Todos dicen una parte de la verdad y todos tienen verdad en esa parte.
El desafío argentino es cómo sumar las partes para componer una verdad relativa, que sea aceptada como verdadera por la mayoría.
La verdad de Alberto Fernández es que hay algo peor que esta falsa unidad oficialista y es que la coalición se rompa y complique la gobernabilidad. Explica que por eso se volvió experto en tragar saliva ante los desplantes internos, y acepta pasar por un equilibrista que procrastina en lugar de arriesgarse a liderar al peronismo.
La verdad de Cristina Kirchner es que se siente traicionada por el Presidente. Porque eligió la ortodoxia de Guzmán que derivó en el acuerdo con el FMI, causante de esta situación. Pero, por ahora, coincide en que sigue siendo preferible este matrimonio por conveniencia que un divorcio escandaloso.
La verdad de Horacio Rodríguez Larreta es que se trata de un Gobierno sin rumbo con el que nada se puede negociar, sin quedar pegado a su devenir. Por eso dice que el problema lo deben resolver ellos, y que cualquier eventual diálogo, debería pasar por el Congreso.
Un paper de Batakis para Cristina
La verdad de Mauricio Macri y Patricia Bullrich es que no solo el oficialismo tiene que encontrar la solución, sino que la oposición no debe darle ninguna oportunidad de levantarse.
La verdad de los radicales como Facundo Manes o Gerardo Morales se acerca más a la de Larreta y la de otros, como Alfredo Cornejo a la de Macri-Bullrich.
Pierden todos. Un camino es que cada sector se aferre a sus verdades absolutas hasta ver qué pasa.
En la última tapa de la revista Noticias, el economista que para ese medio anticipó la salida de la convertibilidad, Gabriel Rubinstein, plantea tres escenarios de similares probabilidades: una estabilización de la crisis, una relativa mejora y una hiperinflación.
Ver qué pasa sería esperar al resultado de las medidas de Batakis. Según el escenario que se termine imponiendo, cada sector podrá suponer que saldrá más o menos beneficiado.
El problema de esa postura es que no contempla que uno de los lados del destino lleva escrito el “todos pierden”.
Que no se puedan estabilizar los precios, que caiga el poder adquisitivo de los salarios y que siga la incertidumbre sobre el valor de la moneda, oscurece el futuro del Gobierno, pero también podría complicar el futuro de los opositores que más chances tienen para sucederlo.
Deponer verdades absolutas para generar un shock de certidumbre a través del consenso
Sin contar que el peor escenario llevaría adentro a todos los argentinos (incluso a los que se pueden beneficiar en el corto plazo), además, sería ineficiente para cualquier político que aspire a gobernar el país.
Un escenario de emergencia puede ser propicio para dirigentes de emergencia. Un Grabois anticipando saqueos, un Aldo Rico instando a sus camaradas a organizarse o un Milei disparando contra la “casta política”. Pero en el país del caos no ganan líderes acostumbrados a jugar dentro del sistema, como Alberto, Larreta, Massa, Bullrich, Manes, Morales, Cornejo o dos ex presidentes como Cristina y Macri.
Puntos de unión. El otro camino es averiguar qué se puede hacer con las verdades de cada uno. No con la actitud de creer que solo el bien del país alineará los intereses de cada sector. Sino con la inteligencia suficiente para descubrir un camino que, sin inhabilitar ahora las expectativas políticas de unos y otros, permita llegar a diciembre de 2023 con una base razonable de sustentabilidad.
En 2014, Henry Kissinger esbozó el concepto de “insatisfacción equilibrada”. Lo hizo para proponer puntos de unión entre las posiciones de Rusia y Occidente sobre la crisis en Ucrania: “La prueba no es la satisfacción absoluta, sino la insatisfacción equilibrada. Si no se logra alguna solución, la deriva hacia la confrontación se acelerará. El momento llegará muy pronto.”
El momento temido llegó este año, con la invasión rusa a Ucrania. El planteo del ex secretario de Estado incluía propuestas intermedias entre las posturas antagónicas. Muy parecidas a las que ahora se evalúan, pero que llegarían demasiado tarde para los miles que ya murieron.
Buscar puntos de encuentro en el país actual, es entender que Alberto y Cristina coinciden en la necesidad de no romper, y la oposición en que es el Gobierno, quien debe encontrar soluciones.
Shock. El siguiente paso sería reconocer que se necesitan medidas económicas que transmitan la sensación de que son más que leves correcciones. Y aceptar que, para que esas medidas más profundas tengan posibilidades de éxito, se requiere un acompañamiento político capaz de generar un shock de certidumbre sobre el futuro inmediato.
El acompañamiento mínimo es el de una coalición oficialista que se muestre unida detrás de un plan. Aunque quizá eso solo ya no alcance.
Cuanto más ambicioso sea un plan de estabilización que resulte sustentable más allá de los gobiernos, más necesaria será la convocatoria a consensuarlo con la oposición y con los distintos sectores económicos.
El miedo a la pandemia lo había hecho posible. Fue en el segundo trimestre de 2020 y generó en la sociedad la confianza en sus líderes, lo que se reflejaba en imágenes positivas cercanas al 80%.
¿El miedo a la hiperinflación será suficiente incentivo para recrear una amplia mesa de diálogo?
El mayor tabú de Gobierno y oposición
El primer responsable para intentarlo es el Gobierno, pero serán los referentes opositores los que decidirán si se suman. Cada parte tendrá una lista de razones válidas para desconfiar de la otra, pero el único motivo para sentarse juntos será coincidir en que es preferible negociar cuánta insatisfacción le corresponderá a cada uno, que perder todos.
Los empresarios y sindicalistas deberían ser parte de esa mesa. Los une la necesidad de mantener la paz social y contener la puja entre precios y salarios. Son quienes más permeables están a buscar soluciones pragmáticas. Saben que el descontrol inflacionario termina destruyendo empresas y empleos.
También deberían estar los gobernadores e intendentes, que son la primera línea de fuego cuando la situación social se caldea. Son peronistas, radicales, macristas e independientes a quienes condiciona más la gestión que el dogmatismo ideológico.
Suma de verdades relativas. La “insatisfacción equilibrada” supone una síntesis acordada que implique una base mínima de satisfacción para todas las partes. O al menos, para la mayoría de los que se sienten a esa mesa.
Las medidas económicas que allí se originen serán importantes para transmitir la sensación de que se trata de un consistente plan antiinflacionario. Pero lo más importante será transmitirle a la sociedad que sus líderes son aptos para entender la gravedad de lo que pasa y aceptan deponer las armas de sus verdades absolutas. Como en aquel segundo trimestre de 2020.
Con la capacidad de saber que no hubo ni habrá un plan de estabilidad exitoso que no surja de un acuerdo social y político.
Con la madurez para comprender que la insatisfacción equilibrada puede ser una instancia superadora, frente a la imposibilidad de una satisfacción absoluta.
Con la humildad de aceptar que lo que habitualmente consideramos satisfactorias verdades absolutas, son apenas insatisfactorias verdades relativas, que pueden aprender de las verdades relativas de los demás.