Los cuatro años de Alberto Fernández han sido muy fructíferos para intentar aproximaciones a la idea de poder, es decir en un sentido teórico. Aunque la mayoría de los empeños de los analistas se mostró especialmente carente de herramientas conceptuales para su tratamiento, el escenario de la pandemia, la demanda de restricciones, y la relación supuestamente dependiente del Presidente con su vice, permitieron apoyar en los procesos de comunicación indignados ideas recurrentes alrededor de la dominación, la influencia y la libertad individual; todos aspectos muy desarrollados por la sociología en relación con el modo en que el poder se hace presente, por lo menos como intento, en condiciones de encuentro de personas.
El poder es un componente central dentro del sistema político, que puede incluso ser precisado con particular claridad para su observación. Algunas aproximaciones filosóficas incorporan la idea de poder en un sentido más macro social en relación a una capacidad de vinculación entre el orden social y el autocontrol sobre cuerpos y voluntades de las mentes, algo especialmente detectable en Foucault. Sin embargo, uno puede exponer preguntas adicionales para los casos en que un mismo sistema social, ofreciendo condiciones de influencia similares sobre el total de su población, encuentra en algunos casos gobiernos en condiciones de avanzar sin problemas y otros en que los gobiernos no pueden lograr imponer ninguna de sus voluntades. En realidad, si se traslada a condiciones específicas se puede indicar que el poder es en realidad un momento comunicacional que se renueva en cada presente actualizado y que tiene desafíos constantes que requieren esfuerzos específicos. El poder se usa una y otra vez y en cada nueva orden, vuelve a comenzar.
El desequilibrio de la libertad de Patricia
La insistencia en describir la relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner como de sometimiento, careció siempre de evidencia y de precisiones. El poder puede ser definido como una acción que genera otra acción; es decir, como una relación en la que quien da una orden logra que esa orden sea cumplida como una acción por quien la recibe. Así, es sencillo detectar la capacidad de un poder en un momento determinado: logra que hagan lo que pide, o no lo logra. Justamente en la gestión, Alberto iba transformándose en una máquina silenciosa de no cumplimiento de acciones deseadas por Cristina, y haciendo que esta perdiera poder cuando la mayoría pensaba que lo acumulaba. De manera extraña y poco clara, él acumulaba un poder novedoso, pero existente.
Las tensiones en el armado de listas para las elecciones pueden leerse también en términos teóricos de poder en el mismo sentido de la capacidad de influencia y definición. Aunque aparentemente no tenga agenda y sus rastros en la gestión sean casi nulos, Alberto Fernández apareció jugando un rol opositor a Cristina Kirchner y creando con Scioli y Tolosa Paz un desafío abierto del que se tuvo que trasladar hasta el límite de su solución. No llegó a concretarse la candidatura presidencial del exgobernador bonaerense, pero esa escenificación supo obligar a todos a tratar con ellos y resolver el tema. No fue a través de una orden, no fue con poder, fue con negociación. Esta es una novedad de esta carrera electoral.
El ritual kirchnerista y la individualidad del PRO
El caso de Sergio Massa tiene también al poder en escena, y su biografía en esta calzada hacia el conflicto de las urnas dedica un contraste muy importante con el lanzamiento anterior de Alberto Fernández. Alberto fue en ese momento colocado; Massa fue batallado. Sergio Massa no solo es quien sí logra generar una suficiente influencia para efectivizar su candidatura, sino que elimina todo tipo de competencia interna, más allá de la voluntad de los otros y otras. Massa llega a esta elección con más poder que Alberto, aunque por ahora tenga otros desafíos para ganar. Ese inicio es, por lo menos, diverso al pasado reciente.
El poder es un medio que ofrece muchos beneficios en organizaciones como partidos políticos o empresas, en tanto permite la concreción de acciones relacionadas a liderazgos. Pero en todos estos casos se trata, por lo menos en algún enlace de una cadena de mando, de situaciones interactivas. Cuando se intenta trasladar esto al logro de comportamientos masivos e impersonales, los condicionantes mutan hacia otras formas y necesidades. No todo aquel que logra poder obtiene en simultáneo una influencia masiva.
La creciente especialización en el desarrollo de campañas políticas y la obsesiva observación de la opinión pública han fortalecido la separación entre gestión y comunicación masiva, generando que algunas figuras sean ideales para simular ser buenas o buenos futuros gestores, pero expresando en realidad solo una simulación que es útil y atractiva como cosificación en una campaña. Las crecientes dificultades para unir lo que formalmente es denominado como “comunicación gubernamental” y la gestión en sus logros, son un interesante ejemplo de esta dinámica ya separada. Quien se especializa en la gestión y dedica su tiempo irrefrenable a tratar procedimientos incesantes de cualquier burocracia, tendrá poco espacio temporal para generar en simultáneo un acumulado de mensajes atractivos que muestren aquello que hacen; y los que son buenos para uno de estos dos casos, cuesta encontrarlos en lo contrario.
Carolina Losada y la residencia artificial
Esta dinámica permite también explicar el aumento considerable de traslado de figuras de los medios de comunicación hacia el ámbito político, ya que al ser especialistas en su propia imagen ofrecen desde el mismo inicio de sus campañas un rendimiento público que no debe generar construcciones desde una base inexistente. Carolina Losada es un suceso público pero de gestión desconocida, Marcela Pagano hace su ingreso sorpresivo al partido de Milei permitiendo así ser ella misma una noticia, o incluso Matías Tombolini ocupando desde hace algunos años candidaturas en el Frente Renovador para resolver problemas de ausencia de candidatos en distritos complejos, son solo ejemplos sencillos que responden a la necesidad furiosa de imagen pública y que nada tienen que ver con la gestión.
En ninguno de estos casos es el poder, como un medio de influencia, un buen descriptor de estos procedimientos, sino solo la búsqueda de impacto público. Ocurre que todos necesitan desesperadamente de votos, y es probable que estas condiciones hayan pesado de una manera diversa en 2019 a lo que ha sucedido en este último armado de candidaturas. María Eugenia Vidal suponía que era mejor separar su elección para la reelección hace casi cuatro años, pero no fue autorizada, y nadie se animó a desafiar en una PASO a Mauricio Macri para la carrera electoral. Cristina hizo material a su deseo de elección de candidato y no tuvo posibilidad de oposición, ni en lo nacional ni en la Provincia de Buenos Aires. En esta semana y en estos días de recorrido, ni Cristina ni Macri se pudieron mostrar como dueños del poder de influencia. Larreta desafía y Massa defiende la amenaza de su espacio; Alberto debe ser consultado y las decisiones de los compañeros de fórmula se hacen pendientes hasta casi el último minuto. Este escenario, toda esta incertidumbre, expresa un momento alternativo de nuevos liderazgos que de a poco, aunque con fuerza precisa, va dejando espacio a un tiempo de discusión de poder diferente, y sobre las campañas, será más bien un episodio de entretenimiento para la gente, y para la simulación de análisis político.
* Sociólogo.