¿Con “apenas” ¡cincuenta! años de edad? En un mundo donde adolescentes ligeramente tardíos construyen fortunas en los dominios de la tecnología, asociar “cincuenta años” al adverbio apenas salta al ojo. Pero fue la construcción más frecuentada en India cuando se difundió que el economista Raghuram Rajan había sido nombrado gobernador del Banco de Reserva de la India con “apenas cincuenta años de edad”.
Más allá de las expresiones, es un hecho incontrastable que, en uno de los países más jóvenes del mundo (26 años de edad promedio), hasta no hace mucho la presencia de individuos de edad muy avanzada era notoria en un arco que iba desde la política al arte. Otro fenómeno claro es el de un recambio generacional.
Como en otras cosas, en esta última materia pareciera que en India también en el principio fue el verbo. Anita Nair (1970), Kiran Desai (1971) y Anuradha Roy (1977) son mujeres literatas, traducidas, laureadas y con éxito. Chetan Bhagat (1974) y Amish Tripathi (1974), hombres que han ampliado el mercado editorial escribiendo de modo diametralmente distinto al de sus ancestros. De Bhagat −calificado por The New York Times como “el novelista de idioma inglés más vendedor de la historia de la India”− se ha mofado el Parnaso de su país, entre otras cosas, por ser más un joven ícono que un autor; a los últimos, no se les consiente inspirar películas de “Bollywood” (juego de palabras entre Bombay y Hollywood, nombre informal para la industria cinematográfica en hindi). Tripathi convirtió a su trilogía sobre Shiva en la serie literaria más rápidamente vendida, con dos millones de copias. Antes de dedicarse a escribir, trabajó 14 años en servicios financieros y en compañías como el DBS Bank. Rana Dasgupta (1971) y Jhumpa Lahiri (1967), novelista y ensayista el primero y cuentista la segunda, representan a los angloindios −británico indio el primero e india americana la segunda, aunque nació en Londres−.
Si algo es innegable de la nueva generación de escritores, es cómo modificaron el debate, entre pares, en iniciados y en vastos sectores de la sociedad.
Nair, Desai y Roy dan importancia a las raíces, enfatizan que la globalización no implica dejar atrás la cultura local y denuncian la reclusión doméstica de las mujeres. Bhagat y Tripathi eligen temas ancestrales para abordar los actuales y mixturan expresiones vernáculas con problemáticas tradicionales de Occidente, como el ascenso en la escala social.
Los que no viven en India, al parecer, no pueden (o deciden que no desean) deshacerse de la nostalgia. Jhumpa Lahiri, que ganó el Pulitzer a sus 32 años con Intérprete de emociones, describe a la familia india como más compacta y humana que las occidentales. Anita Nair disiente: “Estos escritores, que nosotros llamamos de la diáspora, hablan de una India sin saber. Yo vivo allí y, cuando los leo, me parecen ridículos”.
La periodista Paula Corroto ha escrito que India “ni es el país de los saris, el exotismo y la pobreza de postal, ni tampoco ese vigoroso tigre asiático dispuesto a devorar hasta el último dólar del planeta sin que nadie quede indemne. Quiere perder de vista a la mujer sumisa que accede a un matrimonio concertado, y a la vez rechaza la falta de afectividad que impulsa un sistema capitalista robotizador del ser humano”. La nueva literatura india ha puesto en tinta este tipo de discusiones.
A comienzos de marzo, el jefe de la Comisión Electoral de la República anunció que las próximas elecciones parlamentarias se harán en nueve fases. La primera jornada será el 7 de abril y la última el 12 de mayo; los resultados se anunciarán el 16 de mayo. Al Comisionado Jefe Electoral le espera menuda tarea: podrán votar 814 millones (de 1210 millones) de electores, cifra mayor que la población de Europa.
El tradicional y gobernante Partido del Congreso, liderado por Rahul Gandhi (el más reciente miembro de la dinastía india Nehru-Gandhi), cuyo manifiesto proselitista promete “crecimiento para todos”, tropieza con inconvenientes, algunos vinculados con los muchos años en el poder y sus patologías eventualmente adventicias y otros de naturaleza operativa.
Dentro de los primeros, aparece el hecho de que el primer ministro en la última década, Manmohan Singh, tras liderar la inserción del país como potencia emergente, anunció que abandonaba la política a comienzos de 2014; su reputación estaba dañada por la corrupción y la economía estancada. Algo de esto ha ido a dar a las encuestas: el líder nacionalista del opositor Partido Popular Indio (Bharatiya Janata Party, BJP), Narendra Modi, lidera todas las encuestas preliminares. Por lo demás, los esquemas de Estado de Bienestar (derecho a seguro de salud y pensiones para personas de edad avanzada y con capacidades especiales) no llegan a las regiones más alejadas y, además, se afirman pensamientos alternativos. El Financial Times cita a un joven indio: “En lugar de que le den dinero y folletos, a la gente deberían darle oportunidades”. El centroderechista Modi ha prometido crear diez millones de empleos; su gestión como ministro jefe del Estado de Gujarat (noroeste de India) le otorga credibilidad ante los votantes.
“Aunque” Narendra Modi nació el 17 de septiembre de 1950 (Manmohan Singh es del 26 de septiembre de 1932), arrastra una masa de seguidores jóvenes, lo que llevó al Financial a hablar de un “cambio generacional” al referirse a la elección.
Narendra, cuyo padre era negociante en té, fue acumulando caudal político a partir de su militancia en un grupo de acción de ultraderecha que sostiene que la India es Tierra Santa para los Hindúes, y optó luego por unirse al partido Janata. Sin ser un rival que lo pueda superar en votos, el líder del partido de Los Hombres Comunes (Aam Admi), señor Arvind Kejriwal, atrae a los musulmanes reticentes a dar el voto a Modi o al desgastado Partido del Congreso. Modi, preocupado por no perder alguna banca en el Congreso a manos de Los Hombres Comunes, ataca a Kejriwal con saña. Hace poco, ha divulgado un mapa preparado por el grupo de Kejriwal en el que la provincia de Cachemira aparece como parte de Pakistán. Cachemira es el centro de la discordia entre la India y Pakistán, y los ha llevado tres veces a la guerra. Más allá del resultado electoral, que la mayoría de los pronósticos vaticinan se resolverá en un triunfo de Modi y un retroceso del partido del Congreso, lo que se percibe asomándose al inmenso universo histórico y cultural del país-nación-continente es la firme supervivencia de la asimetría musulmana-hindú, sumada a la irritación y rivalidad con Pakistán, tema vinculado con la histórica prepotencia con que el Imperio Británico definió regiones, administraciones y luego países.
Las remembranzas históricas suelen ser parciales, pero algunas son obligatorias para ilustrar las raíces de los eventos sucesivos. Mientras en junio de 1948, el último virrey, lord Mountbatten, negociaba con Nehru y Ali Jinnah la partición del Virreinato de la India y la creación de dos estados separados, las poblaciones iniciaban éxodos simultáneos siguiendo las líneas divisorias entre mayorías hindúes y mahometanas.
Vale entonces mencionar que, en 1948, el virrey de la India (bisnieto de la reina Victoria) había sido nombrado en ese puesto por el primer ministro laborista de posguerra, Clemente Attlee, y estaba casado con una de las mujeres más ricas de Gran Bretaña, Edwina Ashley. La relación cercana entre Nehru y lady Mountbatten no hubiese tenido mayor divulgación de no ser por la envergadura de lo que estaba negociando su marido. La crispación del representante de lo que luego sería Pakistán, Ali Jinnah, y su intransigencia (de la que se quejaba lord Mountbatten), sin duda estaban abonadas por el conocimiento que Jinnah tenía de aquella desventaja. Muerto en 1948, es hoy venerado en Pakistán como padre de la patria.
Mountbatten fue asesinado por el IRA irlandés en 1974.
Edwina murió en 1960, en Borneo. Nehru mandó dos naves de guerra a rendir honores a su funeral. El cuerpo de Nehru fue incinerado a orillas de un río según el ritual hindú.
Colofón de este tramo de la historia del Sudeste Asiático es referir que Nehru había sido alumno de Cambridge; que Gandhi había sido abogado en Londres y Jinnah también.
En la película The River (El río), Jean Renoir filma una historia entre ingleses e hindúes que transcurre en 1947, a orillas del Ganges. Un niño inglés muere y un niño hindú sobrevive. Esa muerte acongoja e inspira entre los locales la evocación de lo afirmado por la diosa Kali sobre la destrucción que precede todo re-nacimiento. En la India, la creencia en que todo renace es una forma de vivir en estado de esperanza. También política.