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Estrategias de supervivencia

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Lo bueno que tiene la Feria del Libro es la oportunidad de curiosear libros que jamás leeríamos. Se me dirá que eso es algo que se puede hacer en cualquier librería, pero no es así, porque en las librerías conocidas, donde nos movemos con aceitada agilidad, solemos acercarnos y husmear en las mesas afines, en los estantes conocidos. En cambio, la feria es como un gran hangar donde los stands parecen haber sido arrojados como las notas musicales en un bandoneón, un poco al azar. Entonces el funcionamiento cambia, y puedo encontrarme hojeando un libro sobre cómo hacer adornos con porcelana fría o una colección de novelas de Emilio Salgari, algo dañino. Así me detuve en un stand frente a un libro que jamás habría leído, Cháchara. Por qué es tan importante la voz en tu cabeza y cómo sacarle partido, de Ethan Kross (Paidós).

Me interesó porque mi voz interior no deja de decirme cuán imperfecto soy, insistiendo en disminuirme y castigarme, y Ethan Kross, neurocientífico, psicólogo experimental y profesor de Psicología en la Universidad de Michigan, se refiere en su libro a un proceso llamado de “distanciamiento” como primera línea de defensa contra los pensamientos negativos. Dice Kross que si en el medio de la noche nos encontramos angustiados por un pensamiento negativo, lo que debemos hacer es “entrar en una máquina del tiempo mental”, planteándonos la pregunta: “¿Cómo me sentiré cuando vuelva a pensar en esto mañana a la mañana?”. La ansiedad, dice Kross, será menos fuerte a la luz del día. La proyección hacia el futuro puede ayudarnos aún más: “¿De verdad creo que en tres meses tendrá importancia si hoy me siento angustiado porque tengo que hacer una presentación y no sé por dónde empezar?”.

Pero me atrajo especialmente otro modo de tomar distancia de las preocupaciones: evitar pensar en primera persona. En vez de decir: “No puedo creer que hice semejante cosa, soy un idiota”, la cosa podría tener una perspectiva diferente si digo: “Guillermo, creo que cometiste un error. Ahora eso te hace sentir mal, pero no será así para toda la vida. Lo que te acaba de pasar le pasó a mucha gente”. En sus estudios, Kross descubrió que cuando las personas usan la segunda persona o su nombre en vez del pronombre “yo” y examinan las propias sensaciones desde una perspectiva externa, es como si se “activase un interruptor”. El resultado es un diálogo interior más constructivo y positivo respecto al de quien se dirige a sí mismo en primera persona.

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En general, el perfeccionismo se parece a una estrategia de supervivencia, una especie de armadura que nos ponemos para sentirnos menos vulnerables. De manera que nuestras tendencias perfeccionistas carecen de importancia. Sin embargo, cuando la armadura se vuelve demasiado pesada, a lo mejor es el momento de agradecerle al perfeccionismo por los servicios prestados y decirle adiós. Un poco como hace Marie Kondo cuando aconseja liberarse de todo lo que es excesivo.

La técnica de Kross, por otra parte, ayuda a comprender y dejar de mofarnos de todos los que hablan de sí mismos en tercera persona. Tal vez aprendieron o intuyeron solos lo que Kross llegó a saber luego de estudios intensivos en la materia. Lo que se suele llamar “el síndrome del impostor” a fin de cuentas depende solo de un punto de vista errado, de un verbo mal conjugado. Tal vez eso explica la predilección que ciertos escritores sienten por la primera o la tercera persona. O por la segunda, en el caso de Michel Butor. Qué experiencia rara volver a leer La modificación a la luz de los hallazgos de Ethan Kross. No pienso hacerlo, pero qué experiencia rara.