Cuando se inició el diálogo entre este ombudsman y los lectores, me quedó claro que no siempre habría críticas o elogios propios o ajenos en cantidad y calidad como para comentar aquí, pero no era ésa la única función que adjudicaba a mi tarea. Otro de los ángulos, escribí, apunta a mejorar en lo posible la calidad de los materiales que este diario ofrece a sus lectores, en beneficio de ellos y también de quienes escriben y editan los contenidos. El muy sabio Gabriel García Márquez, un maestro indudable para periodistas y escritores, no fue muy optimista cuando expuso: “Los periodistas se han extraviado en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro”, y definió que “las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores”. Gabo acaba de cumplir 86 años –fue en marzo–, y su débil salud de hoy merece que sean recordadas sus enseñanzas de ayer. Por eso es que hoy lo traigo a esta columna para fundamentar por qué creo que se ha ido perdiendo, de manera creciente, la excelencia de la entrevista como género apto para llevar ideas y vivencias entre protagonistas de la noticia y los lectores. Decía un maestro que un buen periodista “es una persona culta que sabe preguntar”; ahí está el germen de lo que hace al buen ejercicio de la profesión. Preguntar es el verbo padre de todo lo que alimenta este oficio. La información forma parte de una cantera, y para extraerla hay una herramienta llamada interrogante. Una pregunta –una sola– puede conmover, impactar, movilizar neuronas y sentimientos hasta límites que uno, muchas veces, no imagina. Es lo que hizo Juan Miceli días atrás al preguntarle al jefe de La Cámpora, simplemente, por qué sus muchachos usaban pecheras partidarias en el reparto de la ayuda a las víctimas de las inundaciones en La Plata. Provocó un terremoto que continúa a pesar de Miceli y del diputado. En verdad, una pregunta y una respuesta que desplazaron lo verdaderamente importante: que la falta de obras de infraestructura provocó una vez más decenas de muertes y centenares de víctimas sobrevivientes. Una pregunta basta, entonces, para pegar fuerte en la opinión pública.
García Márquez abominaba de las entrevistas. Dijo alguna vez que el género “abandonó hace mucho tiempo los predios rigurosos del periodismo para internarse con patente de corso en los manglares de la ficción”. Y fue más allá: “Lo malo es que la mayoría de los entrevistados lo ignoran, y muchos entrevistados cándidos todavía no lo saben”. Disiento en parte con toda la humildad de quien se sabe por debajo de los tobillos del Premio Nobel. La entrevista, bien realizada y bien editada, es un género noble, bello y creativo si se siguen algunas pautas mínimas. ¿Es válido insistir hasta el hartazgo en el formato de pregunta-respuesta? No, no lo es. Con él, el lector pierde climas, sensaciones, gestos, actitudes, entorno. Pierde, por lo tanto, una parte esencial de lo que debe ser la entrega de una noticia al lector: la dimensión humana del entrevistado y el medio en el que se desenvuelve. Vuelvo a García Márquez: “Un buen entrevistador, a mi modo de ver, debe ser capaz de sostener con su entrevistado una conversación fluida, y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no será literal, por supuesto, pero creo que será más fiel, y sobre todo más humano, como lo fue durante tantos años de buen periodismo antes de ese invento luciferino que lleva el nombre abominable de grabador”. El grabador es, hoy, casi imprescindible. Pero debe servir para elaborar un buen texto y no para desplazarlo hacia los márgenes de la asepsia. Gabo tiene razón si el autor de la entrevista sólo se queda con lo registrado en la grabación. A mí, lector, me gusta sorber de a poco lo que el entrevistado dice, saborearlo, sentir que estoy allí, frente a él, como un tercero incluido que asiste al acto de magia del periodista. En PERFIL, rara vez me pasa y suelo quedarme con ganas de más, o de mejor. Concluyo con García Márquez, para completar el circuito: “Uno tiene la impresión de que el entrevistador no está oyendo lo que se dice, ni le importa, porque cree que el grabador lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale en una entrevista”.
Dos en contra:
* El lector Pérez Carletti se queja por deficiencias de impresión en la edición 769 del sábado 6. El área responsable del taller gráfico indicó que no hay registro de inconvenientes destacables, que la tirada fue normal y que existe la posibilidad de que algunos pocos ejemplares hayan escapado al control de calidad habitual.
* En la edición de ayer se deslizó un error en la infografía publicada en la página 9, que ilustraba la nota de tapa: “Bruera dio casi dos vueltas al mundo en 90 días”). Entre Buenos Aires y Alemania, ida y vuelta, no hay 3.314 km sino 23.314 km. El error consistió en no reemplazar la infografía tras su paso por corrección.
Una a favor:
* Tras las consultas a directos involucrados e inmejorables fuentes –quiénes con más información que los custodios–, quedó claro que no dijo la verdad el secretario Parrilli cuando pretendió desmentir que la madre de la Presidenta hubiese sido trasladada a Olivos, como lo consignó PERFIL en las ediciones del fin de semana pasado. Un acierto