La crisis económica de la última década se consumió a seis ministros de esa cartera. A razón de uno cada 21 meses. Todos ellos fueron reemplazados en medio de un clima de tensión política y económica. Martín Guzmán fue, apenas, el último de esta saga.
Silvina Batakis es la número siete. ¿Por qué a ella le debería ir mejor?
Trajtenberg. El denominador común de estos años de crisis no es la imposición de una escuela económica sobre otra. Ni siquiera de los errores de un gobierno del mismo signo. Hubo ministros más heterodoxos (Kicillof), menos heterodoxos (Guzmán) y ortodoxos (Dujovne). Y hubo una presidenta como Cristina Kirchner y otro en sus antípodas, como Mauricio Macri.
Quienes sigan pensando que la cuestión es encontrar a un ministro que “dé en la tecla” podrán esperanzarse en que Batakis halle los resortes necesarios para salir de la crisis. Y si no es ella, quizá será el próximo. Son los que abonarán la trillada frase de James Carville sobre que el problema es la economía.
Coincido en que la economía es la base sobre la que se asientan leyes, culturas, religiones y relaciones sociales. Pero es la política la que la antecede y determina.
Por eso creo que el éxito de Batakis no dependerá centralmente de ella, sino de los acuerdos políticos que logren transmitirle a la sociedad un sentimiento olvidado. El combustible sin el cual la economía no funciona: la confianza.
Esta semana, Jorge Fontevecchia entrevistó en su programa de Radio Perfil y Net TV a Manuel Trajtenberg, el economista cordobés que fue uno de los responsables de la exitosa batalla de Israel contra la inflación. Cuando se le preguntó sobre cómo combatirla con éxito en la Argentina, antes que a las herramientas, primero apuntó a las condiciones sociopolíticas que la contienen: “La inflación es una creación humana, no de la naturaleza. Así como se creó, se puede solucionar. Tener fe en eso es una parte importante del remedio. Una de las cosas que mantienen la inflación y la empeoran es cuando la gente tiene expectativas de que va a seguir porque no cree que los gobiernos puedan darle solución. Esa creencia alimenta la inflación porque, al esperar que los precios suban, se gasta rápido el dinero. Hay que convencer a todos de que se puede vencer la inflación y para eso se necesita un mínimo acuerdo nacional en dos niveles: político y sectorial. Se debe dar un acuerdo político nacional y que todos entiendan que no es un asunto partidario”.
Gelbard. El denominador común de esta década de crisis fue, justamente, la falta de ese clima de acuerdo general. La persistente obstinación por desechar cualquier consenso y profundizar todo lo posible la polarización extrema.
Quizás esa fue la súplica de Batakis cuando al asumir se dijo admiradora del ex ministro José Ber Gelbard, un empresario que había estado afiliado al Partido Comunista, ex vendedor ambulante y cuyos estudios llegaban hasta cuarto grado.
La clave de una gestión que comenzó en mayo de 1973 fue la convocatoria a un “pacto social”. Quien convocó fue un gobierno controlado por un líder indiscutido (Perón), que tendió puentes de unión con un líder opositor (Balbín) con el que había antagonizado durante décadas.
El apoyo del Gobierno a Batakis es tan silencioso que, por momentos, resulta imperceptible
Los convocados al diálogo fueron la CGT y la CGE, la central empresaria ícono de la época. Los puntos principales del acuerdo fueron el congelamiento de precios, un monto fijo adicional para los sueldos y la suspensión de paritarias por dos años.
La inflación anualizada pasó del 80% al 17%, la desocupación bajó al 4% y el PBI sumó un 12% de crecimiento entre 1973 y 1974.
Leyba. Se podrá debatir si se trató de un éxito coyuntural que, siete meses después de la renuncia de Gelbard, ocasionaría la explosión del Rodrigazo; o si duró hasta que se fracturó el acuerdo político tras la muerte de Perón y la asunción de su viuda. Pero lo cierto es que las medidas tomadas entonces, en el marco de un amplio consenso político, lograron frenar un proceso inflacionario que parecía incontrolable.
En el mismo programa, Modo Fontevecchia, se consultó al economista Carlos Leyba sobre la mención de Batakis a Gelbard. Quien fuera uno de los colaboradores más cercanos de aquel ministro reivindicó ese pacto social en el marco de la amistad Perón-Balbín y, con pesar, respondió: “La amistad política ya no existe en la Argentina, ni en el Frente de Todos ni en Juntos por el Cambio”.
Si Leyba y Trajtenberg hoy fueran ministros, usarían herramientas muy distintas para combatir la inflación. Sin embargo, ambos ponen el foco en la misma condición previa e indispensable: la necesidad de genera confianza. Lo que Trajtenberg llama “acuerdo político no partidario”, para Leyba es el “pacto social” que añora por falta de “amistad política”.
Batakis. Algo de eso le pidieron esta semana los líderes de la central obrera a la vicepresidenta. Fue en una reunión en el Senado, de la que participaron Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez y José Luis Lingeri. Los tres le contaron sobre la marcha convocada para el 17 de agosto “contra la inflación”, pero sobre todo le hablaron acerca de la incertidumbre que provocan los enfrentamientos dentro del FdT.
Los viejos sindicalistas saben por experiencia que, en medio de un proceso inflacionario, los salarios nunca alcanzan a los precios.
El temor a la olla de presión que significa la constante pérdida del poder adquisitivo une la preocupación de la CGT y la UIA. De ahí las permanentes reuniones reservadas entre gremialistas y empresarios. En cada una de ellas, la conclusión es similar: ven tan difícil que el Gobierno convoque a algún acuerdo de precios y salarios como que la oposición lo vaya a apoyar.
El mayor tabú de Gobierno y oposición
Mientras tanto, el oficialismo parece apostar a que Silvina Batakis por sí sola (por sí sola en todo sentido) empiece a tranquilizar a los mercados y frenar los precios con medidas técnicas puntuales. Sigue la lógica de los últimos años y de los últimos gobiernos: las herramientas económicas y quienes las apliquen van adelante y la política detrás, esperando sus resultados.
El problema es que la economía es una ciencia social, no exacta, influida profundamente por aspectos psicológicos como los temores humanos, la incertidumbre sobre el futuro y la confianza en los demás. Son las motivaciones las que llevan a tomar riesgos ya o a postergar cualquier decisión.
Políticos. Para que a los ministros de Economía les vaya bien, los políticos tienen que producir antes las condiciones para que las medidas que se presenten resulten creíbles, razonables, aplicables. La generación política de la confianza social es previa, no posterior.
(Es la condición necesaria para el crecimiento, aunque no suficiente: después habrá que ver si las medidas económicas que se apliquen son las más adecuadas).
Los anteriores seis ministros de Economía estuvieron unidos por el mismo fracaso de la política para generar esas condiciones mínimas de confianza.
Y a la séptima, Silvina Batakis, se le presenta un problema adicional.
No solo se hace difícil imaginar un acuerdo multisectorial y político que la contenga. El acompañamiento que le da su Gobierno es tan silencioso que, por momentos, resulta imperceptible.