Es el encanto aterrador de los mapas: el territorio no es la realidad. La realidad es el mapa. Una nueva demostración es el informe que Antonio Elio Brailovsky, licenciado en economía política abocado a la ecología, difunde en internet al grito de “¡Plágienme!”. Hago mi parte.
Vivimos sobre un humedal. El humedal es un sistema y no sólo un poco de agua; algo así como una laguna de orillas variables, un accidente de la pampa ondulada, que las ciudades pretenden esconder bajo el felpudo de asfalto. Los conquistadores que urbanizaron Buenos Aires sabían perfectamente cómo lidiar con esta geografía; traían el conocimiento de muchos siglos atrás, desde el Imperio Romano. El límite del humedal es la barranca que puede verse en Parque Lezama, en el Microcentro, en San Isidro, en el Bajo Flores. Pero el crecimiento urbano obligó a construir una ciudad en el alto y otra en el propio humedal: La Boca, Santa Lucía (hoy Barracas). Los mapas que Brailovsky ofrece son elocuentes. Ya en 1871 hay planos de drenaje con bombas que nunca se construyeron. Todo el agua que cae drena subterráneamente hacia los humedales y lagunas, pero en 1887 se rellenaron con basura. Entre 1930 y 1976 la industria establecida en el Conurbano utilizó gran cantidad de agua subterránea y así los humedales parecían haber desaparecido del territorio. Pero no del mapa. En 1990 se privatizó el servicio de aguas en el Conurbano, pero como es más barato armar una red de agua potable que una de cloacas, Suez proveyó a la gente de agua pero no de una manera de deshacerse de ella. Los pozos ciegos devuelven el agua al humedal, que no puede llegar al Río de la Plata porque las construcciones costeras lo impiden, como en Puerto Madero o las márgenes del Maldonado. En 2006, Suez abandona el servicio declarándose incapaz de solucionar el desastre ambiental que provocó.
Además, la industria que chupaba agua como una bomba ha mermado.
Y hoy el territorio se hunde irreversiblemente en el mapa.