La segunda acepción de idolatría según la RAE (Real Academia Española de la lengua) universaliza la primera acepción (“adoración que se da a los ídolos”): “Amor excesivo a alguien o a algo”. Que este sentimiento influya en las conductas de las personas, llevándolas muchas veces a extremos, es algo que hemos vivido a lo largo de toda la Historia. Pero cuando es un periodista quien idolatra a dioses o individuos (“falsos dioses”, según otra acepción) salta la línea entre lo que el buen oficio indica y otra cosa, alejada de esta profesión.
Por estos días, tal distorsión en el ejercicio del periodismo quedó patente en relación con las explosivas revelaciones de una mujer cubana que veinte años atrás, cuando tenía 16, mantuvo una relación afectiva y sexual con Diego Armando Maradona. En un extenso reportaje televisivo, puntualizó dos o tres cosas a tener en cuenta: que fue una relación consentida (era menor, pero para la ley cubana el límite del consentimiento se fija en los 14 años). En la Argentina, esa valla opera a los 16; que se sintió presionada por el propio Maradona y por el gobierno de La Habana, y que el ex futbolista la obligó a consumir drogas durante la relación.
Es conveniente separar la paja del trigo para no caer en conclusiones apresuradas y –mucho menos– condenatorias o absolutorias, como se puede ver por estos días en paneles de opinólogos y periodistas televisivos, en redes sociales y sitios administrados por gente de este oficio y en algunos medios no electrónicos. ¿Por qué encabezo esta columna con las definiciones de idolatría? Porque parte de ese cúmulo de opiniones arrojadas sobre las audiencias está basada en principios que exceden el análisis de personas y situaciones e ingresan en el terreno de lo cuasi religioso. Llegamos a escuchar a periodistas (no mencionaré comunicadores de otras disciplinas porque no es mi universo) justificando todo, incluso que un hombre someta a una cuasi niña al consumo de drogas bajo amenaza de abandonarla.
La pregunta es: ¿cómo puede justificar un periodista tamaña actitud delictiva sino por una errónea tendencia a la idolatría ante el enorme futbolista?
En otro plano, que incluye a periodistas, el colectivo Mujeres que No Fueron Tapa define así la relación entre los movimientos feministas y la figura de Maradona: “No, no somos feministas maradonianas. No, no creemos que Maradona sea feminista. (...) Celebrar y aplaudir a varones que vulneraron derechos de mujeres y niñes, fueron violentos, ejercieron una paternidad irresponsable, no es feminista. (...) Nuestro feminismo no celebra machitos ni violadores porque sean de izquierda, ‘enfrentaron a los poderosos’ o ‘representaban al pueblo’. No nos alcanza con esos argumentos para convalidar la violencia y aplaudir un modelo de masculinidad que violenta y vulnera a mujeres y niñes”. Pido disculpas a Mabel Bianco por invadir brevemente su función de Defensora de Género.
Cuando Maradona murió, un interesante artículo de la cadena DW (Deutche Welle) comenzaba con una pregunta: “¿Cómo actuar frente a la idolatría que despierta un hombre que llegó a ser un mito mundial habiendo nacido en la pobreza y que, en paralelo, tuvo hijos que tardó en reconocer, reprodujo estereotipos patriarcales y dejó muchas causas pendientes en la Justicia?”. Por cierto, este interrogante genera posturas que van desde la aceptación de todas las críticas formuladas ante la conducta de Maradona hasta la férrea defensa del personaje transformado en ídolo popular, sin profundizar en matices, acciones y palabras del protagonista.
Se puede entender que quienes consideran a “el Diego” un semidiós se afirmen en su defensa, sean cuales fueren las críticas que recibió y recibe, pero no se puede justificar que el periodista aplique la misma vara: su compromiso es con la verdad. Con toda la verdad. El ídolo queda para un púlpito, una nave, un santuario.