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DEBACLE MUNDIAL

Hay que cambiar todo

En momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.” La frase es de Einstein, y me da vueltas por la cabeza mientras recorro Italia. He sido invitado por la Universitá degli Studi di Genova para exponerle a su claustro docente la experiencia vivida durante la profunda depresión que castigó a la Argentina a finales del siglo pasado y principios de éste, a la que en algunos círculos intelectuales y políticos de Europa consideran como anticipatoria de la crisis financiera global en la que hoy se debate el mundo.

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En momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.” La frase es de Einstein, y me da vueltas por la cabeza mientras recorro Italia. He sido invitado por la Universitá degli Studi di Genova para exponerle a su claustro docente la experiencia vivida durante la profunda depresión que castigó a la Argentina a finales del siglo pasado y principios de éste, a la que en algunos círculos intelectuales y políticos de Europa consideran como anticipatoria de la crisis financiera global en la que hoy se debate el mundo.
Hoy, todos los diarios hablan de la debacle mundial en sus titulares: las medidas de Obama, las imprudentes declaraciones del director del FMI sobre una segunda vuelta de la crisis, despidos, cierres de fábricas… y hasta, con toda desfachatez, no falta el gurú que da consejos sobre qué pueden hacer los financistas para aprovecharse de la crisis.
La posición expuesta ante el claustro italiano es simple. En principio, identificar sin eufemismos al mayor responsable, tanto de la crisis argentina como de la crisis actual que recorre el mundo. Se llama “capitalismo usurero”. Fue la usura –condenada por las tres grandes religiones monoteístas y definida rotundamente en todos los códigos penales de los países de Occidente– la culpable de ambas crisis. Fue ella la que se convirtió, enancada en la fiebre neoliberal de los 90, en el más voraz de los componentes de la economía.
En pocos años, el Estado, las empresas y los trabajadores pasaron a servir al capital financiero, que se apropió de los beneficios que les correspondían –fundamentalmente los de los trabajadores– y generó una economía no real, desvinculada totalmente de las fuerzas de la producción y que, como no podía ser de otra manera, colapsó.
Si aceptamos esta explicación de lo que está pasando, se imponen algunas tareas políticas que tendrán su correlato en las medidas económicas pertinentes. Pero, antes de hablar de ellas, debería hacer un paréntesis para referirme al espíritu que, a mi juicio, debe animar a quienes les toca liderar en esta situación.
Dijo Einstein, en otro párrafo digno de su genio: “Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla”.
Es imposible no estar de acuerdo con él. Sin embargo, estas palabras han sido muchas veces desvirtuadas por aquellos que creen que es la crisis en sí misma la que genera oportunidades. Mi convicción es que la crisis se transforma en oportunidad sólo si no nos limitamos a hacer aquello que la propia crisis nos impone, si somos capaces de cuestionar los paradigmas e imaginar nuevas realidades y relaciones entre la economía, la política y los seres humanos.
En primer lugar, ya conocemos la actuación de los organismos internacionales de crédito. Debemos ahora imaginar instituciones que en todo el mundo vuelvan a vincular fuertemente el ahorro y la producción. Lo que necesitamos hoy es producir más y distribuir mejor.
Paralelamente, conocer la situación de los sectores más débiles de la sociedad e implementar mecanismos específicos para protegerlos, para que no sean ellos quienes –como sucede históricamente– terminen pagando el costo de la crisis. Se debe imponer el criterio humanístico. No sólo por cuestiones morales sino, además, porque de otra manera se pone en riesgo la gobernabilidad y la paz social. Si esto sucede, nuevamente, como en una espiral trágica, los pobres, los niños, los ancianos, los desocupados, serán los más perjudicados.
Por otra parte, estamos ante una enorme oportunidad para profundizar la democracia en el mundo, creando nuevas formas de relación entre los Estados. A todos, empezando por los Estados Unidos, debería importarles aprovechar esta oportunidad. Se necesitará para eso no tanto la buena voluntad del país más poderoso del planeta como nuestra actitud al respecto. Tenemos la obligación de imaginar una nueva institucionalidad, proponer ideas e iniciativas para transformar radicalmente la situación.
Creo que si llevamos adelante algunas de estas ideas con convicción y honestidad, escuchando a nuestras sociedades y, al mismo tiempo, haciéndonos escuchar por ellas, y sobre todo exigiéndonos conocimiento e imaginación, entonces sí, no solamente habremos superado la crisis, sino que también habremos aprovechado la oportunidad.

*Ex presidente de la Nación.

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