicano (de los Estados Unidos)”, y refiere que hace poco dio cita en Las Vegas a todos los candidatos de ese partido para comprometerlos en su apoyo a Israel y a Netanyahu.

Sheldon Adelson es una persona con imaginación y gusto, como lo prueba su decisión de construir una réplica de Venecia en uno de sus casinos-hoteles después de pasar su segunda luna de miel en la verdadera Serenísima República (si viviese en Argentina, creería que nos referimos a la empresa láctea). Es además dueño del Israel Hayom (“Israel Hoy”), diario de distribución gratuita en todo el Estado judío, que ha logrado desplazar al muy popular Yedioth Ahronoth (“Ultimas Noticias”) en cantidad de lectores y anunciantes. Como en Israel el juego está prohibido por ley, con lo que gana con la industria del juego en EE.UU. don Adelson financia un poderoso medio “off shore”.

A los 81 años, el multimillonario de ruleta y baccarat mantiene en los dos países un intenso ritmo de actividad política, y su influencia no deja de crecer. Por ejemplo, logró hacer nombrar embajador de Israel en Washington (¡nada menos!) a un dirigente republicano nacido en Miami, Ron Dermer, quien urdió con Netanyahu la venida de este último al Capitolio para dar un discurso ante los miembros de ambas Cámaras, asunto ya tratado en esta columna.

Las dificultades que enfrenta Israel con su propia fragmentación política y las brechas entre las posiciones partidarias quedan reflejadas en los resultados de las elecciones del 17 de marzo, que ungieron a Bibi Netanyahu por cuarta vez primer ministro de su país; restaron ocho bancas a la centroizquierda, sumaron una a la derecha y aumentaron las de los árabes de 11 a 13. Una señal indicadora de la parálisis y las divisiones de la centroizquierda es el hecho de que hay dos palabras que sus candidatos no pronunciaron durante la campaña: “paz” y “Palestina”.
El poeta católico y socialista francés Charles Péguy, muerto en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, dijo: “Uno debe siempre decir lo que ve. Pero especialmente, y eso es lo difícil, uno siempre debe ver lo que ve”. Se ve, por ejemplo, un desplazamiento del centro de gravedad de la economía mundial del Atlántico hacia Asia, sobre todo hacia China.

Al rubricar su acta fundacional 21 países, incluyendo a China, India y Singapur, nació en octubre de 2014 el Banco de Inversiones e Infraestructura del Asia, con un capital inicial (China anunció su intención de duplicarlo) de 50 mil millones de dólares. Los países que suscriban el acta antes del 31 de marzo próximo gozarán de las ventajas de ser miembros fundadores.

A pesar del pedido y las reticencias de Washington, el Reino Unido estampó muy recientemente su firma, seguido en una arremetida de carrera cuadrera  por Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo y Bélgica, y pronto probablemente por Corea del Sur, Australia, etcétera, todo lo cual irrita a Japón y preocupa a los EE.UU. La vocera del Departamento de Estado yanqui ha dicho, por ejemplo, que presumen que el Banco “no tendrá altos estándares”, lo que nos lleva a deducir que el gobierno americano tiene la facultad de poder anticipar el comportamiento de un banco que aún no empezó a trabajar, y que integrarán (y fiscalizarán) Gran Bretaña y Alemania. Por otra parte, no deberían dejar de tener en cuenta la dificultad para EE.UU. de definir estándares de conducta financiera ajena desde un púlpito de irreprochabilidad propia.

Lo que vemos que se ve es el nacimiento gradual y sostenido de una importante plaza bancaria de inversión “sinocéntrica”, que busca por ahora complementar y reemplazar parcialmente a las instituciones nacidas en Bretton Woods en 1945: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En procura de ese objetivo, Beijing ha dado tres pasos y pronto dará un cuarto.

Ha creado este banco (en inglés AIIB, Asian Infrastructure and Investment Bank), y ya funcionan: el Nuevo Banco de Desarrollo, o como Banco Brics, y el Fondo de Reserva Contingente (sucedáneo del FMI). Pronto nacerá el Banco de Desarrollo de la Organización de Cooperación de Shanghái.
Refiriéndose a la adhesión de su país al nuevo banco, el director de Chatham House, centro de reflexión estratégica y pedúnculo académico del Ministerio de Asuntos Extranjeros británico, dijo algo que resume el tono de esta columna y el hiperrealismo británico: “A veces, para conseguir crecimiento económico, uno tiene que hacer lo que tiene que hacer”. ¿Quién lo contradiría?