Los comentarios y reflexiones que he podido leer sobre el amplio triunfo del señor Bolsonaro en las elecciones presidenciales de Brasil me han llamado la atención. La mayoría de ellos se centra en la ola mundial de vuelco a posiciones, y en muchos casos gobiernos, de tinte conservador y muchas veces económica y discursivamente nacionalista y proteccionista, que reemplazaría a la anterior “ola rosa”, según denominaron algunos académicos británicos a gobiernos como el de la actual Venezuela, el del PT en Brasil, el de Evo Morales en Bolivia y algunos más.
Es hora de mirar, entiendo, las diferencias y especificidades de cada caso. Empezando por lo más obvio, los mapas de las elecciones en Brasil y en Estados Unidos son llamativamente diferentes. En el caso del señor Trump, la población de las costas oriental y occidental del país, las poblaciones más modernas y con más altos ingresos le fueron desfavorables. Su victoria, debida a la existencia del colegio electoral ya que en votos absolutos fue una derrota, respondió al apoyo de sectores tradicionales, y muchas veces económicamente desplazados, de la sociedad en la amplia franja del centro del país.
¿Qué ocurrió en Brasil? Bolsonaro fue apoyado en las regiones más modernas del centro-sur del país. ¿Cómo explicarlo? Las referencias a la violencia, el crimen, la corrupción y el impacto de los sectores religiosos pentecostales algo indican.
¿Es posible rastrear herencias históricas? Probemos dos.
Pueblo nuevo. La primera tiene que ver con la herencia de los movimientos milenaristas en Brasil. En efecto, muchos de los movimientos sociales del Brasil de fines del siglo XIX y principios del XX estaban liderados por figuras religiosas no formales que imprimieron una idea de “salvación” diferente al sincretismo religioso de las poblaciones campesinas de la América indígena. A ello se suman las políticas del PT, que en términos simbólicos, si no reales, permitieron la incorporación de sectores sociales antes marginados en la vida política del país. Esto generó la ruptura del Brasil como “pueblo nuevo”, según lo llamaban algunos antropólogos setentistas, a diferencia de los “pueblos trasplantados” como los rioplatenses. Desde los positivistas de principios del siglo XX este argumento introdujo una diferencia importante: la idea, que luego se demostró no se correspondía con la realidad, de una sociedad integrada, a diferencia de la de Estados Unidos. En Brasil la población se mezclaba y la mezcla generaba un pueblo nuevo. La integración petista, real o simbólica, rompió esta sociedad supuestamente ideal y los grupos privilegiados y no tanto sintieron su supremacía amenazada. El mito del pueblo nuevo se desmoronaba. Es posible postular que la ruptura del mito haya motorizado en parte el voto de las zonas más modernas del Brasil.
Fascismo. Segundo argumento: el fascismo no es un fenómeno nuevo en Brasil, como tampoco lo es en otros países de nuestra América. El Integralismo brasileño, liderado por Plinio Salgado, copió en los años 30 del siglo XX buena parte de la retórica y los rituales fascistas europeos. Getulio Vargas se apoyó en parte en este sector político para enfrentar al Partido Comunista encabezado por Carlos Prestes, que intentó una insurrección en 1935 en Brasil, a pesar de que las directivas internacionales del propio partido indicaban que ese tipo de movimiento solo podía impulsarse excepcionalmente o más bien nunca en esa etapa. Esa intentona fracasó, y Vargas salió robustecido del acontecimiento. Vargas terminó aproximándose a los movimientos fascistas europeos. Llegó al punto de entregar a la compañera de Prestes, Olga Benario, de origen judío y precoz militante comunista, a la Alemania nazi. Olga Benario fue asesinada en un campo de concentración luego de dar a luz a su hija, que fue rescatada gracias al esfuerzo de los familiares de Benario en Brasil, en particular los de Leocadia Prestes, abuela de la niña. Vargas posteriormente entendió que la Alemania nazi no podría ganar la guerra. Se alió con los Estados Unidos, envió tropas a luchar en la Italia de la Segunda Guerra y consiguió apoyo norteamericano para iniciar un proyecto siderúrgico en Brasil. Ya Prestes, el caballero de la esperanza, hablaba de la “flexibilidad” de Getulio Vargas.
¿Qué nos dice todo esto? Tal vez que las declaraciones de los líderes políticos no siempre coinciden con sus acciones. Tal vez que fenómenos que parecen extemporáneos tienen una explicación en la coyuntura política y también alguna relación con el pasado. El pasado no determina el presente. A veces introduce ciertas condiciones de posibilidad de los desarrollos posteriores. Los que alguna vez pensamos que la existencia determina la conciencia hemos aprendido que a veces la percepción de la realidad y las diferentes lecturas del pasado brindan un cauce que hace posibles nuevas experiencias no siempre bienvenidas.
*Profesor titular de Historia Latinoamericana, UBA.