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Inspiración, capricho, expiración

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Mientras otras tantas cosas acontecen, se me pegó el estribillo de una canción nada pegadiza de Einstürzende Neubauten, que después de mucho noise y frases retorcidas (juega con las palabras haciendo por ejemplo de “Optimismus” un “Optimismousse”) anuncia, en un claro de luz hecho estribillo: “Gibts noch was andres außer/ Birth, Lunch and Death” (¿Hay algo más, aparte de Nacimiento, Almuerzo y Muerte?) Sí, suena mejor en su idioma original, como todo lo que ha sido concebido para funcionar entre las grietas de un solo diccionario. La canción me parece muy inquietante. Frente a la opción automática del cerebro (que escucha “Breakfast, Lunch and Dinner” o “Nacimiento, Vida y Muerte”), que no acepta versiones intermedias, la “inspiración” llega como un ángel devastador a decir una otra cosa con las sílabas de aquello conocido.

Recuerdo un gran artículo de Leila Guerriero en una revista Orsai de 2012. Lo cito porque creo que no tiene desperdicio: “Dice Hemingway que escribir es, a veces, algo que surge fácil y perfectamente y que, en otras ocasiones, ‘es como perforar roca y después hacerla volar con cargas’. Escribir un buen texto periodístico es mucho más que encontrar un buen arranque, un gran cierre y regodearse en brazos de frases bonitas. Un buen texto periodístico debe tener información, equilibrio de voces, buenas escenas, datos duros, fechas precisas, fuentes citadas. En medio de todo eso la palabra inspiración parece la prima boba que usa brackets y lee a Gustavo Adolfo Bécquer sentada en el extremo de una cama donde se lleva a cabo un festín porno con doble penetración y sin preservativos.”

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Lo que Guerriero cita para el periodismo bien podría trasladarse a la dramaturgia. A veces elijo llamar “capricho” a la inspiración precisamente para que no me asalte el cuco de esa prima boba leyendo a Bécquer. En una obra que mandé a Barcelona ocurre un solo hecho inexplicable: una profesora universitaria, sentada a una mesa elegante, departiendo sobre un tema de arte que no viene al caso, de pronto se introduce una vela en la vagina y sigue argumentando como si nada. De allí al desenlace, ese tema que era debatido empieza a decir muchas cosas extrañas con las sílabas de aquello que se pretendía conocer. Los catalanes me han contestado entusiasmados que la obra les encanta, pero que no entienden qué significa lo de la vela. No me atrevo a explicar que no significa, sino que es una de las visitas buscadas y no siempre cumplidas de esa ave feroz a la que mal llamamos inspiración. Los autores no podemos prescindir del culto pagano a la inspiración, que es justamente irracional, caprichosa: la mancha indeleble en la pulcrísima hoja en blanco.

En suma: creo que llamo inspiración a la solución súbita y nada razonable a un problema que no existía precisamente antes de aparecer tal solución. Mi temor es que esta misma definición me sirve también para “ocurrencia”, “iluminación” y –en última instancia– para “capricho”.