No me gusta escribir en los viajes. Necesito mi computadora –de escritorio, no tengo notebook–, mi mesa, mi silla y fumar. Pero esta vez no llegué a tiempo y aquí estoy, en un cíber de una ciudad extranjera, luchando contra el teclado –que no tiene las tildes, algunas letras están en otro orden y otras desgracias–, mientras al lado de mí están jugando al Fortnite (juego mucho más interesante que la mayoría de las novelas que vengo leyendo últimamente) y yo me distraigo mirando la pantalla por sobre el hombro de un nene de diez años, el modo en que los sobrevivientes intentan salvar al mundo, tal vez demasiado a los gritos, aunque, pensándolo bien, estos son días en que deberíamos gritar más en lugar de quedarnos tan callados.
El viaje surgió repentinamente, de un día para el otro, y así me encontró terminando de leer dos libros tan intrascendentes que no dan ni siquiera para comentar en contra, como se dice habitualmente. Siempre me causó gracia la idea de que un comentario pueda ser “a favor” o “en contra”, como si eso tuviera alguna importancia. Como dice mi amiga M.M., “de una reseña lo único que importa es que la foto sea grande” (de paso aprovecho para decirle a M.M. que hace mucho que no sé nada de ella, le escribí varias veces, sin respuesta). Como sea, entregado a esta computadora ajena, con fiaca (¡qué pocas ganas de trabajar!), pienso un tema para esta columna. Pero al pensar me alejo del teclado, se me dispersan las ideas (algo que me ocurre todo el tiempo, pero hoy más) y de golpe me doy cuenta de que estoy en eBay, buscando un libro. ¿Por qué? ¿Por qué ahora, en este cíber, siendo que ni siquiera tengo tarjeta de crédito como para poder pagarlo? No lo sé. Sé, en cambio, que estoy buscando la traducción al inglés de Madame Bovary, hecha por Eleanor Marx, la hija de Karl, publicada en 1886, treinta años después de la edición original en francés. Por supuesto en Amazon hay decenas de ejemplares, de diversos precios y editoriales, pero aquí, en una ciudad de lengua portuguesa, dudo que lo encuentre en alguna librería de viejo. Dejo entonces la compra para otro momento y dejo también el cíber, y ya me encuentro caminando hacia el parque tropical que está justo enfrente del museo (conozco la ciudad casi de memoria). No, mejor no. Mejor hago un intento en librerías de viejo. Pero por supuesto es fallido. No está. Entre medio, me agarró el chaparrón de la tarde, y ahora en el sebo do messias tengo apenas quince minutos para mirar libros (me espera una cena temprano en Liberdade). Pocas cosas menos edificantes que tener que recorrer una librería de viejo con poco tiempo. Decido entonces mirar los estantes de livros importados, es decir, en lenguas extranjeras. Descarto por supuesto los en español (qué sentido comprarlos aquí) y reparo en los demás. No es una buena selección. Hay mucho libro de descarte (manuales de marketing, guías de turismo, revistas de informática). Hasta que doy con un ejemplar de L’Arte Moderna, volume XII, Nº 101, La Nuova Pittura a Parigi Dopo Il 1945, hermosa publicación italiana, a 10 pesos argentinos (¡Menos que una porción de pizza de las de Prat-Gay!). Repleta de ilustraciones, parece trazar un buen panorama de la pintura francesa de posguerra, el momento en que París perdió para siempre la centralidad en el mundo del arte.