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La nieve amarilla

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La primera vez que vi la nieve fue en Bariloche, en el Centro Cívico, una noche negra que largaba copos blancos como en el comienzo del Eternauta.

Yo estaba con mis compañeros de colegio, en cautiverio, disfrutando del viaje de egresados. Años después, leí la nieve en un texto de Oscar Hahn, en su hermoso libro Mal de amor: “Un ojo contra las torres del sueño/ y se queja por cada uno de sus fragmentos/ mientras cae la nieve en las calles de Iowa City/ la triste nieve la sucia nieve de hogaño”. Cerré el libro. Quería ir a Iowa City.

Con el tiempo me olvidé de que quería ir a ahí. Y me dieron una beca. Fui. Estaba Hahn todavía. Lo conocí. En mi cuarto de Iowa City tenía una pequeña radio en la que escuchaba a un disc jockey local. Una noche puso un genial tema de Frank Zappa, de su disco Apostrophe. Don’t Eat the Yellow Snow.

Estaba lejos de mis seres queridos, mi compañero de beca que dormía en el cuarto de al lado era un perro rabioso. Traduje la canción, el hermoso final: “Y ella dijo con una lágrima en su ojo/ cuidado allá donde los Huskies van/ y no te comas la nieve amarilla”.

Esa noche salí a caminar y meé en la nieve. Esa era la nieve amarilla. Tuve hijos. Mi hija me pidió conocer la nieve. La llevé a Ushuaia y anduvimos en un trineo de perros siberianos.

Ayer mataron a John Snow, mi personaje preferido de Games of Thrones. Me gusta porque es un bastardo –como todos nosotros– y porque es anti-bullying y está a favor de reconstruir la grieta entre los salvajes y los norteños. Por eso lo mataron.

Dos capítulos después lo resucitaron. ¿Se puede volver de la muerte y que eso no sea traumático aunque sea en una serie? ¿Se acuerdan de que Lázaro nunca pudo recuperarse de esa falta de tacto de nuestro Señor que lo resucitó?

A veces mi madre vuelve en sueños y yo disfruto de su compañía.

La otra tarde dormimos una larga siesta mientras afuera nevaba lentamente.

Era la ultima nieve de una primavera negra.